Me preguntaban hace
poco por la adoración eucarística y cuándo debe realizarse en una parroquia.
Cada vez que celebramos la Santa Misa debemos adorar. A menudo se confunde la
adoración debida a la Santísima Eucaristía y el culto eucarístico fuera de la
Misa. La Santa Misa es el acto por excelencia de adoración a Dios y sería
incomprensible sin la adoración de Jesucristo realmente presente en el
Sacramento.
Participando de manera
correcta a la Misa tributamos la debida adoración a la Eucaristía. San Agustín,
hablando de la comunión eucarística afirmaba que “pecaríamos
si la comiéramos sin adorar”. La adoración brota de la fe ante la
presencia de Dios a quien debemos y queremos darle el primer lugar, por encima
de todo.
El Código de Derecho
Canónico establece: “… el sacramento más
augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro
Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece
continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección
del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la
cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana,
por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a
término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y
todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la
santísima Eucaristía y a ella se ordenan. Tributen los fieles la máxima
veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración
del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con
mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al
exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los
fieles esta obligación”.
La Adoración Eucarística debe
considerarse unida siempre a la Santa Misa, como prolongación de ella, y
constituye una de las formas de culto más importantes de la vida de la Iglesia.
El culto eucarístico fuera de la Misa contribuye poderosamente a vivir mejor la
misma Misa. Desde los inicios hay una conciencia clara de la presencia
de Cristo en las especies eucarísticas, pero fue desde el siglo XI cuando
comenzó la adoración eucarística tal y como la vivimos hoy.
Podemos participar también con
la “comunión-adoración espiritual” y
prolongando un poco la adoración y acción de gracias después de comulgar.
Recuperar la vista al Santísimo. También es bueno recordar que es posible
la adoración eucarística desde casa, especialmente por parte de ancianos y
enfermos, cuando no podamos hacerlo presencialmente. Y no olvidemos los gestos
corporales de adoración cuando la salud nos permita hacerlos, en especial el
noble gesto de arrodillarnos durante la consagración. Como decía Saint Exupery,
el autor de Le Petit Prince, el hombre nunca es tan grande como cuando se
arrodilla ante Dios.
Joan Antoni
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