VATICANO, 01 Mar. 17 / 12:16 pm (ACI).- El Papa Francisco dio inicio
a la cuaresma
invitando a dejar de lado los egoísmos, las ambiciones y la indiferencia hacia
el prójimo y buscar el bien.
El Santo Padre celebró el Miércoles de Ceniza en la Iglesia de San Anselmo en
el Aventino. Después de un momento de oración, procesionó hasta la Basílica de
Santa Sabina, donde tuvo lugar la Eucaristía con el rito de la bendición y de
la imposición de las cenizas.
Francisco afirmó que “la Cuaresma es una
vía: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que busca
aplastarnos o reducirnos a cualquier cosa que no sea según la dignidad de hijos
de Dios”.
“Es el camino de la esclavitud a la libertad, del
sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida”.
El Papa explicó que la imposición de las cenizas “nos recuerda nuestra condición original: hemos sido hechos de la
tierra, hemos sido hechos de polvo. Pero polvo en las manos amorosas de Dios
que sopló su espíritu de vida en cada uno de nosotros y quiere continuar
haciéndolo”.
“Quiere continuar dándonos aquél soplo de vida que
nos salva de otros tipos de soplos: la asfixia sofocante provocada por nuestros
egoísmos, la asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas
indiferencias; asfixias que sofocan el espíritu, restringen el horizonte y
anestesian el pálpito del corazón”.
“Vivir la Cuaresma –continuó-
es anhelar este soplo de vida que nuestro Padre no
cesa de ofrecernos en el barro de nuestra historia”.
El Papa explicó que el soplo de Dios “nos
libera de esta asfixia de la que tantas veces somos conscientes y que, incluso,
nos hemos acostumbrado a ‘normalizar’, aunque sus efectos se hagan notar; nos
parece normal porque nos hemos habituado a respirar un aire en el que se ha
enrarecido la esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de
pánico y de hostilidad”.
“La Cuaresma es para decir no a la asfixia del
espíritu por la contaminación causada por la indiferencia, por pensar que la
vida del otro no tiene que ver conmigo; por cada tentativa de banalizar la
vida, especialmente la de aquellos que llevan en la propia carne el peso de
tanta superficialidad”.
Por último, Francisco invitó a preguntarse qué hubiera sido de cada uno
sin la misericordia de Dios y sin la ayuda de “tantos
rostros silenciosos que, de miles de maneras, nos han tendido la mano y con
acciones concretas nos han dado de nuevo esperanza y ayudado a comenzar”.
“La Cuaresma es el tiempo de volver a
respirar, es el tiempo de abrir el corazón al soplo de Único capaz de
transformar nuestro polvo en humanidad”.
“No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el
mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que
podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza”, terminó.
Por Álvaro de Juana
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