Un sistema constitucional es más
sólido cuanto más simple es. El sistema del Colegio de Electores de los Estados
Unidos, el grupo de 538 personas que eligen al Presidente de esa nación, es una
fuente de creación de leyes y más leyes, reglamentos y más reglamentos. El
sistema ha funcionado bien hasta ahora, porque no ha habido una corrupción del
engranaje. Si los integrantes del mecanismo decidieran actuar de mala fe, esa
pequeña pieza en la maquinaria se transformaría en un increíble quebradero de
cabeza.
Imaginemos que alguien decide
actuar físicamente contra el cuerpo de compromisarios, simplemente como medio
para retrasar todo lo posible la toma de autoridad de un nuevo presidente. Si
lograran en un atentado un gran número de bajas, hay que recordar (aunque casi nadie
lo haga) que hay estados en los que se escoge por votación popular a un
compromisario para vote libremente. Cierto que ya se sabe el sentido de su
voto, pero legalmente es libre. Si un buen número de compromisarios murieran en
un atentado, se produciría un verdadero problema. ¿Nuevas elecciones en algunos
estados para escoger nuevos compromisarios libres? Matar al candidato a
Presidente no es fácil, pero atentar contra los compromisarios es mucho más
fácil. Sobre todo cuando está en juego el Poder de la primera potencia del
mundo y los atentados se pueden realizar en un mismo día a la misma hora. Esto
es un verdadero fallo en la maquinaria constitucional. Sí, se puede proteger a
ese medio millar de personas. ¿Pero para qué crear otro flanco que proteger en
el sistema constitucional?
Imaginemos otra posibilidad, que
un número suficiente de compromisarios decidieran votar en contra de lo que
decidió el Pueblo. Imaginemos que los compromisarios de los dos partidos se
ponen de acuerdo para no votar a un presidente. Este “veto” podría continuar,
incluso, año tras año. El Pueblo y los medios podrían ponerse manos a la obra.
Pero se tardaría mucho tiempo en rehacer el sistema. Y más si son los mismos
dos partidos los que bloquean desde dentro el colegio de compromisarios y, en
teoría, ellos tienen que ser los encargados de cambiar las leyes de los estados
respecto a este tema.
Imaginemos una tercera
posibilidad, que los compromisarios actúan adecuadamente, pero que es el
Congreso el que decide poner pegas, una y otra vez, a las votaciones de los
compromisarios, inventando todo tipo de nulidades, todo tipo de vicios de
forma. Porque es el Congreso el que, en definitiva, valida la votación. Pero si
es el mismo receptor de los votos para su recuento el que está interesado en no
darse por enterado de los resultados, entonces se produciría un problema.
Aunque en este caso, sí que podría actuar el Tribunal Constitucional con
disposiciones vinculantes. En este escenario, sería el Presidente saliente,
todavía en funciones, el que tendría que enviar al FBI (al tratarse de un
delito federal) a detener al Presidente del Congreso y a cuantos hubieran hecho
desacato de lo que hubiera determinado el Tribunal Supremo.
Dicho de
otro modo, si en vez de un colegio electoral que hiciese de intermediario entre
el Pueblo y el Poder Ejecutivo, hubiera tres o cuatro cuerpos intermedios, los
problemas se multiplicarían por tres o por cuatro. La simplicidad en Derecho
Constitucional es siempre una virtud.
Alguien dirá que soy muy retorcido. Pero la Historia nos demuestra que cuando un Putin o un Maduro llegan al Poder, este tipo de pequeños reglamentos sin importancia en los que nadie había reparado son el paraíso de esos mandatarios. Lo importante es tener un asidero. Cuando hay mala voluntad, lo importante es que el sistema no sea simple, sino complejo.
Alguien dirá que soy muy retorcido. Pero la Historia nos demuestra que cuando un Putin o un Maduro llegan al Poder, este tipo de pequeños reglamentos sin importancia en los que nadie había reparado son el paraíso de esos mandatarios. Lo importante es tener un asidero. Cuando hay mala voluntad, lo importante es que el sistema no sea simple, sino complejo.
P.
FORTEA
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