María con tu sí me
has dado a Cristo, por tu sí, yo soy cristiano. ¡Gracias Señora!
Por: Fátima Moreno y Pedro Mira | Fuente: Catolicos Con Acción
Por: Fátima Moreno y Pedro Mira | Fuente: Catolicos Con Acción
“Dichosa por haber creído” (Lc 1,
45)
El término cristiano es bíblico, el libro de los
Hechos de los Apóstoles nos narra que fue en Antioquía en donde los Apóstoles
recibieron el nombre de “cristianos” (Hch
11, 26), ahora bien, definido de donde proviene término cristiano, nos podemos
preguntar ¿Qué significa ser cristiano? En la más simple de las definiciones
cristiano es aquel que cree en Cristo, pero en realidad ser cristiano es aquel
que cree en Cristo bajo la Fe de los Apóstoles, ya que no se puede creer en
Cristo sino es por aquellos quienes contaron su historia y la han hecho
trascender hasta nuestros días, por medio de la Sagrada Tradición en un primer
momento, y luego por la Sagrada Escritura.
En nuestra querida América Latina, se ha acuñado
el término cristiano para referirse a los hermanos separados que viven su fe, iglesias
o sectas de diferentes denominaciones, una equivocación que nosotros como
católicos cometemos muy frecuentemente. No se debe caer en el error de reducir
el término cristiano únicamente para refiriéndose a hermanos separados, es
decir, quienes nacieron de la protesta contra Iglesia Católica (luteranos,
calvinistas, anglicanos, presbiterianos, bautistas, pentecostales, etc.) y
sectas fundamentalistas que existen en nuestro entorno. Los católicos somos
cristianos, siempre lo hemos sido, porque nuestra fe proviene directamente de
la Fe de los Apóstoles. La palabra “católico” viene
del griego “katholikos”, que significa
universal y en los primeros siglos de la Iglesia los términos cristiano o
católico se utilizaban indistintamente. Somos cristianos universales,
católicos, porque Jesús antes de ascender al cielo nos dejó el siguiente
mandato que expone la universalidad de su mensaje: “Vayan
y prediquen el Evangelio a toda criatura.” (Mc 16, 15)
San Juan Crisóstomo en su homilía sobre el
Evangelio de San Juan 19,2- 3 en el año 390 decía:
“Entonces recibían diversos
nombres. Mas ahora tenemos todos un único nombre, mayor que todos aquéllos; nos
llamamos cristianos, hijos de Dios, amigos, un solo cuerpo. Esta apelación nos
obliga más que cualquier otra y nos hace más diligentes en la práctica de la
virtud. No hagamos nada que sea indigno de tan gran nombre, pensando en la gran
dignidad con la que llevamos el nombre de Cristo. Meditemos y veneremos la
grandeza de este nombre.”
Somos cristianos y bajo la universalidad del
mandato que Cristo nos encomendó nos llamamos católicos, por ende somos
cristianos católicos; comprometidos en la vivencia del misterio de Cristo a la
luz de la Fe Apostólica. Dentro de la Fe Apostólica, María es celebrada tanto
en la Tradición como en las Sagradas Escrituras como “Dichosa
por haber creído” (Lc 1, 45). No se puede separar a María de la
Apostolicidad, ya que desde la comunidad primitiva (compuesta por discípulos,
amigos y familiares de Jesús) tenía especial estima entre todos los miembros,
el cual se fue extendiendo entre los que se agregaban. Cabe destacar que antes
de ser escritos los evangelios, hubo un período de aproximadamente 20 años en
que los relatos de la vida de Jesús fueron de boca en boca; pero al ir
falleciendo quienes contaban estos relatos, los cristianos empezaron a poner
por escrito todo cuanto escuchaban de quienes habían sido testigos de primera
mano de la vida y obra de Jesús (La Sagrada Tradición Apostólica).
En este contexto, podemos tomar como referencia
el trabajo de San Lucas, discípulo de Pablo, en el cual es palpable que antes
de escribir su evangelio, recopiló la mayor cantidad información sobre Jesús
mediante una especie de investigación que tuvo que documentar, para escribir su
obra y en la que podemos apreciar la importancia de María en la comunidad
cristiana; él la llama “llena de gracia” (Lc
1, 28). A partir de este punto podemos empezar a esbozar que la figura de María
está estrechamente ligada a la herencia cristiana que hemos recibido de los
Apóstoles, no solo por tener el privilegio de haber sido la madre del Cristo,
sino por méritos que ella reflejaba en su diario vivir. María fue la primera cristiana,
ya que ella creyó en Cristo antes que cualquier otro ser humano, María fue la
primera discípula, debido a que ella siguió atentamente los pasos y las
enseñanzas de su hijo, siempre fue consciente que el fruto de su vientre era el
Mesías, el Hijo de Dios; María fue la primera Apóstol, ya que el día de
Pentecostés ella estaba presente en el cenáculo y fue testigo de la obra
maravillosa del Espíritu Santo de la cual ella ya era partícipe desde la
anunciación años atrás (Lc 1, 35).
Muchas de las sectas “cristianas”
que están en el entorno Latinoamericano y con el que a diario nos
encontramos, negando la Tradición Apostólica e interpretando a conveniencia la
Sagrada Escritura manifiestan un odio tal, que en ocasiones hasta se percibe
como diabólico hacia la Madre de Dios, María Santísima; a lo que tomando como
base la definición del término cristiano genera los siguientes
cuestionamientos: ¿Será digno de un cristiano no amar a la Madre de Cristo? ¿Se
honra el nombre de Cristo al ofender a su Madre?
Tratando de obviar la Sagrada Tradición y
tomando básicamente lo narrado en los Evangelios, nos podemos preguntar:
¿Cristo negó a su Madre? ¿Les enseñó Cristo a los apóstoles a no querer a su
Madre? ¿Por qué entonces la encomendó al apóstol San Juan? ¿Se puede ser
Cristiano sin María? ¿Por qué los hermanos separados nos atacan tanto en el
tema de María?
Parece un poco extraño que los propios
reformadores tenían una concepción de María diametralmente opuesta a lo que
predican nuestros hermanos de las sectas cristianas. Veamos que dicen algunos
de sus fundadores acerca de la Santísima Virgen María, la madre de Jesús.
MARTÍN
LUTERO – FUNDADOR DE LOS LUTERANOS.
Sermón Navidad 1531: “[Ella
es] la mujer más encumbrada y la joya más noble de la cristiandad después de
Cristo… Ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas. Nunca podremos
honrarla lo suficiente. Aun cuando ese honor y alabanza debe serle dado en un
modo que no falte a Cristo ni a las Escrituras.”
JUAN
CALVINO- FUNDADOR DE LOS CALVINISTAS.
“Helvidius mostró demasiada
ignorancia al concluir que María debió haber tenido muchos hijos, por la razón
de que son mencionados algunas veces los hermanos de Cristo”
ULRICO
ZUINGLIO – REFORMADOR PROTESTANTE.
Publicó en 1524 uno de sus sermones que trató
sobre María, siempre virgen, madre de Dios: “Nunca
he pensado, ni mucho menos enseñado o declarado públicamente, nada concerniente
al tema de la siempre Virgen María, Madre de nuestra salvación, que pudiera ser
considerado deshonroso, impío, sin valor o malvado… Creo con todo mi corazón,
de acuerdo con el santo Evangelio, que su pureza virginal nos conduce hacia el
Hijo de Dios y que ella permaneció, durante y después del parto, pura y sin
mancha, virgen por la eternidad>.
HEINRICH
BULLINGER – REFORMADOR PROTESTANTE.
“La Virgen María…
completamente santificada por la gracia y la sangre de su único Hijo,
abundantemente dotada del don del Espíritu Santo y distinguida entre todos…
ahora vive felizmente con Cristo en el cielo, es llamada y permanece siempre
Virgen y es la Madre de Dios.”
Es interesante analizar como los fundadores de
las iglesias provenientes de la reforma también amaban y veneraban
profundamente a la Virgen María, pero aún más interesante como la Iglesia
Católica ha logrado custodiar el agradecimiento a ella. Con este artículo no se
pretende atacar a las Iglesias protestantes nacidas de la reforma, mucho menos
las sectas cristianas que están presente en nuestro entorno, lo que se pretende
con este artículo es crear conciencia que no es cristiano apartar a María de
nuestra Fe, mucho menos menospreciarla o insultarla, porque dentro del corazón
del cristiano lo mínimo que debe de existir es un infinito agradecimiento por
haber colaborado con el plan de Salvación que Dios tenía preparado para cada
uno de nosotros.
Cristiano sin María no es
cristiano. ¿Virgen María que me has dado? con tu sí me has dado a Cristo, por
tu sí, yo soy cristiano. ¡Gracias Señora!
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