La oración no siempre se facilita, y con frecuencia no sabemos hacerla. Aquí
encontrarás tipos de oración, oración vocal, oración meditada, oración contemplativa,
el combate en la oración.
Oración y
vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma
renuncia que procede del amor. “Orad continuamente” (1 Tesalonicenses 5, 17).
Orar es siempre posible. Es incluso una necesidad vital.
Tipos de Oración
La
Iglesia invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias, Liturgia
de las Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico.
La
tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de
oración. Las tres tienen en común el recogimiento del corazón:
• Oración vocal
Fundada
en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana, asocia el
cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre
y enseña el “Padre Nuestro” a sus
discípulos.
• Meditación
Es una
búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la
emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad
considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra vida.
• Oración contemplativa[2]
La
oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es
una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un
silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que
nos hace participar de su misterio.
Recordad
lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera
ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros
discípulos la figura de Cristo orante!
San
Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles:
animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración.
El temple
del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y
este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único.
El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales
que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María.
Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha
vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia —lex
orandi—, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas
antífonas marianas: Sub tuum praesidium…, Memorare…, Salve Regina…
En otras
ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta,
iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de
Cristo: Domine, si vis, potes me mundare, Señor, si quieres, puedes curarme;
Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te, Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes
que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem meam, creo, Señor, pero
ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus, ¡Señor, no soy
digno!; Dominus meus et Deus meus, ¡Señor mío y Dios mío!… U otras frases,
breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una
circunstancia concreta.
Gracias a
esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos
convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza
continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen
continuamente su pensamiento, a la persona que aman, y todas nuestras acciones
—aun las más pequeñas— se llenarán de eficacia espiritual.
Por eso,
cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el
Señor —y es un camino para todos, no una senda para privilegiados—, la vida
interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y
exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios.
Orar en
los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del
Reino revelados a los “pequeños”, a los
servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno
orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de
la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes
situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con
la que el Señor compara el Reino (cf. Lucas 13, 20-21).
El Combate de la
Oración
La
oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las
astucias del tentador. El combate de la oración es inseparable del “combate espiritual” necesario para actuar
habitualmente según el espíritu de Cristo: Se ora como se vive porque se vive
como se ora.
• Dificultades
principales que encontraremos en el ejercicio de la oración:
— La distracción.
— La sequedad.
El remedio está en la
fe, la conversión y la vigilancia del corazón.
• Tentaciones frecuentes
que amenazan la oración:
— La falta de fe.
— La acedía que es una forma de depresión o de pereza debida al
relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento.
—Debemos también hacer frente a concepciones erróneas, a diversas
corrientes de mentalidad, a la experiencia de nuestros fracasos.
A estas
tentaciones que ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la oración
conviene responder con humildad, confianza y perseverancia.
[1] Cf. CEC, 720-1724; 2752-2755; 2760;
[2] Cf. FG, 119.
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