Diagnosticar un caso, una historia de amor, requiere cierto conocimiento de lo que es el amor conyugal y el matrimonio. ¿Por qué? Pues porque las sombras sólo son visibles a la luz, porque es necesario conocer la salud para poder diagnosticar y tratar la enfermedad. Nos pasa como con la medicina, la cual requiere mucho estudio sobre la salud para poder después diagnosticar la enfermedad y prescribir la terapia restaurativa, pues diagnosticar la enfermedad es detectar la salud que falta, y prescribir un tratamiento es buscar recuperar la salud perdida. Pero la medicina avanza gracias a que no acepta llamarle ‘salud’ a toda suerte de anomalías y disfunciones.
Estudiar
qué es el amor conyugal y el matrimonio nos dará grandes luces, para estar en
mejores condiciones de diagnosticar su amor, y por qué no, para descubrir en
las entrañas mismas de su relación increíbles áreas de oportunidad.
1.- EL PUNTO DE PARTIDA
Independientemente
de nuestros afectos religiosos, justo es reconocer que nuestra cultura
occidental no posee un texto de tanta antigüedad sobre el matrimonio que se
pueda comparar con la misteriosa sencillez, precisión y profundidad del
Génesis: “Dijo, Dios, el Señor: no es bueno que el
hombre esté sólo; hagámosle una ayuda que sea semejante a él…, la cual puso
delante de Adán. Y dijo el hombre: Esto es hueso de mis huesos, y carne de mi
carne… Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y estará unido a su
mujer, y los dos vendrán a ser una sola carne” (Gen, 2, 18-24). Este
texto, que tiene la simplicidad de una obra maestra, ha marcado más que ningún
otro las líneas fundamentales de la comprensión del misterio del matrimonio.
2.- CREADOS POR AMOR Y
PARA AMAR
Dios nos
ha creado por amor y para amar, el amor y el amar constituyen nuestra
estructura más radical y nuestra más esencial dinámica.
Una
acción es tanto más humana en tanto más impregnada esté de dimensiones de
nuestra humanidad. Por ejemplo, un acto inteligente es un acto humano, pero es
más humano un acto que, además de inteligente, es voluntario. Comer es algo
humano, pero platicar con un amigo lo es más, y amar lo es mucho más, puesto
que amar especifica al hombre, lo distingue de lo demás. El amor es una
realidad exclusivamente humana e interpersonal, en definitiva aquello que más
nos especifica.
Ser don
de sí y aceptación del otro en sí, es la dinámica radical del ser personal, la
dinámica unitiva por excelencia, en suma, el amor, el que es conforme con
nuestra naturaleza.
Por ser
el amor nuestra estructura y dinámica esencial, al amar resultan emplazadas
todas las dinámicas del ser personal que cada uno somos. La complejidad del
amor deriva de esta peculiaridad, pues siendo la estructura y dinámica más
radical de la persona, implica, convocando, todas las dimensiones de nuestro
ser, desde la más bio-psicosomáticas hasta las más espirituales, intelectivas y
volitivas.
Por ser
el amor la acción más expresiva de nuestro ser, la acción humana por
excelencia, la historia de nuestros amores, de su verdad, bondad y belleza es
en definitiva nuestra biografía y nuestro autorretrato final.
3.- AMAMOS COMO SOMOS
No somos
animales, ni plantas, ni ángeles, ni Dioses, somos personas, espíritus
encarnados o cuerpos espiritualizados. Somos una unidad substancial.
El espíritu
informa la materia, haciendo que nuestro cuerpo devenga en un cuerpo personal,
un cuerpo que constituye la encarnación de nuestra persona. Por lo tanto,
nuestro cuerpo es la más primaria y originaria manifestación de nuestra
persona.
Esta
personalización de nuestro cuerpo es aquello que nos permite comprender el por
qué el uso de la sexualidad desprovisto de la implicación personal, al tiempo
de ser posible por la libertad, es un rompimiento de la unidad substancial
corpóreo espiritual de la persona, una cosificación de la persona y una
despersonalización del cuerpo.
No
tenemos cuerpo, somos cuerpo. El cuerpo es encarnación y personalización de la
persona. El cuerpo expresa a la persona. La corporalidad es aquella cualidad de
nuestra persona en virtud de la cual puede ser ella misma la materia del don y
la acogida en que consiste la dinámica amorosa. La persona se da y acoge
mediante su cuerpo. Digamos que el cuerpo es aquella estructura material
mediante la cual el hombre se expresa, manifiesta, entrega y acoge.
Gracias a
esta encarnación de la persona somos capaces de diferenciarnos de animales y
vegetales, pues somos quien somos gracias a que nuestro cuerpo es éste y no
otro. Gracias al cuerpo podemos ver la diversidad y complementariedad sexual,
ver a otro yo diverso y complementario.
Nuestro
ser personal existe en la naturaleza, bajo dos modos diversos y complementarios
de encarnar la misma naturaleza humana. Ser hombre y ser mujer, son dos modos
diversos y complementarios de ser idénticamente persona humana.
La
modalización sexual asienta en la previa corporalidad. Me refiero a una
posterioridad ontológica y no cronológica. Así, la sexualidad aparece como un
reacomodamiento de la corporalidad para adecuarse a la comunicabilidad del
espíritu. Una especie de respuesta que la misma naturaleza da al problema que
plantearía al hombre el ser sólo un cuerpo sin sexo.
La
corporalidad sexuada es aquella cualidad de nuestro cuerpo de encarnar a la
persona y de posibilitar la entrega y acogida del ser personal que se es.
Si el amor constituye nuestra estructura y dinámica fundamental, para ello
resulta indispensable nuestra corporalidad, pues es ella la que constituye la
posibilidad de ser nosotros mismos la materia que se da y se acoge al amar.
Gracias a la corporalidad sexuada el hombre no se ve limitado a dar sólo cosas
que tiene pero que no es.
Darnos y
acogernos es amar, es el amor en sí, la máxima acción humana y la más expresiva
de nuestro ser personal.
Estamos
hechos por amor y para amar, es decir, para ser don de nosotros mismos y para
aceptar el don de sí de otro.
4.- ESPONSALIDAD Y
CONYUGALIDAD
Esta
realidad nos pone a la vista dos dimensiones de nuestra humanidad; la
esponsalidad y la conyugalidad.
La
esponsalidad es la condición de nuestro cuerpo de expresar y significar el don
sincero de nuestra persona y la acogida sincera del don de otro. La
esponsalidad esta en la base de toda comunicación interpersonal, en la base de
la sociabilidad humana y por supuesto del matrimonio y la familia como
comunidad primera, puesto que nuestra naturaleza, en principio solitaria e
incomunicable, encuentra en nuestro modo de ser cuerpo una posibilidad de
comunicación.
La
esponsalidad es posibilidad de apertura, de entrega sincera de nuestro ser y
acogida sincera del ser del otro. Esta esponsalidad tiene en principio dos
interlocutores fundamentales, según a quién se dirija el don y la acogida; una
esponsalidad trascendente y otra intrahumana.
a) La
esponsalidad trascendente se dirige a Dios como interlocutor, pues existe cierta
plenitud en nuestra necesidad y capacidad de amar y de ser amados que ninguna
otra persona puede saciar, sólo Dios. Pues Él puede ser todo en todos,
comunicar todo a todos y a todos con todos sin anonimato alguno. Ninguna
persona humana, puede ser para otra, su último horizonte de comunión, existe
cierta plenitud que sólo Dios puede saciar.
Pero
existe también una esponsalidad intrahumana, que sin eliminar la trascendente,
que siempre es posible, está en la base de todo amor humano. La comunicabilidad
intrahumana existe entre seres humanos y este es el amor humano, aquella
posibilidad de ser yo mismo don y acogida para otro.
El
llamado amor humano no es sino esta dimensión de esponsalidad intrahumana que
nuestra estructura corpóreo espiritual posibilita.
Es muy
grande y muy larga la lista de todos los amores humanos posibles. De todas las
formas de esponsalidad intrahumana, pero los principales amores del hombre, los
básicos, es decir, que definen su identidad son; la paternidad, la maternidad
la fraternidad, la intergeneracionalidad, la amistad y la conyugalidad que es
la más radical posibilidad de comunión intrahumana posible a nuestra
naturaleza. Pero además existen otras dimensiones del amor humano de menor
monta, desde el amor a la patria hasta el amor al trabajo o a un buen vino.
Todo este elenco de amores, es clasificable de muchas maneras, pero se
distinguen esencialmente en función de su objeto y de cuál es el principio
formal o título de bondad en virtud del cual se constituyen.
b) Uno de
estos amores es al llamado amor conyugal, o conyugalidad, el cual es una
especie de esponsalidad intrahumana, mismo que se especifica por su objeto y
por el título formal o razón de bondad en virtud del cual se constituye.
La
conyugalidad es pues un amor humano cuyo objeto es la unidad entre un hombre y
una mujer, y su razón de bondad es ser unidad de sus espíritus en virtud
de la coposesión de sus cuerpos (dos espíritus unidos en la unidad de sus
cuerpos). Esta coposesión de los cuerpos es posible gracias al modo diverso y
complementario de ser persona humana masculina y femenina. La conyugalidad
tiene un específico carácter sexual, es decir, la conyugalidad es una
posibilidad únicamente actualizable a un hombre y a una mujer, pues sólo entre
sí existe la conjunción corpórea natural, el hacerse el uno del otro. Es como
la concepción de un hijo, exige un óvulo y un esperma, pero el hijo es el
resultado de su conjunción. Así la conyugalidad es resultado de la conjunción
de las potencias conyugables masculinas con las femeninas y su producto es el
matrimonio.
5.- FENOMENOLOGÍA DEL
AMOR
Antes de
hablar de los elementos específicos del amor conyugal, me parece fundamental
referirnos a algunos aspectos del amor humano en general.
En
principio, resulta fundamental, no caer en el craso error de considerar que el
amor y el amar, es algo ajeno o externo a los amantes mismos. El amar es una
relación, mía con otro y de ese otro conmigo. Debe quedarnos claro que el amor
es una dimensión de la persona, es decir, que el amor no es un ente
extraño, ajeno a nosotros, venido de otra galaxia, o un golpe de cupido que
irrumpe en nosotros, sometiéndonos, apoderándose de nuestras inclinaciones,
haciéndonos sentir, gozar, sufrir o lamentarnos.
Es un
error considerar que el amor es un tercero, alguien o algo llamado ‘el amor’ a quien podamos culpar de habérsenos
originado, hacernos sentir, alegrarnos, gozar o sufrir, alguien a quien podamos
echarle la culpa de habérsenos muerto nuestro amor, de haber fracasado, sin
saber cómo, dónde o cuándo nuestro amor se enfermó de muerte.
Lamento
decirles que no hay nadie fuera de nosotros mismos, somos nosotros los que
amamos, los que fundamos, perfeccionamos, acrecemos y restauramos nuestros
amores, y somos nosotros los que los hacemos disfuncionales, los erosionamos,
debilitamos e infectamos de muerte. No hay nadie distinto de nosotros mismos.
Debemos
aprender a responsabilizarnos del destino y suerte de nuestros amores, de sus
grandezas y de sus miserias.
El amor
no es un concepto, por verdadero que sea, el amor pertenece al género de la
acción, a lo que hacemos con nuestra voluntad. El amor exige acometerlo;
fundarlo, perfeccionarlo y hasta restaurarlo creativamente, mediante la
implicación libre y voluntaria de los protagonistas.
Hemos
visto como nuestra unidad substancial de cuerpo y espíritu es la base del amor
verdadero, pues evidentemente el ser precede al obrar y lo modaliza. Amamos
como somos, como personas, no como lo que no somos.
El que
amemos como somos nos transporta al mundo del deber ser y al mundo de la
realidad fáctica que vivimos. Debemos amar como de verdad somos, pero de hecho,
el modo como asumimos lo que somos es, de hecho, el modo como amamos.
Estudiar
historias de amor nos lleva al diagnóstico diferencial, a comparar lo que debió
y debe ser, con lo que de hecho ha ocurrido o está ocurriendo. Hecho esto,
diagnosticamos la desviación y sabremos poner el remedio o terapia
restaurativa.
Por eso,
estudiar historias de amor nos remitirá a la vida humana real, nos muestra el
cuadro multicolor de la vida humana, nos lleva a ver el mosaico de
claro-obscuros de la vida real. Sus grandezas y sus miserias, sus bondades y
falsedades, sus honestidades y engaños, las caídas, las arideces, las
desolaciones y frustraciones, los éxitos y los fracasos, las caídas y vueltas a
empezar. Las historias de amor, son historias de la vida real, de vidas
personales, de biografías humanas.
Pero, el
amor somos nosotros en acción. Y en esa acción, la de amar, inevitablemente
plasmamos lo que somos y lo que no somos, lo que tenemos y lo que carecemos, lo
que hemos logrado y lo que nos falta por logar. Por eso, los amores siguen a
las personas. Amamos como somos, en nuestro modo de amar vamos plasmando
nuestro modo de ser, para bien o para mal, es nuestro más fiel autorretrato.
Si amamos
como somos y el amor es una acción humana y no un concepto, analizando cómo
somos sabremos como amamos, y viceversa, observando como amamos podemos definir
como somos.
Los casos
que se pondrán a nuestra consideración contienen hechos, acciones humanas, son
el modo como los protagonistas del caso aman. Observando sus conductas, su modo
de amar, podemos estar en condiciones de definir su modo de ser.
6.- AMOR CONYUGAL
El amor
conyugal es un amor específico, un amor concreto, un modo de amar, no
cualquiera, no de cualquier modo, sino de un modo particular.
Esta
situación nos lleva a dos consecuencias esenciales para entender el amor
conyugal: primero, amar conyugalmente no es amar de cualquier modo, sino de un
modo específico, el conyugal. Y por otra, que el matrimonio, no es cualquier
tipo de relación a la que por costumbre o por ministerio de ley se le ha puesto
el nombre de matrimonio. El matrimonio es un modo de relacionarse a propósito
del amor conyugal, a ese modo de relacionarse, de amar y de amarse se le puso
el nombre de matrimonio y corresponde a un modo específico de estructura
amorosa entre un hombre y una mujer, y a una muy particular dinámica.
¿CUÁLES SON ESTAS
NOTAS? ¿CUÁLES ESTAS CARACTERÍSTICAS QUE DEFINEN EL AMOR COMO CONYUGAL?:
Para
desentrañar cuáles son las notas o propiedades del amor conyugal debemos evitar
caer en la tentación de suponer que estas características le han sido impuestas
al matrimonio desde fuera de la experiencia amorosa real, es decir, suponer que
dichas propiedades o elementos esenciales provienen de una imposición,
cualquiera que sea el motivo, social, político o hasta religioso.
Los
elementos y propiedades del amor conyugal, son aquellas que se derivan de una
historia de amor verdadero. Todo amor de verdad se ordena al matrimonio, es
decir, existe una secuencia natural, un ecosistema, entre amarse y casarse.
Casarse y amarse no son mundos incomunicados sino conexos. Veamos una historia
cualquiera de un amor real:
Todo
surge un día, en un momento datable, un día que marca un antes de un después,
un antes en que no te conocía y un después en que ya te conozco, te reconozco.
Un día en que algo surgió entre nosotros, un día en que el encuentro contigo me
despertó, me hizo sentir lo que nuca había sentido, me hizo percibir el
mundo de un modo nuevo, diferente, un modo de ser que tú me haces ser, un modo
de experimentar la vida que se debe a tí, y un modo en que tú experimentes la
vida debido a mí. En ese momento surge algo, algo nuevo, hasta antes
inexistente, nace algo entre tú y yo, un nosotros, algo nuestro que antes no
existía, un único nosotros que empieza a tejer su historia, la nuestra, la
única historia del único nosotros que juntos somos. Esa historia empieza,
arranca y cualquiera que sea su destino ya ha empezado.
¿Qué pasa
con esta historia? Estamos hablando del amor, en su primera fase, en grado de
enamoramiento. El enamoramiento es amor, sí, pero no todo el amor. Sucede como
con la vida, en que la infancia es vida, sí, pero no es toda la vida. La vida
como el amor, tiene edades, etapas, momentos, profundidades. El amor no es un
instante, no sucede a tiempo cero y velocidad infinita, es una historia, un
proceso, tiene etapas, edades, fases, y grados de profundidad.
El
enamoramiento es una primera fase, una primera edad. ¿Cómo son los amantes en
ese momento? Sigamos con nuestra historia de amor real y veremos los destellos
de la conyugalidad en sus entrañas:
A.-
Los enamorados desean estar
juntos, disfrutan de su recíproca presencia y sufren cuando se distancian o se
separan. Esta tendencia a la unidad, a estar CON es invitación natural a SER
CON, es decir, la tendencia a estar juntos invita a ser juntos, a conformar una
especie de co-ser. Es la inclinación a
formar una unión.
B.-
Los amantes perciben su relación,
en cierto sentido, como algo eterno, interminado, como si siempre se hubieran
tenido, como algo que nunca debiera pasar, desvanecerse o cambiar. Al mismo
tiempo, experimentan la hostilidad del tiempo y su misteriosa capacidad de
erosionar y hacer naufragar las cosas. Así, los enamorados sienten el deseo
hondo de que aquello que les pasa no pase y se desvanezca nunca, que dure
siempre, que no acabe. Esta no es sino la natural inclinación a la perpetuidad de la relación amorosa, a una vida
cobiográfica de la unión, pues el amor verdadero de por sí permanece, venciendo
al tiempo y a sus hostilidades.
C.-
Los amantes se recrean y
disfrutan del mundo que entre sí ellos componen y que es ‘su mundo’, sufren las
intromisiones e interferencias de terceros y ninguno quiere que el amor, que
entre ellos existe, el otro lo tenga con un tercero. Los amantes experimentan
un fuertísimo sentimiento de exclusividad. Véase aquí la tendencia a la fidelidad del amor verdadero.
D.-
Los enamorados sienten fuertes
impulsos a ser ‘encantadores’ entre sí, a
ofrendar lo mejor de sí al otro, a considerar que todo lo valioso es poco para
regalarlo al amado. Es decir, a darle al otro lo mejor de uno mismo. Véase aquí
la natural inclinación al mejor don de
sí como bien para el otro y como bien mutuo o conjunto.
E.-
Los enamorados irradian. Todo en
torno a ellos parece renovarse y adquirir un nuevo brillo, luz y vida inéditas,
como si por motivos de su amor editasen el mundo por primera vez, son creativos,
empiezan a tener ‘sus cosas’, las cosas
comunes, experiencias, diarios, mascotas etc. Véase que lo que son en conjunto,
busca ser creativo y trascenderse, emprenden ideas, ilusiones, proyectos
comunes. Van tejiendo aquello que llaman lo ‘nuestro’.
Véase aquí, el paradigma por excelencia de esta invitación a irradiar
luz y vida que es el engendramiento de
un nuevo ser personal; ‘nuestro hijo’ que es lo más nuestro, la más
íntima y extraordinaria potencia del único nosotros que es nuestro amor, y que
constituye la máxima creatividad posible que podemos soñar juntos.
Estas
cinco dinámicas, presentes en la historia de un proceso amoroso real entre un
hombre y una mujer, que irrumpen en forma de potencia, impulso, posibilidad,
inclinación o regla de conducta, constituyen la dinámica propia del amar real y
verdadero. Del amor conyugal.
7.- AMOR CONYUGAL Y
MATRIMONIO
¿Qué
pasará con lo nuestro? ¿Qué será de nuestro amor? Los amantes se preguntan ¿Y
ahora qué hacemos con nuestro amor, con lo nuestro? Y dentro de las entrañas de
su amor laten presentes estas cinco inclinaciones naturales, como invitaciones
de la naturaleza misma de la relación que ellos han iniciado, como movimientos
hacia el futuro, movimientos al que empuja su propia relación. Si comprendemos
bien, estas cinco inclinaciones invitan a un muy identificable modo de ser
conjunto, unido, un modo de co-ser, como destino futuro de ‘lo nuestro’. Esta
invitación es a ser UNIÓN, EXCLUSIVA Y FIEL, PARA
SIEMPRE, ABIERTA AL BIEN RECÍPROCO Y A SER FECUNDA. Hemos descrito ya el
tipo de unión al que se le puso el nombre de matrimonio o unión conyugal. Hemos
develado sus elementos esenciales. Amar así al otro, con esas propiedades o
características y con esos propósitos o finalidades es amarle conyugalmente, es
en definitiva querer el matrimonio con él.
Véase
como la palabra ‘amor conyugal’ no es sino
el nombre que se le puso a este tipo de amor, y ‘matrimonio’
el nombre del modo específico de relación a que el amor conyugal
conlleva. Por lo tanto, el amor conyugal y el matrimonio no son de origen
cultural, no son un invento como la aviación o el cine, sino una realidad
natural a la que se le puso ese nombre. Es enteramente lógico que ninguna
realidad sea posterior a su nombre, la realidad existe antes y a esa le ponemos
un nombre. Esto que parece bizantino no lo es, por el contrario resulta
fundamental para entender por qué manipular el nombre de la realidad no
significa manipular la realidad misma. Hoy está de moda llamarle matrimonio a
cualquier tipo de relación, incluso en algunos países a las homosexuales, sin
embargo, es obvio que llamarle igual a lo diferente no lo hace igual. Es como
si pretendiéramos, por ejemplo, que por el solo hecho de llamarle ‘delfín’ a la ‘ballena’,
por ese motivo mutara la ballena en delfín.
Dicho
esto, es fácil entender que existe una natural secuencia o asociación ecológica
entre la inclinación amorosa verdadera y la unión conyugal, un ecosistema entre
amarse y casarse, y que tal asociación no es un invento cultural, ideológico o
legal, ni una intervención apologética exterior al fenómeno mismo del amor
real, causada por un conjunto de precauciones o prejuicios sociales, morales o
hasta religiosos. Por el contrario, nada más natural que la asociación entre la
inclinación amorosa sexual y la unión conyugal, asociación que surge de las
entrañas mismas del verdadero amor.
Ahora
bien. Si existe esa inclinación natural, esa invitación en las entrañas de todo
amor verdadero, significa que existe la posibilidad de actuarla, es decir, de
pasar de ser posible a ser real, de que aquello que queremos ser sea real y
deje de ser sólo posible, de que aquella invitación que se nos presenta como
tendencia sea por fin aceptada, asumida y actualizada. Sería absurdo pensar que
la naturaleza humana contuviera una potencia de imposible realización.
Es
importante y básico advertir, que si bien el amor verdadero inclina al
matrimonio es evidente que el paso del enamorarse al casarse no sucede de
manera automática, como por metamorfosis de las inclinaciones naturales.
Casarse exige la intervención de los sujetos personales de los amantes, en su
propia historia. No amanecemos de repente casados, nadie resulta casado sin su
personal intervención. Recordemos que la unión ha de ser engendrada,
acrecentada, perfeccionada y hasta restaurada por los sujetos personales
mediante sus voluntades.
Este
paso, del enamorarse al casarse, del ser sólo amantes a ser esposo y esposa,
requiere un nuevo e inédito impulso amoroso, un acto de dominio y disposición
sobre la naturaleza misma y sus inclinaciones e invitaciones, impulso que sólo
puede causar la voluntad de la persona y en rigor, la conjunción de las dos
voluntades internas. Por lo tanto, la pura inclinación natural del amor a la
unión no es todavía el matrimonio, sino sólo su invitación, pues es claro que
dicha invitación, por mil razones, puede ser rechazada por alguno de los dos.
Casarse
es asumir, integrando las dinámicas tendenciales que el amor provoca y mediante
un acto de libertad de la persona sobre su naturaleza, se da y acoge al amante.
Don y acogida que tiene las notas de plenitud y totalidad características del
amor conyugal.
Casarse
es pasar a ser eso que queríamos ser, es pasar de un amor prometido a un amor
debido, constituido en nuestro modo conjunto de ser. Casarse es constituir el
amor conyugal como nuestro modo de ser, de amarnos y de vivirnos.
Es
importante, para entender el matrimonio, que se comprenda que lo que nos damos
y acogemos es lo que somos, no lo que tenemos o lo que no tenemos o lo que nos
pasa. Que los esposos compartan lo que tienen o no tienen es corolario de la
unidad en su ser que ha quedado establecida entre ellos. Si somos juntos, si
co-somos, la vida matrimonial consistirá en vivir en el espacio y tiempo eso
que somos juntos. Si hemos fundado ‘lo nuestro’ la dinámica matrimonial no
consiste sino en que lo nuestro se realice, haga realidad sus posibilidades, y
éstas no son sino la proyección de las inclinaciones naturales contenidas en el
amor verdadero y que ya hemos mencionado.
Si
observamos bien, la invitación (al matrimonio) puede ser rechazada, pero lo que
no parece razonable es, que por un lado la relación impulse e invite a la unión
y por otro, de modo consciente o inconsciente se intente destruir esa
inclinación, pervirtiéndola o sustituyéndola por una disociación entre amor y
unión conyugal, pretendiendo que tal ruptura o disociación sea el estado normal
de la relación amorosa. Disociar el amor del matrimonio es típico de frases
como; ‘Para amarnos no es necesario casarnos, podemos
amarnos sin casarnos’ y hasta ‘podemos
casarnos sin amarnos’, frases que reflejan una desencajamiento del
contenido antropológico del amor y del matrimonio. Esta ruptura o disociación
no deja intacto al sujeto, lo fractura íntima y biográficamente. Además, la
experiencia clínica demuestra que dicha disociación termina arruinando la
duración de esos amores.
El
fundamento antropológico del matrimonio exige el reconocimiento de un nexo de
naturalidad, de secuencia, entre el amarse y el casarse, entre el amor sexual y
el matrimonio. Lo que es contrario a aquel modelo que considera normal la
fractura de la secuencia natural entre amor sexual y matrimonio, considerando
que esta secuencia es invento ideológico y una intolerante restricción a
la libertad amorosa.
No se
puede fracturar la natural secuencia entre amarse y casarse sin fracturar
también la armónica unidad psicológica, humana, ética y biográfica de la
persona. ¿Puede el hombre, encontrar su identidad y armonía existencial en una
fractura de su experiencia amorosa respecto del matrimonio y la familia? ¿No es
un grave error dirigir la educación en este sentido de disociar, como ajenos o
hasta contrapuestos, el amor, el sexo y el matrimonio, pretendiendo además
erigir este modelo en propuesta de excelencia antropológica? ¿Es posible vivir
en armonía sin unidad de vida?
8.- ESTRUCTURA Y
DINÁMICA
Ha
quedado claro que somos nosotros, conyugalmente relacionados, quienes
integramos la estructura del matrimonio y quienes con nuestras acciones
operamos su dinámica.
Que la
estructura del matrimonio seamos nosotros significa que nuestro matrimonio
tiene lo que somos, ni más ni menos, tiene lo que le hemos puesto y jamás
tendrá lo que no le pongamos, pues no tiene manera de tenerlo.
Esta
realidad nos brinda claridad para entender el por qué las terapias
restaurativas de las disfunciones conyugales nos remiten necesariamente a la
escena individual en la que cada uno debe luchar por ser un mejor amante, pues
sólo siendo mejores amantes haremos mejores matrimonios. Debe quedarnos claro
que el matrimonio no hace felices a las gentes, ni puede; son más bien las
personas las que pueden y deben hacer matrimonios felices.
Por lo
que hace a las dinámicas conyugales, estas no son sino el cumplimiento y
realización histórica de las inclinaciones naturales que el amor conyugal
contiene y que están presentes en la fundación de todo matrimonio verdadero.
Un
matrimonio que quiere realizarse deberá volver y volver, una y otra vez a las
tendencias que le dieron origen, es decir, a actualizar las notas del amor
conyugal, aquellos elementos asumidos y constituidos por el acto de libertad
que lo fundó, es decir, a ser unión de lo que somos como varón y mujer,
brindándose lo mejor de sí, a ser fiel, perpetua y fecunda.
Bibliografía utilizada
y recomendada.
1.- La Esencia del Amor; Dietrich Von Hildebrand; EUNSA;
Pamplona, España, 1988
2.- Una Caro; Javier Hervada; EUNSA; Pamplona España, 2000
3.- Escritos de Derecho Natural, Javier Hervada, EUNSA, Pamplona
España 1993
4.- Hombre y Mujer los Creó; SS Juan Pablo II; Ediciones Cristiandad;
Madrid 2000.
5.- Libertad, Naturaleza y Compromiso en El Matrimonio, Javier
Hervada, Instituto de Ciencias para la Familia, DIF No. 5 RIALP, 3ª. Edición.
6.- La Institución del Matrimonio: Los Tres Poderes. Pedro Juan
Viladrich, Instituto de Ciencias para la Familia; DIF No.35
7.- El Modelo Antropológico del Matrimonio; Pedro Juan Viladrich;
Instituto de Ciencias para la Familia; DIF No. 31
8.- Apuntes personales y material de lectura de la Cátedra del
Profesor Viladrich en la signatura sobre Estructura y Dinámica del Matrimonio,
en el Master sobre Matrimonio y Familia en la Universidad de Navarra, España.
Luis Lozano Torres
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