A veces, cuando uno
lee la noticia del último disparate eclesial, se asombra y piensa: ¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Por qué
nadie lo impide? ¿Están ciegos? Y al cabo de un par de horas o un par de días
el escándalo se olvida, hasta que llega la noticia de un nuevo disparate
eclesial y uno se indigna de nuevo y se pregunta otra vez el porqué.
Hoy me he desayunado con uno de esos escándalos: una Misa “de carnaval” en Alemania que comienza con un espectáculo de acróbatas
y saltimbanquis, donde el diácono predica burlándose del celibato sacerdotal y
suscita un gran aplauso entre la concurrencia, donde uno de los sacerdotes se
viste de mujer antes de ponerse a cantar canciones de juerga en la Iglesia y donde
un pastor protestante recibe solemnemente la Comunión.
Lo cierto es que este
escándalo indignante y los demás que vemos en titulares y en la televisión no
son acontecimientos independientes y casuales, aunque la forma de presentarlos
en los medios de comunicación pueda dar esa impresión. Todo está relacionado y
unos escándalos llevan casi indefectiblemente a otros. En particular, la gran masa de escándalos desconocidos,
ya sea porque se ocultan intencionadamente o porque son tan habituales en
algunos lugares que dejan de ser noticia, es la que alimenta, sostiene y protege los escándalos que aparecen en primera plana.
En cierto modo, es como la
comunión de los santos pero al revés. Tradicionalmente suele decirse que el diablo es el “mono
de Dios”, en el sentido de
mono de imitación. El diablo no puede crear nada; lo único que puede hacer es
imitar al Creador, pero, al igual que le sucede a un mono cuando imita a un
hombre, lo que resulta es una parodia,
una distorsión del original.
Gracias a la comunión de los
santos, la santidad de un indio católico perdido en lo más remoto de los andes
peruanos y el bien que hace benefician realmente a todos los hijos de la
Iglesia, aunque vivan al otro extremo de la tierra. De forma similar, los
pecados y escándalos, aunque tengan perfil bajo, van acumulándose para crear el
caldo de cultivo de innumerables pecados más. Juntos, dan lugar a la categoría
teológica de Mundo, que es uno de los tres enemigos del alma. Lo que Dios nos
regala para nuestro bien, el demonio lo parodia y distorsiona para nuestro mal.
Dios nos regala la comunión de los
santos y el demonio responde con la opresión seductora del Mundo, que
lleva a la apostasía.
Los escándalos se multiplican
porque la mundanidad se ha infiltrado
en la Iglesia y, en multitud de lugares, ha asfixiado el catolicismo prácticamente por completo. Como un
virus, se reproduce para atacar a otros organismos sanos, hasta que, en muchas
parroquias, congregaciones y grupos, la parodia sustituye a la fe. En esos
lugares, con el tiempo, la parodia se
convierte en lo normal, en la nueva ortodoxia o el “nuevo paradigma” y la fe católica queda relegada,
primero, a una opción más, después, a algo a duras penas tolerado y,
finalmente, al único pecado que queda, la única herejía y lo único intolerable.
Lo más triste de todo lo que
sucede en esa parroquia alemana que mencionábamos más arriba es que los
sacerdotes afirman que “solo hemos recibido
comentarios positivos” de los fieles. No se dan cuenta de que eso, si es
cierto, es lo que verdaderamente los condena: no solo hacen payasadas y se ríen
de Dios y de la Iglesia, sino que han
enseñado a los fieles que eso es lo normal, que en eso consiste ser
católico y que esa parodia burlesca es la verdadera Fe. El virus de la
mundanidad ha destruido completamente las defensas de los parroquianos y ya no
son capaces de distinguir la verdad del error, la fe de la estupidez, la
liturgia del carnaval y el pecado de la santidad.
Es irónico que últimamente se
apele tanto al discernimiento,
cuando previamente se han destruido todas las herramientas que se necesitan
para poder realizar ese discernimiento cristiano. Pedir discernimiento a quien
ha sido educado en la confusión, el catolicismo vergonzante rendido al Mundo y
el modernismo es como pedir a un enfermo que se cure mediante pensamientos
positivos o convencerse a uno mismo de que puede volar si agita muy rápido los
brazos. Para hacer un discernimiento cristiano, primero hay que ser cristiano.
Bruno
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