Jesucristo demostró con sus milagros que lo que
decía era verdad: porque sólo con el poder de Dios se pueden hacer milagros. El
milagro supera las leyes de la Naturaleza, y esto sólo puede hacerse con el
poder de Dios.
Jesucristo
había dicho muchas veces: Si no creéis en mis palabras, creed en mis obras; Mis
obras dan testimonio de Mí; Si no hubiera hecho entre ellos obras tales, cuales
ningún otro ha hecho, no tendrían culpa.
Jesucristo aludía a los milagros que hacía para que creyésemos en Él.
Jesucristo
hacía los milagros en nombre propio. Le dice al viento: Yo te lo digo, párate;
y el viento se para. Y al mar: Yo te lo digo, cálmate; y el mar se calma. Y al
paralítico: Yo te lo digo, levántate; y el paralítico se levanta. Jesucristo
hacía siempre los milagros en nombre propio: Yo te lo digo. En cambio San Pedro
los hacía en nombre de Jesucristo.
El
milagro es una obra, un hecho visible y perceptible por los sentidos, que supera
las fuerzas de la Naturaleza; y que se hace por Dios, bien directamente, bien
por medio de los ángeles o de los hombres.
Dios hace
milagros siempre con un fin bueno: como un signo de salvación.
El
milagro es el sello de Dios. Todo lo que lleva el sello del milagro es verdad,
porque Dios no puede respaldar con su autoridad una mentira.
La fuerza
del milagro está en que Dios es el único que puede cambiar las leyes de la
Naturaleza, y en que Él es la Suma Verdad. Por lo tanto el milagro realizado
para confirmar una afirmación de labios humanos, es una aprobación de Dios a la
afirmación del hombre; y Dios no puede aprobar el error ni la mentira.
Los
milagros ayudan la fe, pero no la fuerzan, pues el acto de fe debe ser libre.
Si no, no sería meritorio. La fe trasciende las razones, pero es razonable. Si
la fe no fuera razonable los creyentes seríamos estúpidos.
No son
milagros los hechos extraordinarios que provienen de ciertas habilidades de los
hombres o de intervenciones del demonio.
No es lo
mismo milagro que prodigio. Un prodigio puede ser obra de un prestidigitador o
un fenómeno parapsicológico. Un prestidigitador que se saca palomas de la
manga, o un radiestesista encontrando manantiales de agua no tienen nada de
milagroso. Se trata de trucos, habilidades, cualidades excepcionales. Pero nada
de esto supera las leyes de la Naturaleza. El milagro es un rompimiento de las
leyes de la Naturaleza, y en un contexto religioso.
Dios
puede cambiar las leyes de la Naturaleza, que son obra suya. Pero Dios no puede
hacer un círculo cuadrado, pues esto es absurdo, y Dios no hace absurdos.
Hay
fenómenos que todavía no conocemos bien, como la radiestesia, la telepatía, la
telergia, la telequinesia, la precognición, etc. Aunque hay un constante
rechazo por la práctica totalidad del mundo científico de todas las
afirmaciones de la Parapsicología acerca de la capacidad de influir en la
materia por medios subjetivos; tanto en la predicción de resultados aleatorios
como en la telequinesia.
Pero el
milagro es algo que sabemos supera las fuerzas de la Naturaleza: como resucitar
a un muerto de cuatro días que ya está en estado de putrefacción. Quizás no
sepamos hasta dónde puedan llegar, en algunos casos, las leyes de la Naturaleza.
Pero hay cosas que ciertamente comprendemos que la Naturaleza no puede hacer:
un hombre tan alto que toque la Luna con su mano, obtener oro uniendo hidrógeno
y oxígeno, o sacar rosas sembrando un grano de trigo.
Hay cosas
que superan evidentemente las posibilidades de los hombres, como dijo
Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura: Tú puedes apagar de un soplo
una vela; pero es imposible apagar el Sol a fuerza de soplidos. Un cerdo, por
mucho que se le entrene, nunca podrá competir con un caballo de carreras; a lo
más llegará a ser un cerdo veloz.
Hoy la
ciencia médica obtiene curaciones estupendas, pero valiéndose de medios
adecuados, con frecuencia complicados y largos. En esto no hay prodigio, sino
técnica y uso inteligente de medios proporcionados al fin. Pero si un hombre
cura a un ciego, o aun leproso, con una simple palabra entonces la ciencia y la
razón quedan eliminadas, y es preciso buscar la causa del hecho fuera de las
leyes y los medios naturales.
Algunas
personas se resisten a creer en los milagros de Jesucristo. Niegan el milagro
porque dicen que eso es imposible. Pero esta negación no tiene valor ninguno.
Si se prueba que son hechos reales, hay que darles alguna explicación. Las
curaciones de las enfermedades quieren atribuirlas a procedimientos ocultos y
desconocidos; y cuando esto les resulta demasiado absurdo, entonces se limitan
a negar tranquilamente el hecho. Este procedimiento es muy cómodo, pero resulta
poco científico.
La fuerza
de Jesucristo está en que confirmó su doctrina con milagros que nos consta se
realizaron por la historicidad de los Evangelios, y que por exceder a todo
poder humano son una confirmación divina.
Una vez
admitida la actividad taumatúrgica como un dato indudable de la vida de Cristo,
no hay fundamento para hacer una selección entre los milagros de los
Evangelios, admitiendo unos como históricos y rechazando otros como
legendarios… De la historicidad de los milagros, no puede dudarse.
La mejor
fuente histórica es lo que dijeron del hecho del contemporáneos que lo vieron o
lo oyeron de quienes fueron testigos. Pues bien, los milagros de Jesucristo nos
los refieren quienes los vieron con sus propios ojos y murieron por defender la
verdad de lo que decían.
Dice San
Juan: Lo que mis ojos vieron y oyeron mis oídos, de esto doy testimonio.
Incluso los mismos enemigos de Jesús no podían negar los hechos milagrosos que
Jesús hacía, y por eso los atribuían a Satanás. Incluso deciden matarlo porque:
Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos, todos creerán en él. Y el
mismo San Pedro en su discurso de Jerusalén, el día de Pentecostés, dijo:
Israelitas, escuchadme: Dios acreditó entre vosotros a Jesús el Nazareno con
los milagros que hizo.
Jorge Loring
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