Hoy, a causa de un libro que
estoy acabando de escribir, otra revisión de un antiguo libro, he estado
leyendo y releyendo La lotería de Babilonia
de Borges. Perdonadme que siempre insista en mis pasiones y os aburra con
ellas. Pero la admiración por ese hombre humilde es uno de mis vicios más
pertinaces y repetitivos.
Leer los diez o veinte mejores
relatos de Borges siempre es gratificante. Oh, grandiosa densidad. Qué
sobriedad en su escritura.
Me acuerdo la primera vez que leí
La lotería:
no entendí nada. No entendí a donde quería ir. ¿Qué sentido tenía aquel
texto? Necesité madurar, años, para leer no sólo las palabras sino las palabras
detrás de las palabras.
El comienzo del relato
era contundente, invitador a la lectura:
«Como todos los
hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he
conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles.»
Lo que seguía a esta línea era
una de las obras más grandiosas que ha visto el siglo XX. Al principio no me
gustó, porque lo comparaba con La Biblioteca de
Babel, otra obra suya que me
parecía épica. Fue el tiempo el que me hizo entender y quedé deslumbrado. ¿Cómo
era posible tanta grandiosidad en un texto de tan pocas páginas?
Va a
parecer irreal lo que voy a decir, pero estoy seguro de lo que voy a escribir:
el actual Papa (cuando era un joven jesuita) lo invitó a su colegio, fue a
buscar a Borges y éste le preguntó si podía afeitarle. ¡El actual Papa afeitó a
Borges!
Post Data: Yo jamás dejaría que un colega clérigo me afeitara con una navaja afilada. No por humildad u otra virtuosa razón, sino por desconfianza.
Post Data: Yo jamás dejaría que un colega clérigo me afeitara con una navaja afilada. No por humildad u otra virtuosa razón, sino por desconfianza.
P. FORTEA
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