martes, 19 de diciembre de 2017

UNA DE LAS APORTACIONES FUNDAMENTALES DE SANTO TOMÁS DE AQUINO A LA TEOLOGÍA.


Uno de los puntos fundamentales de la Teología tomista es el que se refiere al origen radical de las cosas. Se trata de un problema ontológico que exige una gnoseología adecuada. Los filósofos griegos, en un principio pensaron que sólo existían cuerpos materiales increados y que la producción de nuevos cuerpos consistía en agrupaciones nuevas de cualidades sensibles. Se trataba de transmutaciones accidentales que no planteaban el origen radical de los existentes. Los filósofos presocráticos así lo concibieron.

Con Platón y sobre todo con Aristóteles se observó que todos los entes corpóreos están formados por materia y forma. Pero Platón y Aristóteles no se preguntaron sobre el origen de la materia, porque para ellos la materia no era causada por algo. Para Platón, las formas sustanciales vienen de las ideas, mientras que para Aristóteles las Ideas no pueden ser causas de nuevas substancias. Por eso propone como causa de las participaciones de las Ideas en la materia, lo que él llama formas sustanciales.[1] El mérito de Aristóteles es el haber comprendido que había que justificar la existencia de las sustancias constituidas, pues los filósofos anteriores a Aristóteles, explicaban la distinción de individuos de cada especie, pero consideraban las sustancias específicamente distintas, como algo ya dado en la naturaleza. Con Aristóteles se progresó de demostrar lo que hace que el ente sea a explicar lo que hace que un ente sea tal ente. Sin embargo, ni los presocráticos, ni Aristóteles, se preguntaron por la explicación de la existencia de la materia. Faltaba determinar la causa última del ente completo con su materia, su forma y sus accidentes. Había que pasar de las respuestas acerca de por qué es un ente y por qué es tal ente, a la respuesta de por qué es el ente. Y para esta pregunta la única respuesta era: porque Dios lo ha creado.[2] Pero lamentablemente a esta respuesta no llegaron los griegos.
Y eso es lo que nos hace ver que el paso de Aristóteles a Santo Tomás es muy grande porque se trata del paso de un dios no creador, a  un Dios creador.[3] Y es que Santo Tomás define la creación como una emanationem totius entis a causa universali.[4] Y aquí hay que considerar el significado de la palabra esse en Santo Tomás, que tiene un sentido estricto y un sentido amplio. Y en el sentido estricto, que es el auténticamente tomista, el esse es el acto de ser; mientras el sentido amplio que es el más apegado al sentido aristotélico, ese significa el existente sustancial. Lo que no admitió Santo Tomás es que la causa en virtud de la cual una substancia existe como substancia fuera, ipso facto, una causa essendi simpliciter.[5] Santo Tomás reconoce que Aristóteles se había elevado a una causa primera de todo el ser, pero en sentido del ente sustancial, pero fue consciente de que Aristóteles no se elevó hasta un Dios creador o causa del acto de ser o de la existencia. De hecho, aunque Avicena, que consideró a Aristóteles y el pensamiento árabe, ya había mencionado la definición de creación; la noción de creación de Avicena y la de Santo Tomás no son la misma. Porque Santo Tomás concluye que hay que determinar la existencia del ser de cada ente, por el cual todos los entes que no son por su ser, obtienen su ser por medio de la participación.[6] Hay que comprender que en la discusión de Avicena contra Averroes, Santo Tomás se inclina por Avicena, pero le hace varios ajustes tomando en cuenta la doctrina agustiniana que considera el “Yo soy” de la Sagrada Escritura, como el ser inmutable.
Todo lo que se atribuye en el mundo creado, en Dios es su propio ser. Mientras San Agustín aplica todo a la inmutabilidad, Santo Tomás lo hace al esse o acto de ser. Para San Agustín el acto creador es la producción del ente por el Ente.[7] Para San Agustín, El que es lo que es, hace que las cosas sean lo que son. Sin embargo, la filosofía platónica, no le permitió plantear con claridad el esse o acto de ser. Todo en San Agustín se apoya en la doctrina de la participación. La información de la materia es su determinación inteligible por la idea divina. La Teología natural de San Agustín se basa en la ontología platónica de la esencia. Por eso, aunque teológicamente no tiene error, su filosofía no le permite una explicación racional más perfecta de la que puede lograr con el pensamiento de Platón. De hecho, siempre que quiere situar a Dios, lo hace más en el alma misma que fuera del alma.[8] El pensamiento agustiniano es una antinomia de la Eternidad y la Mutabilidad. La intimidad de una presencia mutua. En cambio, Santo Tomás explica esto religando el tiempo a la eternidad, la creatura al creador. Explicando el eterno presente de Dios.[9] Considera de un modo más profundo la inmanencia de la eficacia divina a sus criaturas que es causa de su ser y de su duración. Santo Tomás aclara el error de Dionisio al afirmar que Dios da la existencia porque es el Existir mismo, mientras Dionisio sostiene, siguiendo a Plotino, que lo que da el ser es el Uno porque él mismo no es. Para Dionisio el Uno está por encima del ser y por lo mismo, si el Uno no es, Dios no es. Santo Tomás invierte la doctrina de Dionisio que afirma que se llega a la causa de todo eliminando el dato y trascendiéndolo[10]. En el fondo Dionisio acaba afirmando que las cosas son porque Dio no es. Por eso Santo Tomás se ve precisado a restablecer todas las relaciones de la creatura con Dios concebidas por Dionisio como participaciones del Uno, ubicándolas en el plano del ser y de la causalidad del ser. Para Santo Tomás Dios es el superesse porque es el Ser, el Esse puro y simple, considerado en su infinidad y perfección. Santo Tomás conserva la propuesta de Dionisio, pero quitando el error del Uno cambiando totalmente su sentido.[11] Para Santo Tomás, conocer las cosas, no es conocer algo que Dios no es. Sino que Dios es todo en modo eminente.[12] Todos los atributos de Dios conocidos a partir de las creaturas, se nos hacen invisibles al identificarlos con la perfecta simplicidad de Dios. Con esto Santo Tomás resuelve el problema fundamental de la Teología natural. El Dios de la religión y los principios de la Filosofía quedan incluidos en una misma explicación. Y es que no bastaban los principios, sino que se necesitaban causas. Dios en Santo Tomás es el Esse. Lo real no es inteligible más que a la luz del Acto supremo de ser que es Dios. En Santo Tomás, Dios es el principio supremo de inteligibilidad filosófica. Todo lo que participa en un grado cualquiera de la unidad, la verdad la bondad, la belleza, es uno, verdadero, bueno y bello. El principio supremo de la inteligibilidad filosófica es Dios mismo. El Dios de su propuesta filosófica es el Dios de la religión y de la Teología. Para Santo Tomás, la causa radical de todos los existentes es su principio supremo de inteligibilidad. Dios no es sólo principio sino es creador y no es sólo bien sino es Padre providente, cuya providencia abarca todos los entes porque su providencia es su causalidad. En Santo Tomás, la causalidad de Dios es dependencia inmediata de Dios en su ser y en sus operaciones.[13] Creación y redención son en Dios su propia acción que como su poder, se identifica con su propio existir.[14]
De este modo, Santo Tomás une el primer principio de la Filosofía con el Dios de la religión y de la Teología, y considera el Dios de la religión como Autor de la Naturaleza y de la historia, permitiéndonos ubicarlo racionalmente, como el Dios de los filósofos y el Dios de la religión.

[1] Cfr. Aristóteles. De generatione et corruptione, II, 9, 335, b.
[2] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.44, a.2, ad. Resp.
[3] “Secundus est error Platonis, et Anaxagorae, qui poseuerunt mundum factum a deo, sed ex materia praejacenti, contra quos dicitur in Ps. 148: Mandavit, et creata sunt, id est ex nihilo facta. Tertius est error Aritotelis, qui posuit mundum a Deo factum non ese, sed ab aeterno fuisse, contra quod dicitur. Gen.I: In principio creavit Deus coelum et terram.” De articulis fidei, en Opuscula. P. Mandonnet, t.I, p.3.
[4] Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.45, a1, ad. Resp.
[5] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G., II, 21.
[6] Cfr. Aquino, Tomás de. De Pot. III, 5, ad. Resp.
[7] Cfr. San Agustín. Confesiones, XI, 5.
[8]  Cfr. San Agustín. Confesiones, X, 26, 37.
[9] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.13, a.11 ad. Resp.
[10] Cfr.  Dionisio el Aeropagita. De divinis nominibus, cap, VII.
[11] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.13, a.3, ad.2m.
[12] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.13, a.2, ad 3m.
[13] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.22, a.13, ad Resp.
[14] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q. 13, a.7, ad Resp., y ad 1m.

Manuel Ocampo Ponce

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