“Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de
vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad”.
Todos estamos
llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto”.[1] Si queremos corresponder a la llamada
universal a la santidad, debemos poner empeño en ser piadosos, con un plan
concreto de oraciones y devociones que nos llevará, sin darnos cuenta, a tener
una vida contemplativa.
“Los laicos, entregados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están
maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más
abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas
apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso
espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu —incluso las molestias de
la vida, si se llevan con paciencia— todo ello se convierte en sacrificios
espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda
piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía, uniéndolos a la ofrenda
del cuerpo del Señor”. De esta manera, también los laicos dan gloria a Dios en
todas partes por medio de su buen ejemplo, “consagrando el mundo mismo a
Dios”.[2]
De manera
particular, los padres participan de la misión de santificación “impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y
procurando la educación cristiana de los hijos”.[3]
Para
santificarnos en nuestra vida ordinaria necesitamos crecer en la vida
espiritual, sobre todo a través de la oración, la mortificación y el trabajo.
VIDA DE ORACIÓN
Conviene orar en todo tiempo y no desfallecer[4]
1. “Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos
que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero
no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona.
“El justo
encuentra en la ley de Yahvé su complacencia y tiende a acomodarse a esa ley
durante el día y durante la noche. Por la mañana pienso en ti; y, por la tarde,
se dirige hacia ti mi oración como el incienso. Toda la jornada puede ser
tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún:
como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración.
“La vida
de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados
exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras,
junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera
—¡tan solo!— desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios,
de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la
imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar
valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria
corriente”.[5]
2. “Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando
la palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo
tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que
brote la oración.
“La
enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que
la de la Providencia: el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en
el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: ¡Ojalá oyérais hoy su voz!: No
endurezcáis vuestro corazón.”[6]
VIDA DE SACRIFICIO
Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,tome su cruz y sígame[7].
1. “El camino de la perfección pasa por la cruz. No
hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual
implica la lucha y la mortificación, que conducen gradualmente a vivir en la
paz y el gozo de las bienaventuranzas: ‘El que asciende no cesa nunca de ir de
comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que
asciende deja de desear lo que ya conoce.’”[8]
2. “Oigamos al Señor, que nos dice: quien es fiel en
lo poco, también lo es en lo mucho, y quien es injusto en lo poco, también lo
es en lo mucho. Es como si Dios nos recordara: lucha cada instante en esos
detalles en apariencia menudos, pero grandes a mis ojos; vive con puntualidad
el cumplimiento del deber; sonríe a quien lo necesite, aunque tú tengas el alma
dolorida; dedica, sin regateo, el tiempo necesario a la oración; acude en ayuda
de quien te busca; practica la justicia, ampliándola con la gracia de la
caridad.”[9]
VIDA DE TRABAJO
EL HOMBRE HA SIDO
CREADO PARA TRABAJAR
1. “El trabajo humano procede directamente de
personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo
beneficio, la obra de la creación, dominando la tierra. El trabajo es, por
tanto, un deber: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”. El trabajo
honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también
redentor. Soportando el peso del trabajo, en unión con Jesús, el carpintero de
Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con
el Hijo de Dios en su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo
llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a realizar. El trabajo
puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas
en el espíritu de Cristo.”
2. “En el trabajo, la persona ejerce y aplica una
parte de las capacidades inscritas en su naturaleza. El valor primordial del
trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El
trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.”[10]
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica (=CEC), 2013, Libreria Editrice
Vaticana, 1992.
[2] Cf. CEC, 901.
[3] Cf. CEC, 902.
[4] Lucas 18,1.
[5] Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que Pasa (=CP), 119,
Editoriall Rialp, Madrid.
[6] Cf. CEC, 2659.
[7] Mateo 16,24.
[8] CEC, 2015.
[9] Cf. Josemaría Escrivá, o.c., 77.
[10] CEC, 2427-2428.
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