jueves, 15 de febrero de 2018

¿QUÉ ES LA GRACIA?



LA GRACIA DIVINA
Si queremos abordar el tema de la gracia divina lo primero que hemos de tener en cuenta es que la revelación que Dios ha querido hacernos, es decir, la revelación judeo-cristiana, es la revelación del Amor de Dios para el hombre. Este Amor será siempre nuestro asombro pues rebasa todo lo que podemos concebir. Para conocer a fondo el Amor de Dios necesitaríamos ser Dios, y por ello tampoco comprendemos del todo los efectos de ese Amor: precisamente porque no podemos comprender su Fuente, el Manantial del que brotan.

Sabemos que el primer acto en que se revela el Amor de Dios es la creación. Dios está presente en las cosas más que las cosas mismas; está en mí más que yo mismo (‘Dios que eres en mi cielo más cielo que el cielo mismo’, dice el P. Chardon). Los teólogos llaman presencia de inmensidad a este modo de presencia divina, y dicen que adopta tres modalidades. La primera es una presencia de conocimiento, en cuanto que nada escapa de la visión divina: Dios conoce todo, incluido el secreto de cada corazón. Además, Dios está presente en todo con una presencia de fuerza, ya que da a los seres su actividad: hace a la higuera dar higos y rosas al rosal. También está presente Dios con una presencia de esencia, es decir, en cuanto que las cosas, por el hecho de que son, participan del Ser divino. Tales son los tres aspectos de la presencia de Dios en su acto creador.

Pero hay un segundo acto de Dios, más desconcertante todavía. Algo así como una madre a la que no le parece bastante con tener cerca al niño que ha traído al mundo y lo estrecha contra su corazón. Dios va a unirse de una nueva manera a los seres espirituales que se abren a Él. Esta presencia más misteriosa, más escondida, se llama presencia de inhabitación. De esta segunda manera no puede Dios habitar en las cosas materiales, pero allá donde exista un espíritu podrá descender y conversar con él. Esta presencia de inhabitación es una presencia de conocimiento y amor, y se produce cuando Dios infunde su gracia a ese espíritu. Entonces lo hace apto para que las Personas divinas establezcan ahí su morada.

Estos dos modos de presencia divina obedecen a las dos clases de Amor de Dios. Hay un Amor (al que santo Tomás llama común), con el que Dios ama a la gota de agua, al camello, a la estrella, al impulso eléctrico… Él los creó: existen porque los ama, existen por un acto de amor y de volición divina. Dios ama así, con este amor común a todo lo que es. También el hombre pecador tiene su ser, y también el demonio, y ese ser no subsistiría si Dios no continuara deseándolo. Lo malo en ellos no es su ser, lo malo es su voluntad perversa, el acto por el que rechazan el amor especial que se les ofrece. Pero su ser mismo es una riqueza, una participación del Ser divino. En este sentido se dice que el amor común de Dios se extiende a todo lo que existe en tanto que existe: también al demonio y al pecador.

A este segundo tipo de Amor divino, al Amor que se origina por la inhabitación, santo Tomás lo llama amor especial. Por este Amor Dios eleva a la criatura espiritual sobre las condiciones de su naturaleza, revistiéndola de una nueva, introduciéndola en un nuevo universo. La hace participante de la vida divina al infundir en ella la gracia creada o gracia santificante. A nosotros, seres espirituales, Dios nos ha creado para amarnos así.

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