Hoy he leído la noticia del
anuncio de que el 13 de marzo se celebrarán las primeras vísperas anglicanas en
la Basílica de San Pedro del Vaticano. Los que me conocéis, bien sabéis que esa
noticia es música para mis oídos. Un paso más, otro, en el camino hacia una
nueva eclesiología en la que el Sucesor de Pedro se vaya convirtiendo de
facto en la cabeza de las confesiones cristianas.
Pero sería injusto ver esa
celebración de un modo utilitarista. Me conformaría con el aspecto sanador que
tiene esa ceremonia, aunque eso no supusiera el más mínimo avance en el primer
aspecto que he mencionado. Sanar las heridas llevará mucho tiempo, pero vamos
en la dirección correcta.
¿Qué haría monseñor Lefevbre si
se le concediera ahora venir corporalmente al Vaticano? Atravesaría las puertas
de la basílica de rodillas, pidiendo perdón. Perdón por no haber mantenido la
ortodoxia y la tradición. La ortodoxia es que sólo existe UNA Iglesia. Aquí no
hay lugar a cantos solistas extemporáneos, formamos un coro.
Hoy entran los anglicanos por esa
puerta y son recibidos con gozo y caridad. Mañana entrarán los lefevbristas y
serán recibidos con alegría y amor. Y monseñor Lefevbre estará en espíritu ese
día en ese templo vaticano llorando de alegría, invisible pero realmente
presente. Llorando al ver que sus hijos vuelven a casa. Hijos, sí, porque hay
una genealogía espiritual.
El día
que los lefebvristas vuelvan a sentarse a la mesa para cenar con todos los
hijos de la Iglesia, monseñor Lefevbre les dirá con palabras inaudibles: Nunca
os separéis del Papa, quered al dulce Cristo en la tierra, amad a Francisco.
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