Hoy comenzamos el octavario de
oración por la unidad de los cristianos. Espinoso asunto, porque tendremos que discernir si se trata de buscar
una unión real AL PRECIO QUE SEA, o de
reunirnos todos en la VERDAD.
Mala cosa la tentación de caer
en un barato irenismo que a nada lleva, aunque deje un superficial contento.
Mal negocio. Mal asunto ir rebajando la
doctrina y la moral en aras de llegar a un consenso que a todos pusiera dejar
medio satisfechos. Malísima renunciar a cosas esenciales de nuestra fe
para que otros pudieran sentirse medio contentos. Solo medio. Y conste que está
de moda.
Al iniciar esta semana no me
resisto a dejar no buenas voluntades, no deseos legítimos, no futuribles de te
quiero y me quieres, sino doctrina,
magisterio indiscutible.
Comencemos nada menos que por
el Catecismo Mayor de San Pio X, que en su
número 128 afirma lo siguiente: “finalmente la gran
herejía del Protestantismo (siglo XVI), forjada y propagada principalmente por Lutero y Calvino. Estos novadores, con
rechazar la Tradición divina, reduciendo toda la revelación a la Sagrada
Escritura, y con sustraer la misma Sagrada Escritura al legítimo magisterio de
la Iglesia para entregarla insensatamente a la libre interpretación del
espíritu privado, demolieron todos los
fundamentos de la fe, expusieron los Libros Santos a las profanaciones de la
presunción y de la ignorancia y abrieron la puerta a todos los errores”.
El número 129 es tumbativo: “El Protestantismo
o religión reformada, como orgullosamente la llaman sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo
antes de él, que ha habido después y que pueden aún nacer para ruina de las
almas”.
Sigo con el Concilio Vaticano II, que a conciliar
a servidor no le gana nadie: “Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en
la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la
misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: “Id, pues,
y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt.,
28, 19-20). (Dignitatis Humanae, 1).
Por otra parte, en la Declaración Dominus Iesus leemos, hablando
de otras religiones, que “Es, por lo tanto, contraria a la fe de la Iglesia la tesis del
carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en
las otras religiones. La razón que está a la base de esta aserción
pretendería fundarse sobre el hecho de que la verdad acerca de Dios no podría
ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión
histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo”.
Sigue: “Existe, por lo tanto, una única Iglesia de
Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro
y por los Obispos en comunión con él” (17).
Y sigue: “los fieles no pueden imaginarse la
Iglesia de Cristo como la suma —diferenciada y de alguna manera unitaria al
mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad
de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo
tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y
Comunidades».
Pequeñas pinceladas.
Para esta semana de oración
por la unidad de los cristianos les invito a leerse estos documentos concretos.
Y es que la historia nos habla de “iglesias” que
se fueron separando. Pues nada, que vuelvan… Porque la gran misericordia con
ellos es que retornen a la casa común, no confirmarles en el error haciendo que
permanezcan en comunidades que han perdido la esencia de la fe católica.
Añadan, si tienen
tiempo, otros dos documentos del Vaticano II:
Unitatis Redintegratio, sobre ecumenismo.
Ad gentes, sobre la actividad misionera de la
Iglesia.
Jorge
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