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ROMA, 01 Mar. 17 / 11:14 am (ACI).- El Papa Francisco celebró
este 01 de marzo la Misa
por el Miércoles de Cenizas en la Basílica de Santa Sabina, dando inicio a la Cuaresma,
tiempo que es “el camino de la esclavitud a la
libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida”.
A continuación el texto completo de la homilía:
«Volved a mí de todo corazón… volved a mí» (Jn 2,12), es el clamor con el que el profeta Joel se dirige al pueblo
en nombre del Señor; nadie podía sentirse excluido: llamad a los ancianos,
reunid a los pequeños y a los niños de pecho y al recién casado (cf. v. 6).
Todo el Pueblo fiel es convocado para ponerse en marcha y adorar a su Dios que
es «compasivo y misericordioso, lento a la cólera y
rico en piedad» (v.13).
También nosotros queremos hacernos eco de este llamado; queremos volver
al corazón misericordioso del Padre. En este tiempo de gracia que hoy
comenzamos, fijamos una vez más nuestra mirada en su misericordia. La cuaresma es
un camino: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que
busca aplastarnos o rebajarnos a cualquier cosa que no sea digna de un hijo de
Dios. La cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento
a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las cenizas, con el que nos
ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados
de la tierra, somos de barro. Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que
sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir
haciendo; quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo
de aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia
sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias,
asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del
corazón. El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que apaga
nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir la
cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos
en el fango de nuestra historia.
El aliento de la vida de Dios nos libera de esa asfixia de la que muchas
veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado a «normalizar», aunque sus signos se hacen sentir; y
nos parece «normal» porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de
falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico
y aversión.
Cuaresma es el tiempo para decir «no». No,
a la asfixia del espíritu por la polución que provoca la indiferencia, la
negligencia de pensar que la vida del otro no me pertenece por lo que intento
banalizar la vida especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso
de tanta superficialidad. La cuaresma quiere decir «no»
a la polución intoxicante de las palabras vacías y sin sentido, de la
crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la
complejidad de los problemas humanos, especialmente los problemas de quienes
más sufren. La cuaresma es el tiempo de decir «no»;
no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de
una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos
cumplido. Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de intimismos
excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo presentes
en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que reducen la fe a
culturas de gueto y exclusión.
Cuaresma es tiempo de memoria, es el tiempo de pensar y preguntarnos:
¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas? ¿Qué sería de
nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de perdonarnos y nos dio
siempre una oportunidad para volver a empezar? Cuaresma es el tiempo de
preguntarnos: ¿Dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que
de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos
devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo para volver a respirar, es el tiempo para abrir el
corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad.
No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de
abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar,
despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza. Cuaresma es el
tiempo de la compasión para decir con el salmista: «Devuélvenos
Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con espíritu generoso para que con
nuestra vida proclamemos tu alabanza»; y nuestro barro —por la fuerza de
tu aliento de vida— se convierta en «barro
enamorado».
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