Un detalle puede valer más que
una casa nueva o un carro del año.
Por: H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx
Por: H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx
«Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos
y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a
otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco
talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió
dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer
un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo
viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos.
Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco,
diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su
señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te
daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que
había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he
ganado otros dos”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has
sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu
señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor,
sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no
esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo
tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que
sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber
puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío
con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al
que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo
que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el
llanto y el rechinar de dientes”». (Mt 25,14-30 / XXXIII
Domingo Ordinario A)
Ahora
que se acerca la Navidad, todos estamos pensando en regalos. ¿Qué voy a dar? ¿Qué
voy a recibir? ¿Cuánto me va a costar? ¿Le va a gustar? Todos sabemos que los
mejores regalos no son los más caros, sino los que vienen personalizados, con
nombre y apellido. Un detalle puede
valer más que una casa nueva o un carro del año. A fin de cuentas, un
regalo vale el uso que se le da: más vale un Bic que escriba bien en el examen,
que una Mont Blanc de adorno porque no sirve de otra cosa.
Casi siempre que leemos este evangelio, pensamos
en todos los dones que Dios nos ha dado. Hemos recibido miles de talentos que
debemos desarrollar y poner al servicio de los demás. Y todo eso es cierto.
Pero quizá a veces se nos olvida cuál es el regalo más grande que hemos
recibido de Dios: Él mismo. No hablo sólo de su sacrificio en la cruz o su
continua oblación en la Eucaristía. Me refiero al don de sí mismo en el momento
de crearnos.
Si yo
le regalo algo a otra persona, mi regalo y yo somos dos cosas diferentes. Pero
con Dios, no funciona así: cuando Él da algo, se está dando a sí mismo. Por
eso nuestra misma existencia es una pequeña participación del ser de Dios, de
su vida, de su perfección, de su amor. El señor de la parábola les encomendó a
sus siervos un poco de su dinero: Dios se ha puesto Él mismo en nuestras manos,
las manos de sus amigos.
Nosotros podríamos pasar por la vida sin
enterarnos del regalazo que hemos recibido. O podríamos saberlo, y echarlo a la
basura. O podríamos usarlo para ganancia propia. Dios ya nos dio el regalo: pero este regalo viene con límite de tiempo.
Sólo tengo un número limitado de años para usarlo; después, lo tendré que
regresar. Tarde o temprano llegará ese día…, en el momento que menos lo espere.
No sé, pero quizá, la mejor manera de usarlo sea
imitar a quien nos lo dio. Él se convirtió en regalo para cada uno de nosotros.
Quizá la mejor manera de sacarle el jugo a este regalo sea convertirme en un
regalo, un don para los demás. Dios podría darnos todo el universo, si
quisiera. Pero su mejor regalo fue darse a Él mismo como don. Quizá sea esa la chispa, el ingrediente
secreto, que le falta a nuestros regalos: estamos regalando cosas, pero no nos
estamos dando a nosotros mismos.
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