¡Puedes encomendarte a ellos la próxima vez que
pelees con tu madre o con tu cuñado!
Desde el comienzo de este mundo, la familia humana ha estado en el
corazón de nuestra existencia. Nacemos en familia y es nuestra familia la que
nos configura y moldea en la persona que hemos de convertirnos.
No obstante, el pecado también ha estado presente desde el principio y
ha sembrado la discordia en las familias ya desde Adán y Eva. Además de crear
divisiones entre la recién casada pareja en el Jardín del Edén, el pecado y la
caída naturaleza humana separaron a sus dos hijos, culminando en el asesinado
de Abel a manos de su propio hermano, Caín.
Pero Dios no se rindió con las familias tras aquellos incidentes, sino
que lentamente trató de formarnos a Su imagen, enseñándonos mandamientos como
el de “Honra a tu padre y a tu madre”.
Cuando Jesús entró en escena, confirmó la validez de los mandamientos y
la necesidad de obedecer a los padres, pero desafió a los individuos a escoger
a Dios por encima de todas las cosas, incluso de los vínculos familiares. En
palabras de Jesús: “El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que
a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno
de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la
encontrará” (Mateo 10:37-39).
En esencia, Dios ha estado intentando enseñarnos durante miles de años a
que le sigamos, a Él y a Su ley, por encima de todo lo demás en nuestras vidas.
Un cristiano o una cristiana no debe
descuidar a su propia familia, pero cristianos y cristianas deben obedecer a
Dios, y en ocasiones esto acarrea conflictos familiares.
Han existido muchos santos y santas con el paso del tiempo que tuvieron
que afrontar este conflicto directamente y discernir qué hacer al respecto. En
algunos casos el santo en cuestión estaba equivocado, se distanciaba de su
familia a causa del pecado; sin embargo, otros santos tuvieron que cortar con
los lazos familiares para seguir la llamada del Evangelio.
Para ayudarnos a comprender las múltiples dificultades de la vida
familiar y a cómo responder ante ellas, aquí encontramos cinco ejemplos de
hombres y mujeres que no se llevaban del todo bien con sus familias y que
eligieron vivir según el Evangelio por encima de todo.
SANTAS CLARA E INÉS
DE ASÍS
Nacidas en una familia pudiente de Asís, santa Clara quedó profundamente
conmovida a los 18 con las predicaciones de san Francisco sobre vivir el
Evangelio de forma radical, así que escapó de la casa de su padre una noche con
la ayuda de su tía Bianca. No tenía deseos de casarse, su devoción era dedicar
su vida a Dios. Se reunió con san Francisco en una pequeña capilla, donde
intercambió su cinturón adornado de joyas por un cordón nudoso alrededor de su
cintura. Se cortó el pelo y recibió un velo, confirmando así su entrada en un
convento benedictino.
Su padre estaba furioso por esta negativa a casarse, así que, acompañado
de los tíos de Clara, fue a buscarla al convento para forzarla a volver a casa.
Clara se aferró con fuerza al altar y reveló su pelo recortado, símbolo de su
consagración a Dios.
La hermana de santa Clara, Inés, también huyó del hogar en mitad de la
noche y buscó refugio en el convento benedictino con su hermana. Furioso por la
pérdida de sus dos hijas, el padre envió a un tío y varios hombres armados para
obligar a Inés a regresar. Trataron de agarrarla por el pelo, pero su cuerpo se
volvió milagrosamente inamovible y cedieron en su intento.
Los familiares de santa Clara se percataron de que Dios las protegía y
les permitieron permanecer en el convento y nunca más trataron de obligarlas a
alejarse del plan de Dios.
SANTOS AGUSTÍN Y
MÓNICA
Nacido de un padre pagano y una madre cristiana, san Agustín se formó ya
de adulto como catecúmeno, pero no se bautizó hasta su conversión, algo más
tarde. Al principio, para Agustín, como joven intelectual que era, la filosofía
y las enseñanzas maniqueístas dirigían su vida.
De este modo terminó en un estilo de vida pecaminoso y hedonista, al que
no quería renunciar. En esta etapa, llegaba incluso a rezar a Dios pidiéndole: “Concédeme castidad y continencia, pero todavía no”.
Su elección de vivir de forma contraria al Evangelio era algo que pesaba
gravemente a su madre, santa Mónica. Ella trató de orientarle en la buena
dirección, y creía incluso que impidiendo a su hijo entrar en casa le ayudaría
a recuperar el sentido. Esta tensión sometió a gran estrés su relación, pero
Mónica persistió.
Más adelante, Agustín decidió mudarse a Roma y Mónica quiso ir con él.
Estaba decidida a navegar hasta Roma con su hijo, y entonces Agustín le pidió
que fuera a rezar a una capilla cercana. Cuando Mónica terminó de rezar, se
dirigió al puerto, pero solo para ver cómo Agustín zarpaba sin ella.
Mónica terminó “ganando”, ya que,
como fruto de sus persistentes oraciones, su hijo se convirtió y fue un gran
santo de la Iglesia católica.
SANTO TOMÁS DE
AQUINO
Nacido en una familia noble italiana, santo Tomás de Aquino quedó
cautivado por el estudio de la filosofía desde temprana edad y decidió entrar
en la orden de los dominicos a los 19 años. Sin embargo, a su familia no le
entusiasmaba mucho la idea de que un joven noble se ataviara como un mendigo.
Los dominicos le enviaron a Roma para que pudiera vivir alejado de la
influencia de sus familiares, pero en el trayecto sus hermanos lo capturaron y
encerraron en la fortaleza de San Giovanni en Roccasecca. Allí permaneció dos
años enteros y durante ese tiempo sus padres, hermanos y hermanas intentaron
disuadir a Tomás de continuar con su vocación religiosa. Hasta enviaron a una
prostituta para que tentar a Tomás, pero él la ahuyentó usando uno de los
hierros de la chimenea de su cuarto.
Su madre cedió por fin después de dos años y organizó una huida secreta,
con la esperanza de no traer más vergüenza a la familia. Tomás descendió por
una ventana con la ayuda de sus hermanas y volvió al cuidado de los dominicos.
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