A estas últimas
y crueles persecuciones de Satanás, que aumentarán de día en día hasta que
llegue el anticristo, debe referirse, sobre todo, aquella primera y célebre predicción
y maldición lanzada por Dios contra la serpiente en el paraíso terrestre. Nos
parece oportuno explicarla aquí́, para gloria de la Santísima Virgen, salvación
de sus hijos y confusión de los demonios.
Pongo
hostilidades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; ella herirá́ tu
cabeza cuando tú hieras su talón (Gén 3,15).
Dios ha hecho y preparado una sola
e irreconciliable hostilidad, que durará y se intensificará hasta el fin. Y
es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la
Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. De suerte que el enemigo más
terrible que Dios ha suscitado contra Satanás es María, su santísima Madre. Ya
desde el paraíso terrenal –aunque María sólo estaba entonces en la mente
divina– le inspiró tanto odio contra ese maldito enemigo de Dios, le dio tanta
sagacidad para descubrir la malicia de esa antigua serpiente y tanta fuerza
para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que el diablo la teme no sólo
más que a todos los ángeles y hombres, sino, en cierto modo, más que al mismo
Dios. No ya porque la ira, odio y poder divinos no sean infinitamente mayores
que los de la Santísima Virgen, cuyas perfecciones son limitadas, sino:
1.
porque Satanás, que es tan orgulloso, sufre infinitamente más al verse vencido
y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios, y la humildad de la
Virgen lo humilla más que el poder divino;
2.
porque Dios ha concedido a María un poder tan grande contra los demonios, que
-como, a pesar suyo, se han visto muchas veces obligados a confesarlo por boca
de los posesos- tienen más miedo a un solo suspiro de María en favor de una
persona que a las oraciones de todos los santos, y a una sola amenaza suya
contra ellos más que a todos los demás tormentos.
Lo que Lucifer perdió́ por orgullo
lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió́ por desobediencia
lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo
causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María,
al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió́ en causa de salvación
para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor.
Dios no puso solamente una
hostilidad, sino hostilidades, y no sólo entre María y Lucifer, sino también
entre la descendencia de la Virgen y la del demonio. Es decir, Dios puso
hostilidades, antipatías y odios secretos entre los verdaderos hijos y
servidores de la Santísima Virgen y los hijos y esclavos del diablo: no pueden
amarse ni entenderse unos a otros.
Los hijos de Belial (Dt 13,14)45 ,
los esclavos de Satanás, los amigos de este mundo de pecado –¡todo viene a ser
lo mismo!– han perseguido siempre, y perseguirán más que nunca de hoy en
adelante, a quienes pertenezcan a la Santísima Virgen, como en otro tiempo
Caín y Esaú –figuras de los réprobos– perseguían a sus hermanos Abel y Jacob,
figuras de los predestinados.
Pero la humilde María triunfará
siempre sobre aquel orgulloso, y con victoria tan completa que llegará a
aplastarle la cabeza, donde reside su orgullo. María descubrirá́ siempre su
malicia de serpiente, manifestará sus tramas infernales, desvanecerá́ sus
planes diabólicos y defenderá́ hasta al fin a sus servidores de aquellas garras
mortíferas.
El poder de María sobre todos los
demonios resplandecerá́, sin embargo, de modo particular en los últimos
tiempos, cuando Satanás pondrá́ asechanzas a su calcañar, o sea, a sus humildes
servidores y pobres hijos que Ella suscitará para hacerle la guerra. Serán pequeños
y pobres a juicio del mundo; humillados delante de todos; rebajados y oprimidos
como el calcañar respecto de los demás miembros del cuerpo. Pero, en cambio, serán
ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá́ con abundancia; grandes
y elevados en santidad delante de Dios; superiores a cualquier otra creatura
por su celo ardoroso; y tan fuertemente apoyados en el socorro divino, que, con
la humildad de su calcañar y unidos a María, aplastaran la cabeza del demonio y
harán triunfar a Jesucristo.
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