Pareciera que el latín, cuya existencia se remonta varios cientos de años antes de Cristo, es un objeto de estudio poco probable para nuevas investigaciones, pero la Iglesia mantiene vigente un concurso donde es requisito el uso de esta lengua.
Se trata del Premio de las Academias Pontificias y se abre cada año.
¿Por qué la Iglesia Católica se preocupa tanto por promover el latín?
Por varias razones.
“En el Vaticano algunos de los documentos más
importantes emitidos por el Papa y la Santa Sede están oficialmente escritos en
latín”, dijo en 2017
el secretario de la Pontificia Academia para el Latín, P. Roberto Spataro, en
conversación con CNA –agencia en inglés del Grupo ACI–.
A lo anterior se suma que la versión estándar de la Biblia, llamada la
Vulgata, también está escrita en latín.
Aparte de esta razón muy práctica, dijo el sacerdote, es a través del
latín que se puede estar en contacto con la vasta herencia de la Iglesia a lo
largo de los siglos y “descubrir que este mismo
lenguaje ha sido durante mucho tiempo el
medio del diálogo entre la fe y la razón”.
El premio anual de las Pontificias Academias es auspiciado por el
Pontificio Consejo para la Cultura y la Pontificia Academia para el Latín,
fundada por el Papa Benedicto XVI en el 2012 a través del motu proprio Latina
Lingua.
Ese motu proprio asegura la importancia del estudio y la preservación
del latín, pero de ninguna manera el único.
“El Papa Benedicto quiso inspirar a la Iglesia
universal para que no olvide que el
latín es la llave de un inmenso tesoro de sabiduría y conocimiento”, dijo Spataro.
En 1962, San Juan XXIII emitió la constitución apostólica Veterum
Sapientia, en la que “declaró solemnemente” que
el latín tiene tres
características distintivas que hacen de este antiguo lenguaje el “lenguaje legítimo para la Iglesia Católica Romana”, dijo
Spataro.
Así como la Iglesia es por naturaleza “católica”
o “universal”, la lengua latina es también
internacional, no perteneciendo a un país o lugar; y como ya no es una lengua
viva, también es inmutable.
Esto “lo hace perfecto para las evaluaciones
dogmáticas y litúrgicas ya que tal actividad intelectual requiere un lenguaje
lúcido que no deja ambigüedad en la expresión. Es hermoso y elegante, y la
Iglesia siempre es amante de las artes
y la cultura”, explicó el sacerdote.
Redacción ACI Prensa
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