Quizás una señal especial podría ayudarme a elegir
mejor y a creer más en Él...
A veces le pido a Dios señales especiales. Le pido que me hable claro
antes de tomar decisiones. Que me diga con palabras y gestos hacia dónde
caminar. No me gustan los enigmas, las adivinanzas. Le pido señales evidentes
para no confundirme.
Tal vez lo quiero todo claro, diáfano. Porque no quiero errar el camino
y tener que regresar y volver a empezar. O no estar en el lugar correcto, en el
momento oportuno. No quiero perder nada de lo que puedo elegir.
“Elegir
supone renunciar a aquello que no se elige. La mayoría de las personas
que no pueden decidirse vacilan, puesto que no desean renunciar a ninguna de
las alternativas. Las decisiones generan sentimientos de pérdida y vacío. En
cada elección aprendemos a vaciarnos”[1].
Por eso temo tomar la decisión
equivocada. Temo perder lo que puedo elegir. No lo sé. No me gusta
confundirme y le pido a Dios señales claras.
Pienso en las señales de José para caminar con María. La voz de un ángel
en sueños. Y tantos silencios llenos de oscuridad. Y algunas luces. Pienso en
las señales de María. En la anunciación. En el encuentro con Isabel. En los
pastores y los reyes detenidos en el establo. Señales confusas en medio de
tantos silencios.
¿Cómo celebrarían María y José
las otras navidades? Cuando Jesús iba creciendo sin grandes señales. En la oscuridad de Egipto.
En la cotidianeidad de Nazaret. No había señales claras. Me cuesta pensar en la
paz de sus almas caminando de la mano de Dios. Meditándolo todo en su corazón.
Sin certezas absolutas.
Y yo le exijo a Dios grandes señales. Quiero evidencias. Como si tuviera
más derechos que José y María.
Por eso me gustaría hacer mías las palabras de una persona que rezaba: “Gracias por venir a verme sin hacer ruido. Gracias por
quedarte despacio dormido entre mis manos. No quiero más señales. Más signos.
No quiero más estrellas fugaces que atraviesen el cielo marcando un punto, una
dirección, un lugar. No quiero nada especial para poder seguirte. Sólo mirarte
hoy. Callado. Con el alma atenta, abierta, en paz”.
Sí. Quiero seguir a Jesús por
los caminos sin grandes evidencias. Sin tenerlo todo claro. Jesús pasó
haciendo el bien. Pero muchos no vieron en sus obras una señal del amor de
Dios.
“Dios está llegando, y los más desgraciados pueden
experimentar ya su amor compasivo. Estas curaciones sorprendentes son signo
humilde, pero real, de un mundo nuevo: el mundo que Dios quiere para todos”[2]. Nacía un mundo nuevo de sus
manos.
Ese mundo comenzó la noche de Navidad. En el silencio. Sin la admiración
del mundo. Sin señales evidentes. Y siguió en la vida de Jesús sin que tampoco
los que estaban cerca supieran reconocerlo.
Decía el padre José Kentenich hablando de la providencia de Dios: “¿No ha guiado acaso la mano de
Dios todo de tal manera que redundó en lo mejor para mí? ¿Sienten ustedes todo lo que se esconde en la entrega
alegre a esta Providencia infinitamente bondadosa? Detrás de la Providencia divina se esconde, en la medida en que nos
entregamos a ella, una fuente de alegría que mana en forma constante. Ya
no hay nada que pueda hacernos temblar, que haga estremecerse a la naturaleza
entera, si el fondo del alma está siempre cobijado en el hogar primordial, en
el agrado de Dios, en el cuidado y la Providencia divinos”[3].
Las señales dejan de ser
entonces tan importantes. Confío en el amor de Dios que va conmigo. No me deja. Dios no me
suelta de su mano.
Podré confundirme y hacer las cosas mal. Elegiré renunciando. Perderé.
Ganaré. Me vaciaré. Tendré que volver a empezar de nuevo. Una nueva ruta. Podré errar en la interpretación de las
señales. Todo eso es posible.
Pero lo que no puedo perder
nunca es la confianza plena en el amor de Dios. Él me quiere con locura.
Ama mi vida como es. Sin pensar en todo lo que podría llegar a ser. Me abraza
como soy ahora y se conmueve.
Me gusta aprender a interpretar sus pequeños regalos diarios. Buscar a
cada rato lo que creo que quiere que haga. Y alegrarme de estar donde estoy sin
pensar que sería mejor que estuviera en otra parte.
Es verdad que eso exige una madurez que a veces me falta. Mi mente
errante viaja del presente al futuro con facilidad. Pensando en cómo será lo
que viene. En cómo hubiera sido con otras elecciones. Busco señales. Exijo señales.
No quiero probar a Dios. Sólo quiero que me muestra con signos sencillos que me ama. Que me
lo demuestre para que no me olvide en medio de las cruces o la sequedad del
camino. Es lo único que le pido.
No grandes señales que marquen
una ruta clara. Sí pequeños signos de su amor que me recuerdan su predilección
por mí. Esa que
tantas veces olvido. Y quiero luz para
interpretar esos signos. Sin interpretar más allá de la cuenta.
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