El Cielo es una alegría infinita, una paz sin miedos, un amor que será donación completa, sin egoísmos.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Vivimos en un mundo de prisas, de resultados, de
competición frenética. Muchas veces caemos en el activismo, parece que
existimos sólo para responder a la urgencia del momento.
Nos limitamos a considerar nuestros puntos fuertes o débiles, ese éxito profesional o esa derrota futbolística. Se suceden en nuestro corazón estados de euforia emotiva y momentos tristes y amargados... Todo pasa y todo llega como si la vida en esta tierra fuese lo único al alcance de nuestras manos, lo único por lo que vale la pena un poco de esfuerzo.
Pero no todo es fácil ni asequible. Hay momentos de dudas, de tormenta, de cansancio y de derrota. Entonces, ¿pensamos en el Cielo? ¿Recordamos cuál es la meta de la vida? Muchas veces deberíamos preguntarnos para qué vivimos, a dónde vamos, cuál es ese sueño profundo que nos viene a la cabeza ahí, cuando estamos a solas, al acostarnos, ante el espejo.
Quizá pensamos poco en el Cielo porque no sabemos lo que nos espera, porque no hemos profundizado en lo que es el amor de Dios ni en lo mucho que sueña en que un día nos encontremos, para siempre, con Él...
¿Qué es el Cielo? El Cielo es la meta última, el abrazo definitivo y eterno con quien sabemos que nos ha amado para siempre. Es llegar al lugar donde se nos conoce, se nos espera, se nos ama. Es juntarnos con ese familiar tan querido, con un compañero de trabajo que acaba de fallecer, con personas que nunca conocimos pero que también viven allí, felices, en el eterno abrazo de Dios.
El Cielo consiste en un éxtasis continuo, una alegría infinita, una paz sin miedos, un amor que será donación completa, sin egoísmos...
Deberíamos también imaginar el Cielo desde el otro lado, desde Dios. Allí llega a plenitud su querer amoroso de Padre. Recibe con alegría a cada uno de sus hijos, después de las aventuras y avatares de la vida. La alegría de Dios será la alegría de todos los salvados, la plenitud de quien se hará todo en todos, por medio de Cristo. No podemos imaginar bien lo que esa fiesta sea. "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre ha llegado, lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1Co 2,9).
El Cielo. Pensemos en el Cielo. Entonces se nos hará más llevadera la cruz de cada día. Daremos sentido a nuestro trabajo y nuestro amor. Viviremos más comprometidos por la justicia y la paz. Buscaremos que otros muchos, hermanos nuestros, puedan abrir su corazón a un Dios que es Padre. Un Padre que espera, con amor infinito, la llegada de los hijos de su sueño.
Nos limitamos a considerar nuestros puntos fuertes o débiles, ese éxito profesional o esa derrota futbolística. Se suceden en nuestro corazón estados de euforia emotiva y momentos tristes y amargados... Todo pasa y todo llega como si la vida en esta tierra fuese lo único al alcance de nuestras manos, lo único por lo que vale la pena un poco de esfuerzo.
Pero no todo es fácil ni asequible. Hay momentos de dudas, de tormenta, de cansancio y de derrota. Entonces, ¿pensamos en el Cielo? ¿Recordamos cuál es la meta de la vida? Muchas veces deberíamos preguntarnos para qué vivimos, a dónde vamos, cuál es ese sueño profundo que nos viene a la cabeza ahí, cuando estamos a solas, al acostarnos, ante el espejo.
Quizá pensamos poco en el Cielo porque no sabemos lo que nos espera, porque no hemos profundizado en lo que es el amor de Dios ni en lo mucho que sueña en que un día nos encontremos, para siempre, con Él...
¿Qué es el Cielo? El Cielo es la meta última, el abrazo definitivo y eterno con quien sabemos que nos ha amado para siempre. Es llegar al lugar donde se nos conoce, se nos espera, se nos ama. Es juntarnos con ese familiar tan querido, con un compañero de trabajo que acaba de fallecer, con personas que nunca conocimos pero que también viven allí, felices, en el eterno abrazo de Dios.
El Cielo consiste en un éxtasis continuo, una alegría infinita, una paz sin miedos, un amor que será donación completa, sin egoísmos...
Deberíamos también imaginar el Cielo desde el otro lado, desde Dios. Allí llega a plenitud su querer amoroso de Padre. Recibe con alegría a cada uno de sus hijos, después de las aventuras y avatares de la vida. La alegría de Dios será la alegría de todos los salvados, la plenitud de quien se hará todo en todos, por medio de Cristo. No podemos imaginar bien lo que esa fiesta sea. "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre ha llegado, lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1Co 2,9).
El Cielo. Pensemos en el Cielo. Entonces se nos hará más llevadera la cruz de cada día. Daremos sentido a nuestro trabajo y nuestro amor. Viviremos más comprometidos por la justicia y la paz. Buscaremos que otros muchos, hermanos nuestros, puedan abrir su corazón a un Dios que es Padre. Un Padre que espera, con amor infinito, la llegada de los hijos de su sueño.
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