La Iglesia es llamada católica o
universal porque está esparcida por todo el mundo, de un extremo al otro de la
tierra, y porque universalmente y sin fallo enseña toda la doctrina que los
hombres deben conocer, sobre las cosas visibles o invisibles, celestiales o
terrenales.
Es llamada católica también porque conduce
al verdadero culto a toda clase de hombres, autoridades y súbditos, doctos e
incultos. Es católica finalmente porque cura y sana todo tipo de pecados, los
del alma y los del cuerpo, y posee todo género de virtudes, cualquiera que sea
su nombre, en obras y palabras y los más diversos dones espirituales.
Con toda propiedad es llamada Iglesia, que
quiere decir, asamblea convocada, porque convoca y reúne a todos en la unidad,
tal como el Señor determina en el Levítico: “congrega
a toda la comunidad a la entrada de la Tienda del Encuentro” (8,3) […].
Y, en el Deuteronomio, dice Dios a Moisés: “Reúneme
al pueblo para que yo les haga oír mis palabras” (4,10). […] También el
salmista proclama: “Te daré gracias en la gran
asamblea, te alabaré entre un pueblo copioso” (35,18) […].
Pero fue a partir de las naciones gentiles
que después el Salvador instituyó una segunda asamblea, nuestra santa Iglesia
de los cristianos, sobre la que dijo a Pedro: “y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella” (Mt 16,18). […] Y después que la primera asamblea
fundada en Judea fuera destruida, se multiplicaron por toda la tierra las
iglesias de Cristo. De ella hablan los Salmos, que dicen: “¡Aleluya! ¡Cantad a Yahveh un cantar nuevo: su alabanza en la
asamblea de sus amigos!” (149,1). […] Y es al respecto de esta nueva
Iglesia santa y católica que Pablo escribió a Timoteo: “para
que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios
vivo, columna y fundamento de la verdad” (1Ti 3,159.
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