Justicia es la
constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.
Por: Silvana Ramos | Fuente: Catholic-link.com
Por: Silvana Ramos | Fuente: Catholic-link.com
La
Justicia, dice el Catecismo de la Iglesia Católica
(1807), «es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de
dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es
llamada “la virtud de la religión”. Para con
los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a
establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad
respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con
frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de
sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo
juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con
justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y
equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo”
(Col 4, 1)».
Suena precioso todo esto pero, ¿cómo lo ponemos en práctica?,
¿sabemos cuándo estamos siendo justos? A veces podemos estar cumpliendo la ley
al pie de la letra, como dice el Papa Francisco, y sin embargo ser
tremendamente injustos. No son pocas las veces en que miramos al cielo y nos
lamentamos las injusticias de este mundo. San Juan Pablo II en una de sus
catequesis decía: «todos somos conscientes en cierta manera de que no es
posible llenar la medida total de la justicia en la transitoriedad de este
mundo», pero sí es posible aportar un granito de arena. Aquí les
dejamos algunos consejos que
podrían ser útiles.
1. RECONOCER EL VALOR Y
LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO
Es necesario mirar con respeto y reconocer el
valor de cada vida humana en primer lugar. Reconocer lo que se “le debe al otro” de acuerdo al contexto y su situación y su
dignidad de ser humano, dignidad que parte desde que es hijo de Dios. Muchas
veces al aplicar la ley al pie de la letra se comenten injusticias terribles
que pueden encerrar venganza e hipocresía. Somos blandos con quienes amamos
pero aplicamos el rigor de la ley y somos implacables con quien despreciamos.
La justicia es para todos y no se reduce a aplicar la ley sino a dar a cada
quién lo que le corresponde.
2. EL SANO DISCERNIMIENTO
Relacionado con el punto anterior, es necesario “entrenarse” en el sano discernimiento. Evitar los juicios precipitados o llevados
por el ardor de los sentimientos. Evaluar la situación y valorar los
actos y las condiciones requiere de un tiempo, no significa un tiempo para
buscar excusas, sino un tiempo para poder valorar los sucedido justamente. Aquí
se evidencia que el sistema de justicia es un sistema que tiene que estar al
servicio del hombre, promover la bondad de sus actos y no al revés.
3. PEDIR CONSEJO
En situaciones complicadas y de confusión, que
pueden ser situaciones cotidianas con los hijos, entre los esposos, familiares,
trabajadores, compañeros de estudios, etc. es prudente pedir consejo a alguien con mayor experiencia y
reputación en el tema: nuestros padres, un consejero, un sacerdote, etc. La
justicia también tiene que estar dirigida por el amor cristiano, por reconocer
que para actuar con justicia necesitamos del amor al prójimo. Esto de ninguna
manera significa “pasar por algo todo” sino dar a cada uno lo que lo hará mejor
persona.
4. EDUCAR EN JUSTICIA
Las virtudes son adquiridas en un primer momento
mediante la educación y el promover los
actos virtuosos. Es el hogar el lugar ideal y primero para educar en
justicia. La manera justa en que los padres, como primeros educadores, nos
comportemos no solo con nuestros hijos, sino entre nosotros y con todas las
personas que ingresan y participan de nuestro hogar será el primer referente, y
tal vez el más fuerte que nuestros hijos tengan y bajo el cual actuarán.
5. RECURRIR A LA GRACIA Y LA AYUDA DE DIOS
Si bien la justicia se aprende, la virtud es
elevada mediante la gracia y la ayuda de Dios. Recurrir constantemente a Él para que nos ayude a ser hombres y
mujeres justos es mandatorio. Solo del más justo vendrá esa ayuda necesaria
para poder ir descubriendo y ampliando el concepto que de justicia tenemos.
Sólo Dios nos ayudará a “abrir los ojos” e
ir descubriendo lo que al otro “se le debe”. Pedirle
a Dios insistentemente porque su Espíritu nos ilumine y nos ayude a actuar
virtuosamente tiene que ser un constante en nuestras vidas.
6. AMAR EL BIEN
Tan simple como suena. Amar el bien, amar todo
lo bueno que Dios nos muestra como camino a la santidad. El bien no
necesariamente significa “pasarlo bien”, o “sentirme bien”, muchas veces implica esfuerzo
sacrificio, renuncia, agachar la cabeza y pedir perdón. Incluso a veces
significa ser firmes (pero misericordiosos) con quien amamos, por su bien. Amar
el bien es una conquista del día a día.
7. RECURRIR A LOS SACRAMENTOS
Qué mayor asistencia para crecer que el alimento
por excelencia para nuestras almas. Los sacramentos de la Eucaristía y de una
manera particular el sacramento de la reconciliación
nos dan luces de lo que el hombre necesita. Dios actúa con justicia, a través
del sacerdote, cada vez que nos acercamos a pedirle perdón por nuestros pecados,
por nuestras faltas, por las injusticias que cometemos con los demás y con
nosotros mismos. Qué gran escuela de
justicia tenemos en este sacramento.
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