lunes, 26 de febrero de 2018

LA GRACIA DE SER CURA DE PUEBLO


Aunque siempre escribo para todos, hoy me van a permitir que lo haga pensando de manera especial en los sacerdotes, y especialísimamente en los compañeros que, como un servidor, ejercemos el ministerio en el mundo rural. No es nada fácil.
No son pocos los sacerdotes que viven o sienten la pastoral rural, la que llevamos a cabo en pueblos, demasiadas veces mínimos, como algo que hay que hacer, pero sin ilusión, sin esperanza, sin demasiadas ganas de sacarlo adelante. Es decir, me tocó, pues nada, a hacer lo que se pueda. Los hay que se acostumbran incluso a vivir así, y los hay locos por largarse a una parroquia mayor. Tampoco todos comprenden el ministerio de un sacerdote en pueblos diminutos y se preguntan si no sería suficiente con mandar a alguien alguna vez.
Fui párroco rural de dos parroquias de tamaño mediano, y ahora el Señor me ha concedido vivir y trabajar en tres pueblitos que, entre los cuales no llegan a cuatrocientos habitantes. ¿Merece la pena? No solo merece la pena, sino que es una gracia de Dios.
El sacerdote de pueblo, de pueblos, es sacerdote de todos y de todo. Cuántas veces en las grandes parroquias el cura acaba especializado en un ámbito de la pastoral: los jóvenes los lleva mi compañero, los bautizos los prepara D. Fulano y para liturgia hablar con sor Veremunda. El cura de pueblo hace de todo: es el que casa y bautiza, atiende a los cuatro de catequesis, está con los jóvenes, si los tiene, visita mucho, eso sí, a los ancianos, auxilia a los moribundos, entierra. El cura de pueblo está en la fiesta patronal, y el día de los santos. El cura de pueblo reteja, barre, ordena el archivo y hace sus cuentas para estirar hasta el infinito los tres euros con cincuenta de la colecta del domingo.
El cura de pueblo tiene la gracia de conocer a las familias, saber quiénes son los nietos, los tíos.
El cura de pueblo tiene el privilegio de haber sido enviado a atender a los pobres, a los débiles, acompañar a los solos, vivir una iglesia tan en salida, tan humilde, que no tendrá nadie muchas veces ni para escuchar “y con tu espíritu”. Sacerdote de todo y de todos, que conoce a todos, que sirve a los que se van quedando sin servicios de ningún tipo.
El cura de pueblo tiene la inmensa suerte de vivir de una manera muy especial la fraternidad sacerdotal. En las ciudades los sacerdotes nos vemos o no. En los pueblos, tenemos que vernos, ayudarnos, compartir. Nos hacemos más hermanos sacerdotes.
Ser cura de pueblo supone partir de una gratitud inmensa a Dios que nos regala ese enorme privilegio. Gracias Dios mío porque me has regalado naturaleza, calor humano, cercanía, gente necesitada.
Me van a permitir mis lectores y mis compañeros algunas ideas para vivir con gozo ese ser cura rural de pueblos mínimos donde parece que nada tiene sentido.
Quizá la primera es reconocer la responsabilidad de los mismos sacerdotes, de la Iglesia, en esta aparente frialdad que se pudiera notar en nuestros pueblos. Pueblos había “de castigo”, donde siempre acababan recalando los curas más díscolos. ¿Qué podemos esperar ahora? Y también tenemos que purgar nuestros pecados sesentayocheros cuando alegremente, porque sí, muchos pueblos fueron despojados de sus tradiciones para encontrar a cambio nada. Ahí estamos. Añado el poco cuidado con los bienes de la iglesia ¿dónde irían a parar aquellos candelabros de plata?, aunque tuvieran que venderse para evitar la ruina del campanario.
La pastoral rural es la pastoral de la gracia y el optimismo. Pastoral de gracia porque todo nos tiene que venir de Dios. Una pastoral que tendremos que hacer los curas sobre todo rezando, pidiendo a Dios, invitando a rezar. El principal ministerio del cura de pueblo es rezar y celebrar, sobre todo, pensando no en si viene gente o no, sino en la fuerza que viene de Dios.
Y es la pastoral del optimismo, del que se alegra porque hoy vino una persona a misa, porque ayer atendió a un enfermo y le pudo ayudar a bien morir, porque ha podido hablar con alguien remiso. Optimismo porque uno cree que es posible una apertura a la gracia de Dios, está convencido de ello, y no deja de tocar el último hilito por conseguir un alma para Cristo. Es la pastoral que pasa del “solo vienen dos” al “hoy ya han venido dos”. A ver qué se me ocurre para que acuda el tercero, mejor la tercera.
Para acabar, no me miren la pastoral rural desde la eficacia empresarial. Sí, eso de un cura trabajando en Madrid, en otra parroquia, en el obispado, estudiante, y que los fines de semana, o en los entierros, se desplaza. Fundamental vivir en el pueblo. El párroco rural no va a atender a los pueblos, vive en ellos, es uno más. Vive en el pueblo, pero no es del pueblo. Está como todos, pero es un hombre de Dios. Y da gracias por la oportunidad de servir, aunque los frutos inmediatos estén cocinados con la harina de la ingratitud.
Hermanos curas de pueblo: qué suerte tenemos.

Jorge

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