VATICANO, 21 Nov. 16 / 08:09 am (ACI).- El Papa Francisco afirma en
su nueva Carta
Apostólica “Misericordia et misera” que “la
belleza de la familia permanece inmutable,
a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas”.
En el punto 14 del documento -que se puede leer íntegro
aquí- el Pontífice asegura que “en
un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la
familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de gran consuelo a
nuestras familias”.
“El don del matrimonio es una gran
vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con el amor
generoso, fiel y paciente”, destaca.
Por otro lado, el Papa indica que “el
sendero de la vida lleva a que un hombre
y una mujer se encuentren, se amen y se prometan, fidelidad por siempre delante
de Dios, a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad”.
“La alegría de los padres por el don de los hijos
no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y
para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad”, prosigue en el documento.
Francisco recuerda que “la gracia del
Sacramento del Matrimonio no solo fortalece a la familia para que sea un lugar
privilegiado en el que se viva la misericordia, sino que compromete a la
comunidad cristiana, y con ella a toda la acción pastoral, para que se resalte
el gran valor propositivo de la familia”.
Así, este jubileo “nos ha de ayudar a
reconocer la complejidad de la realidad familiar actual”. “La experiencia de la
misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la
actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar”, subraya.
En este sentido, pide no olvidar “que cada
uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier
otra persona”. “Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e
irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios”.
El Papa subraya en el texto que “esto exige,
sobre todo de parte del sacerdote, un discernimiento espiritual atento,
profundo y prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la
situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar
activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios
que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de
justicia, de amor, de perdón y de misericordia”.
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