En los agitados tiempos en los
que nos ha tocado vivir, cuando numerosos pastores, en vez de edificarnos en la
fe, nos castigan a diario con estrambóticos declaraciones (en el mejor de los
casos) o afirmaciones abiertamente heterodoxas, resulta confortador que se
alcen voces que, de forma respetuosa pero firme, nos recuerdan las enseñanzas
de la Iglesia. Es el caso del último artículo publicado por George Weigel en First Things, “La Iglesia Católica no hace “cambios de paradigma”,
que me ha parecido especialmente oportuno por recuperar algo que me parece
vital: el concepto de “desarrollo doctrinal” (cuándo se puede aplicar y cuándo lo
que hay es corrupción, ruptura o herejía) y el profundo estudio que el Beato John Henry Newman realizó al
respecto y sobre el que escribí una entrada titulada Las siete notas de Newman para distinguir desarrollo
doctrinal de corrupción. Fue Newman quien, por ejemplo,
advertía que “una doctrina será un desarrollo
verdadero y no una corrupción, en proporción a cómo parezca ser el resultado
lógico de su enseñanza original” o que “los que contradicen e invierten el
curso de la doctrina que se ha desarrollado antes que ellos y en la cual
tuvieron su origen son ciertamente corrupciones”.
Comparto pues con
ustedes la traducción que he hecho del clarificador texto de Weigel:
“Desde que
Thomas Kuhn la popularizase en su libro de 1962, “La Estructura de las
Revoluciones Científicas”, la noción de un “cambio de paradigma” ha
generado fascinantes discusiones sobre si esto o aquello rompe con lo que
anteriormente se consideraba un paradigma científico unitario. Pero que un “cambio de paradigma” - como el “cambio” de la cosmología de Sir Isaac Newton a
Albert Einstein, o el cambio de la teoría del miasma de la enfermedad a la
teoría del germen de la enfermedad - es una ruptura en la continuidad no se
discute. Un “cambio de paradigma” señala una
ruptura dramática, repentina e inesperada en la comprensión humana, y por lo
tanto, algo así como un nuevo comienzo.
Entonces, ¿hay
“cambios de paradigma” en la Iglesia?
Parece que tenemos evidencia
bíblica de uno en el primer capítulo de la Carta a los Gálatas, donde San Pablo
describe, muy telegráficamente, cómo llegó a comprender una verdad asombrosa:
que la salvación prometida al pueblo de Israel en la alianza hecha con Abraham
y Moisés se había extendido a los gentiles. Algunos podrían encontrar otro “cambio de paradigma” en el primer capítulo del
Evangelio de San Juan, en el cual se identifica a Jesús de Nazaret como la “Palabra” que “estaba
en el principio con Dios".
Sin embargo, estos son asuntos
de revelación divina, y como la Iglesia siempre ha creído y enseñado, la
Revelación terminó con la muerte del último apóstol. Así que la evolución de la
comprensión de la Iglesia sobre el Evangelio a lo largo de los siglos no es una
cuestión de “cambios de paradigma", ni
de rupturas, ni de cortes radicales y nuevos comienzos; es una cuestión de lo
que los teólogos llaman el desarrollo de la doctrina. Y como el Beato John
Henry Newman nos enseñó, el desarrollo doctrinal auténtico es orgánico y en
continuidad con “la fe que ha sido entregada a los
santos de una vez por todas"(Jds 1: 3). La Iglesia Católica no hace
rupturas: eso se intentó hace 500 años, con resultados catastróficos para la
unidad de los cristianos y la causa de Cristo.
Por eso fue desafortunado que
el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, calificara
recientemente Amoris Laetitia, la exhortación apostólica del Papa Francisco
sobre el matrimonio y la familia, como un “cambio
de paradigma".
Tal vez el Cardenal Parolin
quiso decir “cambio de paradigma” en algún
otro sentido que el de Thomas Kuhn (aunque la noción de Kuhn del “cambio de paradigma como ruptura” es la
comprensión común del término). Quizás el cardenal estaba sugiriendo que Amoris
Laetitia pedía a todas las personas de la Iglesia que trataran a aquellos que
no se han casado en la Iglesia pero que desean ser parte de la comunidad
católica con mayor sensibilidad y caridad (una propuesta a tener en cuenta,
aunque la compasión es la norma en las situaciones con las que estoy más
familiarizado). Pero sea lo que sea que haya intentado decir, el cardenal no
puede haber querido decir que Amoris Laetitia es un “cambio
de paradigma” en el sentido de una ruptura radical con las
interpretaciones católicas previas. Porque la Iglesia Católica no hace “cambios de paradigma” en ese sentido del término,
y el mismo Papa ha insistido en que Amoris Laetitia no propone una ruptura con
las doctrinas establecidas de la Iglesia sobre la indisolubilidad del
matrimonio y las condiciones para recibir la Sagrada Comunión.
Sin embargo, donde algo
similar a un “cambio de paradigma” del tipo
de Kuhn está en marcha, es en la recepción de Amoris Laetitia en varias
iglesias locales, y esto es muy preocupante. La implementación pastoral de
Amoris Laetitia ordenada en Malta, Alemania y San Diego es bastante diferente
de lo que se ha ordenado en Polonia, Phoenix, Filadelfia, Portsmouth,
Inglaterra y Edmonton, Alberta. Debido a esto, la Iglesia Católica está
comenzando a parecerse a la Comunión Anglicana (en sí misma producto de un “cambio de paradigma” traumático que le costó la
cabeza a John Fisher y Tomas Moro). Porque en la Comunión Anglicana, lo que se
cree, celebra y practica en Inglaterra es bastante diferente de lo que se cree,
celebra y practica en Nigeria o Uganda.
Esta fragmentación no es
católica. El catolicismo significa un Señor, una fe, un bautismo y la unidad es
una de las cuatro marcas distintivas de la Iglesia. Esa unidad significa que la
Iglesia encarna el principio de no contradicción, de modo que un pecado grave
en el lado polaco del río Óder no puede ser una fuente de gracia en el lado
alemán del mismo río.
Algo está roto en el
catolicismo de hoy en día y no se va a arreglar apelando a cambios de
paradigma. En los primeros siglos de la era cristiana, los obispos se
enfrentaron abiertamente y, cuando fue necesario, se corrigieron fraternalmente
unos a otros. Esa práctica es tan esencial hoy como lo fue en los días de
Cipriano y Agustín, sin mencionar a Pedro y Pablo.
Permítanme una última broma en
cuestiones tan serias: ahora sólo faltaría que el cardenal escribiera cien
veces “La Iglesia Católica no hace cambios de
paradigma”, a ver si así le queda claro.
Jorge Soley
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