Como en los ejemplos
del Evangelio, Dios sigue usando cosas materiales para cumplir su plan.
Durante su
ministerio público, Jesús se tomaba muchas molestias para usar elementos
materiales para sanar a alguien.
Por ejemplo, como en una de
las lecturas recientes del Evangelio, donde un hombre ciego de nacimiento se
acerca a Jesús y Él “escupió en tierra, hizo barro
con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego” (Juan 9:6). Después de
lavarse en la piscina de Siloé, el ciego es sanado milagrosamente y recupera la
vista.
A Jesús no le hacía falta usar
cosas físicas (barro, saliva, agua) para
curar al ciego, pero lo hizo así. Y Jesús sigue haciendo curaciones similares
hoy día a través de la intercesión de los santos y los sacramentales de la
Iglesia. Uno de esos sacramentales que
ha ocasionado muchas curaciones milagrosas durante los siglos ha sido el aceite
recogido de la tumba de algunos santos.
Este aceite,
considerado milagroso, se distribuye a los fieles, también por su vinculación
con un santo o santa particular. Sin embargo, al igual que con la curación del
ciego de nacimiento, una persona debe tener normalmente la fe de un niño y confiar por completo
en la providencia de Dios para que pueda suceder algún milagro.
El aceite no es ningún “dispensador de milagros”, sino un elemento material que Dios puede usar como
instrumento para llegar a los corazones de sus hijos. Cualquier cura que
suceda ya estaba dentro de sus planes y se produce por el beneficio espiritual
de esa persona.
Hay numerosos santos que
tienen un aceite que exuda de sus tumbas. Uno de los más famosos es santa Walburga.
Según informan desde la abadía
donde ahora reposa, “durante mil años se
ha ido recogiendo cada año una humedad misteriosa de las reliquias de santa
Walburga. Esta agua llegó a conocerse como ‘Aceite de Walburga’ y se consideró
una señal de su continua intercesión. El aceite siempre se ha recogido y
entregado a los peregrinos. Hasta el día de hoy se siguen registrando
curaciones atribuidas a la intercesión de santa Walburga”.
Otro ejemplo famoso es el de san Nicolás (Santa
Claus), cuyas reliquias se
encuentran en Bari, Italia. Hay un aceite que gotea de su tumba y que se recoge
todos los años el 9 de mayo y se reparte a los fieles. A veces se le
llama “maná” y durante “cientos de años, el maná se ha recogido, mezclado con
agua bendita y embotellado en pequeñas ampollas de cristal decoradas con iconos
del santo”.
La de san Charbel en Líbano es un ejemplo más reciente de una tumba de donde exuda
un aceite y donde siguen atribuyéndose milagros a la intercesión del santo.
Según se recoge en una noticia
de The Norman
Transcript, “una mujer de
Norman [Oklahoma] dice haber sido sanada por el aceite de san Charbel después de que
unas magulladuras aparecieran en su cuerpo (…) y los médicos no lograran
descubrir la causa de esas magulladuras. Cuando la mujer aplicó sobre ellas el
aceite y se duchó, las magulladuras desaparecieron. Dice que fue un milagro”.
Estos tres santos no son los
únicos, ni mucho menos, porque hay una lista entera de santos
asociados a un aceite milagroso.
A fin de cuentas, a veces Dios
usa elementos materiales, como el aceite de las tumbas de los santos, para
generar una curación o una conversión. Es algo que Dios siempre ha hecho a lo
largo de toda la historia de la salvación y es probable que siga haciéndolo
siempre. ¿Por qué? Solo Dios lo sabe.
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