martes, 10 de enero de 2017

QUÉ ES EL MISTERIOSO “OLOR A SANTIDAD” QUE EMANA DE ALGUNOS SANTOS


Se suele decir que una persona “murió con olor a santidad” cuando ha tenido una vida santa.
El aroma es un indicador que la religiosidad popular adopta para verificar su santidad.
Porque se ha experimentado que de muchos cuerpos de santos emana una dulce fragancia, al igual que de sus objetos.  
Para definirlo, el olor a santidad u osmogénesis, es un olor agradable que sale de cadáveres, de personas vivas y de reliquias, cuyo origen se desconoce.
El Padre Pío ha sido uno de esos agraciados a quien Dios le dio el carisma de expresarse a través del perfume.
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Un fenómeno que él no podía manejar, pero que trasmitía las gracias de Dios por intercesión del santo.

COMO ES EL AROMA A SANTIDAD
Se trata de un aroma (o fragancia, del latín fragrantia y del verbo fragrere, sentir) de una suavidad excepcional, un perfume perceptible por el olfato pero de origen desconocido para la ciencia.
Los únicos dos santos que se sabe que han tenido estigmas visibles –Francisco de Asís y el Padre Pío -, despedían un olor dulce de sus heridas. 
Cuando San Policarpo fue quemado hasta la muerte, su cuerpo quemado olía a incienso. 
Y la tumba de Santa Teresa Ávila olía a perfume durante nueve meses después de su muerte.
En general, el perfume se nota en la proximidad de un humano (vivo o fallecido) o de reliquias, o incluso al acercarse a un objeto litúrgico o a una pintura religiosa (icono).
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También se han observado casos de estigmas olorosos, como el de santa María Francisca de las Cinco Llagas, el del santo Padre Pío.
El espectro de fragancias es amplio; las esencias registradas en los anales de la mística se cuentan por centenares.
El aroma de rosa figura en muy buena posición, evocando la presencia de la Virgen.
La duración del fenómeno se extiende desde algunos minutos hasta varios años y, en casos raros, a varios siglos.
Es propiamente un milagro porque, por una parte no puede darse ninguna explicación natural.
Y por otra, la Iglesia discierne en el olor de santidad el signo y la anticipación de aquello en lo que la carne está llamada a convertirse en el Reino de Dios: resucitada y eterna, más allá de toda corrupción.
Este vínculo entre perfume y santidad tiene una base bíblica, el Cantar de los cantares que evoca ya la figura de la bien amada (o “la esposa”: la Iglesia por venir) con la forma de un jardín exquisito lleno de suaves perfumes (Cant 4,14).
El olor de santidad tiene otros fundamentos bíblicos también. En 2 Corintios 2:15, San Pablo escribe:
“Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden”.
Asimismo, escribe en Filipenses 4:18 que ha recibido
“lo que me habéis enviado, suave aroma , sacrificio que Dios acepta con agrado“.
Todo esto es parte de la imitación de Cristo, como San Pblo explica en Efesios 5: 2:
“y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma“.
El olor de santidad se describe con frecuencia como un perfume con olor dulce.
En el caso de la Venerable Madre María de Jesús (una contemporánea de Santa Teresa de Ávila), que murió en 1640, el olor detectado con motivo de su exhumación en 1929 fue descrito como un “dulce perfume de rosas y jazmines”.
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Que estaba aferrado no sólo a su cuerpo, sino también a los artículos que se sabe que han utilizado durante su vida.
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¡Esto fue 289 años después de su muerte!
La Edad Media evoca perfumes y olor de santidad.
El paraíso se describe en términos de suavidades olorosas.
Honorio de Autun (Honorius Augustodunensis, hacia 1120) describe estos olores extraordinarios (Elucidarium, PL 172, col. 172).
Pedro Damián (+ 1072), consejero de papas, uno de los autores de la reforma gregoriana, atribuye a los perfumes extraordinarios la función de anunciar alegrías celestiales (PL 145, col. 861).
SIGNO DE SANTIDAD
La Iglesia considera este fenómeno como un signo de santidad, reflejo del carácter heroico de las virtudes de un fiel.
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Pero permanece prudente y siempre se pregunta por su procedencia.
A partir de finales del siglo II y principios del III, los cristianos, obligados a vivir en la clandestinidad y a honrar a sus mártires en secreto, identificaron perfumes maravillosos y santidad.
El relato de los funerales del mártir Policarpo de Esmirna (+ 155) establece ya esa asociación.
La Iglesia reconoce poco a poco el dedo de Dios en estas fragancias inexplicables.
Se trata de un signo positivo del carácter heroico de las virtudes de un fiel.
A un creyente cuyo cuerpo exhala un perfume anormal (antes o después de la muerte) se le llama “santo miroblita”.
A lo largo de los siglos se han declarado unos 500 casos, entre ellos los de santos y santas muy conocidos: Rosa de LimaSanta Teresa de Ávila, el Padre Pío, etc.
Ciertamente es un signo indicador y no una prueba científica. La santidad, concepto teológico y espiritual, no se demuestra.
Las autoridades eclesiásticas prestan más atención cuando hay convergencia (y coherencia) de fenómenos: olor de santidad, incorruptibilidad del cuerpo, elasticidad de los tejidos mucho tiempo después de la muerte, exudación de líquidos balsámicos de origen desconocido (san Charbel Makhlouf), apariciones auténticas de la Virgen María (santuario de Nuestra Señora de Laus).
ALGUNOS CASOS DE OLOR DE SANTIDAD
Entre los muchos testimonios está el de la “Leyenda de Santo Domingo de Guzmán“, fundador de la Orden de Predicadores o Dominicos:
Apenas hubieron retirado, con ayuda de barras de hierro, la losa y el cemento, se levantó súbitamente del sepulcro una ola de tan suavísima fragancia, que no solamente parecía estar perfumado el sepulcro, sino todo el recinto
Y no solamente lo exhalaban los huesos o el polvo del sagrado cuerpo o el féretro, sino también las manos de aquellos frailes que tocaban cualquier cosa de éstas.
Por lo cual podemos pensar cuán inmensas son las delicias de que goza en el cielo el espíritu de aquel cuyo cuerpo aun sobre el polvo respira tanta suavidad.
Otro ejemplo es el olor que frecuentemente se notaba alrededor del cuerpo de Santa Teresa durante su vida, que fue notado también durante muchas exhumaciones y traslaciones de su cuerpo.
Y fue sentido por las hermanas de su convento en Alba de Tormes durante la última exhumación de su cuerpo en 1914, más de trescientos treinta años después de su muerte.
La misteriosa fragancia que se notó sobre el cuerpo de Santa Teresa Margarita del Sagrado Corazón, se encontró también en todos los objetos que ella había usado durante su vida.
San Martín de Porres también despedía un perfume en vida.
Cuando abrieron la tumba, veinticinco años después de su muerte, la misma fragancia salió de su cuerpo, y los cirujanos que le hicieron la autopsia encontraron sangre coagulada.
Santa Rita de Cascia murió el 22 de mayo 1457, cuando contaba 76 años.
Al morir, la celda se ilumina y las campanas tañen solas por el gozo de un alma que entra al cielo.
La herida del estigma de la corona de espinas que había llevado durante sus últimos dieciséis años de vida desapareció, y en su lugar apareció una mancha roja como un rubí, la cual tenía una deliciosa fragancia.
Debía haber sido velada en el convento, pero por la muchedumbre tan grande que quería verla se necesitó la iglesia.
Permaneció allí y la fragancia nunca desapareció.
San Francisco de Sales falleció el 28 de diciembre de 1622, a los 56 años de edad.
Cuando se le hizo la autopsia se comprobó que tenía la hiel convertida en 33 piedrecitas, señal de los heroicos esfuerzos que había hecho durante toda su vida para dominar su temperamento inclinado a la cólera y llegar a ser el santo de la dulzura.
Cuando en 1632 se hizo la exhumación del cadáver, al levantar la lápida apareció el santo igual que cuando vivía.
Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño.
Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años enterrado).
Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.
MÁS CASOS DE OLOR A SANTIDAD U OSMOGÉNESIS
La osmogénesis se puede producir en forma constante.
Se cita a este respecto a San José de Cupertino, para el cual el fenómeno ha sido puesto muy en evidencia por los testigos del proceso de beatificación.
El Padre Francisco de Ángeles declara que no podía comparar el perfume que exhalaba su cuerpo y su vestido más que al del relicario que contenía las reliquias de San Antonio de Padua.
El Padre Francisco de Levanto lo decía semejante al del breviario de Santa Clara de Asís, conservado en la iglesia de San Damián.
Todos los que pasaban cerca de nuestro Santo, sentían ese olor, aun largo tiempo después de haberse alejado.
Era tan penetrante, que se comunicaba por un largo período a los que lo tocaban y aun a los que le visitaban.
De manera que el Padre Francisco de Levanto lo conservó durante quince días, después de una visita que hiciera a su celda, aunque no dejara de lavarse.
La celda del Santo mantuvo ese agradable olor durante doce o trece años, aunque durante ese lapso él no hubiera penetrado en la misma.
Adhería en forma tal a sus vestidos, que ni el jabón ni la lejía podían quitarlo.
Se comunicaba a las vestiduras sacerdotales que había llevado y a los armarios en que éstas se guardaban.
Además el perfume no tenía nada de desagradable, ni para los que no podían soportar olor alguno; les parecía, por el contrario, sumamente suave.
Se mantuvo durante su última enfermedad, después de su muerte y durante su autopsia, como lo declaró el Dr. Pierpaoli Gorres.
La beata María de los Angeles (1661-1717) exhalaba también un olor suave, que conservó durante 20 años.
Santa Gemma Galgani (1878-1903) presentaba también un delicado perfume que emanaba a menudo de su persona y de los objetos que ella tocara.
No tenía ninguna similitud con los perfumes terrestres e infundía devoción en los que lo respiraban, lo que le hacía atribuir un origen sobrenatural.
Otra veces el olor se refuerza o no se produce más que en determinados momentos.
San Venturino de Bérgamo presentaba el fenómeno cuando celebraba la Misa.
San Francisco de Paula, cuando terminaba sus ayunos de tres, ocho y cuarenta días, acompañados de vigilias y disciplinas frecuentes.
La osmogénesis ocurre a menudo durante enfermedades, reemplazando en las personas pías con olores agradables los olores tantas veces tan penosos que implican las llagas y diversas afecciones.
La habitación de Santa Liduvina, según el testimonio de Tomás de Kempis, estaba llena de un delicioso perfume que emanaba de su persona y que hacía creer a todos los que entraban que la Santa usaba algún aroma.
“En un milagro constante – escribe Huysmans – Dios convertía sus heridas en frascos de perfume.
Los emplastos que se le quitaban hormigueando de gusanos, tenían perfume exquisito y el pus tenía buen olor, los vómitos despedían delicados aromas.
Y Él quiso que ese cuerpo en ruinas, que dispensó de las tristes consecuencias que hacen a los pobres enfermos tan repugnantes, emanara siempre un perfume exquisito de cascaras y especias de Oriente.
Una fragancia al mismo tiempo fuerte y delicada, algo así como la exhalación de un aroma muy bíblico de cinamomo y muy holandés de canela” (Sainte Lydwine de Schiedam).
Lo mismo aconteció con la Beata Ida de Lovaina.
El pus que supuraba el Beato Dideo emitía un perfume delicioso.
Lo mismo el cáncer del pecho que sufrió durante cuatro años el dominico J. Salomoni de Venecia y del que falleció.
Durante veinte años, el terciario Bartholé (alrededor de 1300), afectado por una lepra horrible, exhalaba un perfume maravilloso.
La osmogénesis se produce también después de la muerte.
Ya sea que las personas hayan sido beneficiadas con el fenómeno en vida, como Santa Lidvina, la bienaventurada Lucía de Narmi, Santa Catalina de Ricci, Margarita del Santo Sacramento (1619-1648), San Gerardo Majella (1726-1755).
Ya sea que resulte un fenómeno post mortem, como en San Francisco de Asís, Santa Francisca Romana, el bienaventurado Matías Carreri, la beata Catalina de Racconigi, Santa Teresa, Santo Domingo, la Madre Agnes de Jesús (1602-1634) y los santos médicos japoneses Francisco de Meako y Joaquín Saccachibara (muertos en 1597).
LOS INNUMERABLES CASOS DEL PADRE PÍO
Hay innumerables testimonios que atestiguan que el Padre Pío desprendía ya en vida el “olor de santidad”.
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Según estos testigos, el aroma que desprendía era una mezcla de perfumes de violetas, lirios, rosas, incienso y tabaco fresco.
Era tan característico su aroma, que ni la distancia ni el espacio eran factores que impedían percibirlo, pues era muy frecuente que el perfume se bilocara.
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Abundan los casos en que una habitación que podía estar en Bolonia, Florencia, Londres y Montevideo, se llenaba de esos efluvios cuando se hablaba de él, siendo la prueba de que el capuchino se había bilocado.
SUS ESTIGMAS EXHALABAN EL PERFUME
El doctor Romanelli, cuenta así su experiencia:
“En junio de 1919, cuando mi primera visita al Padre Pío, un perfume tan violento me llenó las fosas nasales, que no puede menos de decir al Padre Valenzano, que me acompañaba, que consideraba indecente que un fraile se perfumara.
Sin embargo, no percibí nada más ni a su lado ni en su celda; sólo en el momento de salir volví a sentir una bocanada intensa en el descanso de la escalera.
He conferenciado con muchos sabios sobre este caso: todos están concordes en declarar que la sangre no puede despedir perfumes.
Sin embargo, la que trasudan los estigmas tiene un aroma muy característico y lo conserva aunque esté coagulada o seca en alguna tela.
Esto es contrario a todas las propiedades naturales de la sangre, pero, lo quieran o no, es un hecho experimentado“.
UNA VENDA DEL PADRE PÍO
Un día un conocido médico sacó de la llaga del costado del Padre Pío una venda que fue usada para taponar la sangre.
Él guardó  la venda en un estuche para llevarla  al laboratorio de Roma, para analizarla. Durante el viaje, un Oficial y otras personas que estuvieron con él dijeron  sentir el perfume que generalmente el Padre Pío emanaba.
Ninguna de aquellas personas sabía que el médico tenía en el bolso la venda empapada de la sangre del Padre Pío.
El médico conservó aquel paño en su estudio, y el extraño perfume impregnó por largo tiempo el entorno, tanto que los pacientes que fueron de visita pedían explicaciones.
EL AROMA CELEBRANDO MISA
El Fraile Modestino contó:
“Una vez me encontraba de vacaciones en San Giovanni Rotondo.
En la mañana  me presenté en la Sacristía para servir la Misa al Padre Pío, pero otros monjes discutieron para tener este privilegio. El Padre Pío interrumpió aquella discusión y dijo – la Misa sólo la sirve él – y me indicó.
Nadie habló más, acompañé el Padre al altar de San Francisco. Yo empecé a preparar el Altar para la Santa Misa en absoluta concentración.
En el momento del “Sanctus” tuve un repentino deseo de percibir aquel indescriptible perfume que ya muchas veces olí cuando besé la mano de Padre Pío.
El deseo fue concedido enseguida. Una oleada de perfume me envolvió. E
l perfume siempre aumentó  más. Ya no lograba  respirar.
Me apoyé con la mano en la balaustrada para no caer. Estuve a punto de desmayarme y le pedí mentalmente al Padre Pío evitar esto frente a tanta gente. En aquel preciso instante el perfume desapareció.
En  la tarde, mientras acompañé el Padre a su celda, le pedí al Padre Piadosas explicaciones sobre el fenómeno.
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Me contestó: “Hijo mío, no soy yo. Es  Dios el que actúa. Lo hace sentir cuando quiere y a quien quiere. Todo ocurre como le gusta  a él.” 
EL AROMA COMO SIGNO DE CURACIÓN
Una joven de Bolonia de 24 años se fracturó el brazo derecho que, tres años antes, fue operado en consecuencia de un grave accidente.
Después de una nueva operación y después de una larga cura, el cirujano le dijo al padre de la chica que ella ya no podía usar el brazo.
En efecto el brazo fue completamente inmovilizado en consecuencia de la remoción de una sección del omóplato. Un injerto óseo no logró sanarla.
Desolados, padre e hija, parten para San Giovanni Rotondo.
El Padre Pío los recibe, los bendice y declara: “¡Sobre todo ninguna desesperación! ¡Confiad  en  Dios! El brazo se curará”.
Era  a finales de julio de 1930.
La enferma vuelve a Bolonia sin ninguna mejoría. ¡El Padre Pío se ha equivocado pues! Nadie piensa más en este problema y los meses transcurren.
El 17 de septiembre, el día en que se celebran los estigmas de San Francisco, de repente el apartamento en que vivía la familia es invadido por un delicioso olor de junquillos y rosas.
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Este fenómeno, duró un cuarto de hora, todos estaban asombrados y buscaron en vano el origen de aquellos maravillosos perfumes.
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Desde aquel día la joven reanudó el empleo del brazo.
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Una radiografía, que ella conservó celosamente, enseñó la reparación del hueso y los cartílagos.
EL PADRE PÍO LO ATRAE CON EL PERFUME
Un hombre contó:
“…un día, mi mujer me convenció a ir a ver al Padre Pío. Yo no entraba en una iglesia desde hacía veinticinco años, precisamente del día de mi boda. Sentí la necesidad de confesarme, pero el Padre Pío, en cuanto yo estaba delante de él me dijo bruscamente, sin tampoco mirarme:
“Vete de aquí”
“Estoy aquí para confesarme, y obtener la absolución”, le dije toscamente.
“Vete he dicho”, me contestó toscamente.
Entonces me fui. Yo atravesé de carrera la iglesia pequeña hasta el hotel. Mi mujer, que me vio salir velozmente, me alcanzó en la habitación del hotel.
“¿Qué cosa ha sucedido? ¿Qué haces?”, me preguntó.
“Hago la maleta y me voy”.
En aquel entonces una oleada de perfume me sobresaltó. Un perfume intenso, maravilloso.
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Quedé pasmado, totalmente asombrado y maravillado. Me calmé en un santiamén.
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En un instante sentí nacer en mí un gran deseo de regresar al Padre Pío.
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Regresé al otro día; pero primero hice un esmerado examen de conciencia.
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El Padre Pío me acogió benévolamente y me dio la absolución.”
EL PADRE PÍO SE COMUNICA A TRAVÉS DE SU PERFUME
Dos jóvenes novios polacos, domiciliados en Inglaterra, tenían que tomar una grave decisión. Bajo el punto de vista humano la situación parecía desgraciada.
¿Qué hacer? Alguien dijo de pedir un consejo al Padre Pío.
¡Se lo escribieron pero no tuvieron a ninguna respuesta!
Entonces decidieron ir a San Giovanni Rotondo, para preguntarle directamente al padre una ayuda y un consejo. ¡De Inglaterra a Apulia, el trayecto es largo!
Los viajeros se paran Berna en suiza para hacer una parada y se preguntaron con angustia si merecía la pena de continuar.
Ellos pensaron: “Supongamos que el Padre no nos reciba”.
Una tarde estaban hablando un poco tristes en una habitación de hotel de baja categoría, porque para ahorrar dinero alquilaron un desván. Era invierno y nevaba.
Llenos de frío y desmoralizados, habrían querido regresar, cuando de repente se sintieron envueltos por un perfume exquisito y fuerte, tan agradable, que fueron reconfortados.
La mujer se metió a inspeccionar los muebles para encontrar el frasquito de perfume que seguramente había sido olvidado por algún viajero despistado. ¡Pero las búsquedas fueron inútiles!
Poco después el perfume desapareció y la habitación volvió a exhalar el usual olor de tufo fétido y moho.
La curiosidad se les despertó, y los dos viajeros, interrogaron al propietario del hotel el cual no sabía nada del perfume.
Pero este suceso los reanimó y les confirmó en el propósito de continuar el viaje. Ellos llegaron a San Giovanni Rotondo y fueron recibidos por el Padre Pío y con los brazos abiertos.
El joven, que hablaba italiano, pidió excusa.
“Os hemos escrito  Padre, pero ya que “no nos habéis contestado”…
¿No os he contestado; cómo? ¿Y aquella tarde en el hotel suizo, no habéis sentido nada?…
Con pocas palabras solucionó sus dificultades y los dejó.
Ellos estaban llenos de alegría y gratitud,  entendieron solamente entonces “aquel extraño modo de contestar” del Padre Pío.
LO LLAMA PARA QUE VAYA A VERLO A TRAVES DEL AROMA
Un señor conoció al Padre Pío a causa de una serie de coincidencias bastante extrañas. Él cuenta:
“Yo escuché  hablar por  primera vez, de esta obra de Dios, después de la guerra; sobre todo de un amigo periodista.
Ya que este amigo mío conoció bien al Padre Pío, él me habló del Padre Pío con un entusiasmo que a mí pareció excesivo.
Mi primera reacción fue de indiferencia e incredulidad, especialmente cuando mi amigo me contó de ciertos fenómenos como los perfumes del Padre Pío, que muchos dijeron de percibir en lugares muy lejanos del religioso.
En cierto momento, en cambio, empezaron también a ocurrirme estos extraños hechos.
De repente sentí un intenso perfume de violetas en lugares insólitos, dónde era imposible que hubiera flores.
El pensamiento me corrió hacia el Padre Pío, pero me rebelé, me dije a mí mismo que era víctima de sugestiones.
Un día el fenómeno también me ocurrió mientras estaba de vacaciones con mi mujer.
Yo fui a la Estación Ferroviaria para enviar una carta y en aquel lugar, que no es perfumado normalmente, sentí aquel inconfundible perfume de violetas.
Mientras reflexionaba sobre aquel hecho, mi mujer dijo: ¿Pero de dónde viene este perfume? ¿Tú también lo sientes? Le pregunté maravillado.
Entonces le conté del Padre Pío, de las discusiones con mi amigo y de aquel perfume que desde hace tiempo me persiguió.
“Si yo fuera tú, dijo mi mujer partiría enseguida para San Giovanni Rotondo”.  Al día siguiente estuvimos de viaje.
Cuando llegamos delante de él, el Padre me dijo: “Ay, he aquí a nuestro héroe; mucho tiempo he esperado para hacerlo venir”.
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Aquel mismo día tuve el privilegio de hablar con él, y desde aquel momento mi vida cambió”.
UNA NOVENA, EL PERFUME Y LA CURACIÓN
Un señor cuenta:
“Hace algunos años tuve un infarto cardíaco.
Me aconsejaron someterme a una intervención quirúrgica para mejorar mi condición de vida, y decidí hospitalizarme.
Era el mes de junio de 1991. Durante la operación, que fue concluida con éxito, me fueron instalados 4 by-pass.
Desafortunadamente, cuando me desperté después de la anestesia, me percaté que la pierna y el brazo derecho estaban paralizados.
La amargura fue grande, pero después del primer instante de desaliento, la fe volvió a sustentarme y empecé a rogar al Padre Pío.
Mi confianza en el venerado Padre no fue quebrantada.
Rogué haciendo una novena que mi pobre mamá, aconsejó para casos desesperados.
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Y después de tres días, en la misma mañana en que acabé la novena, incluso sólo siendo rodeado por otros enfermos, sentí alrededor de mí un perfume intenso de muguete.
Cuando éste perfume se desvaneció, sentí un hormigueo en el pie derecho y entendí enseguida que mis ruegos fueron atendidos“.
UNA SANACIÓN AÚN SIN PEDÍRSELA
Testimonio de una señora:
“Yo tenía una grave enfermedad en los ojos que limitaba mi campo visual y que me hacía sufrir y ver poco.
Consulté a diferentes médicos y después de varios análisis me fue diagnosticada una hemorragia ocular irreversible y un probable tumor en la hipófisis.
Eso me proporcionó mucha ansiedad y sufrimiento; en efecto el médico dijo que esta enfermedad no podría ser curada. 
Estuve de viaje y a punto de alcanzar Benevento pude llegar a Pietrelcina, dónde tuve la suerte de visitar los lugares del venerado Padre Pío.
Durante la visita en una de las últimas habitaciones que hospedaron al Padre, yo tuve una fuerte conmoción y mientras rogué por mis parientes, sentí un intenso perfume de incienso.
Al regresar a Roma, en tren, medité sobre lo que me ocurrió y me amargué por no haber rogado al Padre Pío por mis ojos enfermos.
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Supliqué enseguida, con fe, su intervención.
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La ayuda del Padre Pío no se hizo esperar, mejoré progresivamente y después de poco tiempo recobré totalmente la vista.
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El especialista que me visitó, registró maravillado la total recuperación del campo visual que ocurrió misteriosamente.” 
EL PERFUME LLEGA EN UNA CARTA Y SANA
Un señor de Canicattì, Sicilia, Italia, cuenta:
“Al principio del año 1953, mi mujer fue afectada por una grave forma de nefritis.
Se encontraba en los primeros meses de embarazo; y los médicos dijeron que su vida y la del niño estaban en peligro.
Ninguna cura era eficaz. El 3 de mayo, yo estaba desesperado y escribí una carta al Padre Pío suplicándole  ayuda y sus ruegos.
Después de un tiempo, mi mujer y yo al mismo tiempo, pero en habitaciones diferentes, olimos un misterioso y agradable perfume de rosas.
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En aquel preciso instante, llamó a la puerta de la casa, el cartero y nos entregó una carta, enviada desde el convento de San Giovanni Rotondo.
En la carta decía que el Padre Pío había rogado por mi mujer y por la criatura que llevaba en su seno.
Al día siguiente mi mujer, se hizo una prueba médica en el laboratorio, la cual determinó que estaba curada”.
UNA OLA DE PERFUME EN LUGAR DE UNA BOFETADA
Un famoso abogado devoto del Padre Pío cuenta:
“Un día en yo estaba en la iglesia vieja del convento y participaba en la Santa Misa, la larga y maravillosa Misa del Padre Pío.
En el momento en que el sacerdote elevó la Sagrada Hostia, me distraje pensando, y me quedé de pie.
Fui el único, entre toda la muchedumbre de fieles arrodillados aparentemente irreverente.
De repente fui sacudido por un penetrante y agradable olor de violetas que me hizo volver a la realidad; y miré a mi alrededor, también me arrodillé; con la rodilla en tierra pero sin pensar en el extraño perfume.
Como siempre, después de la función religiosa, fui a saludar al Padre que me acogió con esta sorpresa: “Hoy estuviste un algo despistado”
“Usted Padre, me ha despertado, dichosamente con su perfume”…
“¿Pero cuál perfume?  ¿Tú no quieres unas bofetadas?”
EL PERFUME PARA CUMPLIR UNA PENITENCIA
Un empleado siciliano, después de su conversión quiso confesarse con el Padre Pio, quien le tuvo la mano derecha apretada entre las suyas.
El empleado cuenta que cuando llegó a Forma notó que la mano derecha tenía un perfume que no tenía la izquierda.
Fue el mismo perfume que él sintió cuando estuvo cerca de Padre Pio. El perfume no desapareció tampoco cuando él se lavó las manos.
Puesto que el Padre Pío le dio una penitencia de dos meses de duración, en todo aquel período un idéntico perfume le subió del pecho a la nariz y fue tan bonito que se sintió extasiado.
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Algunas veces el perfume desaparecía y entonces él trataba de sugestionarse para sentirlo, pero sin ningún resultado.
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Luego, acabada la penitencia, el perfume se desvaneció.
LA ESTELA DE PERFUME
El Fraile Ludovico de San Giovanni Redondo asegura que “el Padre Pío dejaba una estela de perfume, cuando pasaba por las botaduras locales del convento”. 
El Padre Federico certifica:
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“A veces, para saber dónde estuvo el Padre Pío, era suficiente seguir la estela del perfume”.
El Sr. Piero cuenta:
“Mientras yo viajaba en el coche, yendo a una velocidad bastante alta, sentí una oleada de perfume.
Me acordé que un día le pregunté al  Padre Pío el sentido de aquel fenómeno y el Santo me contestó: ´Hijo, cuando tú sientes el perfume, estate atento`.
En aquel instante yo aminoré la velocidad pero no pude evitar salir fuera de la calle y accidentarme, pero yo no sufrí daños”.
Fuentes:

Foros de la Virgen María

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