¿Cómo comulgamos?
Una excelente pastoral del Obispo de Jaén
Hace unos años, al iniciar un
nuevo curso pastoral, un compañero sacerdote me preguntaba cuáles eran mis
objetivos prioritarios. Le dije que me alegraría si pudiera obtener dos cosas:
Que se redescubriera el inmenso valor del sacramento de la Penitencia y que
comulgáramos bien. Si nos confesáramos bien y comulgáramos bien seríamos muy
pronto santos.
Hoy quisiera reflexionar sobre
el segundo aspecto. El motivo de esta reflexión ha sido propiciado por la carta
pastoral que ha escrito el Obispo de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez. El simple
hecho de plantear el tema me parece muy conveniente y oportuno. Quisiera
ofrecer algunos comentarios a lo que ha expuesto este obispo.
Me admira que Mons. Amadeo
constate que son muchos los gestos y las actitudes que tiene la oportunidad de
observar en sus comunidades, especialmente el sentido de adoración que se
manifiesta en el momento de la Consagración, cuando “una
mayoría de fieles se hincan de rodillas ante el Santísimo Sacramento”.
Me congratulo por tan gratificante experiencia que, por desgracia, en otras
latitudes brilla por su ausencia. La genuflectofobia y la artrosis espiritual
han hecho estragos, pues la eliminación sistemática de los gestos tradicionales
de adoración ha comportado la pérdida del sentido del Sagrado, como tantas
veces insistía el Papa Benedicto. Dejar de arrodillarse durante la Consagración
cuando es posible hacerlo no es un gesto insignificante. Comulgar con cualquier
gesto no es anodino. La mejor antropología nos enseña la coordinación y armonías
necesarias entre el cuerpo y el espíritu.
Con todo, Mons. Amadeo
confiesa que le disgusta cómo algunos se acercan a comulgar y cómo vuelven a
sus asientos los que han recibido el Cuerpo del Señor. Reconoce una especie de
desconcierto en el templo. Yo me preguntaría si tiene algo que ver con este
desconcierto el jolgorio en que a menudo degenera una praxis aberrante del rito
de la paz. Creo que no hace mucho tiempo la Sede Apostólica dio unas normas
precisas sobre cómo practicar correctamente el rito de la paz. Por mi
experiencia puedo afirmar que estas normas han caído en saco vacío y que nadie
hace el más mínimo caso. A menudo los mismos presbíteros que concelebran
Misa son los primeros en manifestar la mayor ignorancia sobre las
disposiciones de la Santa Sede sobre este tema. Considero que una buena
preparación para la Comunión sería observar lo que la Iglesia dispone para el
rito de la paz. Sobrio y esencial.
Oportunas son las reflexiones
de Mons. Amadeo sobre el modo de comulgar y gran verdad es lo que afirma:
“No siempre en las manos que reciben al Señor se
percibe aquello de que la mano izquierda ha de ser un trono para la mano
derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey”, citando a San Juan
Crisóstomo. Es evidente que Mons. Amadeo da por supuesta la fe y la adoración
sin las cuales ningún sentido tendría la Comunión. Ya San Agustín decía que “pecaríamos si comiéramos sin adorar”. Es
innegable en ciertas actitudes externas un profundo oscurecimiento del sentido
de la fe. Se impone pues una catequesis litúrgica y doctrinal simultáneamente.
La liturgia es escuela de la fe y el principio lex orandi, lex credendi sigue
siendo fundamental. Hay que explicarlo todo muy bien y muchas veces y no dar
nada por supuesto por elemental que parezca. No estaría de más insistir en la
comunión en la boca, bien hecha, por supuesto y en la posibilidad de facilitar
la comunión de rodillas a los fieles que lo prefieran y que tienen todo el
derecho a recibirla.
Una observación muy atinada de
esta pastoral de obligada lectura del Obispo de Jaén, es la importancia que
tiene la actitud y los gestos del sacerdote que celebra la Santa Misa. La
piedad sacerdotal siempre ha sido profundamente educadora de la piedad de todo
el pueblo de Dios. No hay mejor catequesis de la Santa Misa que la celebración
de la misma por parte del sacerdote. El pueblo de Dios intuye rápidamente
cuando ve la piedad y reverencia en sus ministros. En esta perspectiva el Papa
Francisco nos decía hace muy poco que los sacerdotes debemos favorecer el silencio
en la celebración. Este silencio que brota de la adoración y de la conciencia
de estar ante Dios.
Este silencio, como bien
observa Mons. Amadeo, debe fomentarse especialmente en el momento de acción de
gracias habiendo recibido la Sagrada Comunión. Por desgracia este es un tema
bastante desdeñada actualmente y sin embargo, grandes teólogos como Rahner y
Galot le dedicaron estudios específicos. Hay que invitar a los fieles a adorar,
alabar, bendecir en profundo recogimiento, sin cantos estrepitosos ni otra
distracción. Tal vez una música de órgano suave y íntima que nos ayude a
unirnos profundamente al Señor, eso es, a vivir la comunión. Sabias palabras
las de Mons. Amadeo: “Yo propongo a que se eduque
con unas buenas catequesis mistagógicas a cómo encontrarse con el Señor tras
comulgar. Es importante que se recuerde que es tiempo de rezar…”. Todo
un reto para teólogos y pastores. Los fieles de antaño tenían en sus misalitos
preciosas plegarias para este dulce momento. Siempre recordaré la primera vez
que participé en la Misa matutina de San Juan Pablo II en su capilla privada y
contemplé cómo el Papa, después de comulgar se arrodillaba en su reclinatorio
para una larga acción de gracias. Por cierto, proveer los bancos de cómodos
reclinatorios ayudaría mucho al respecto.
Hay otros y ricos aspectos en
la carta pastoral del Obispo de Jaén. Insisto, hay que leerla y, sobre todo,
vivirla. Comulgar bien es una cuestión fundamental en la vida cristiana. Por
supuesto, hay que priorizar los aspectos internos fundamentales como son la fe
y la gracia y que ya consideramos en otra ocasión en este mismo blog y que
Mons. Amadeo trata muy bien en la misma pastoral.
Joan Antoni
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