Hoy os voy a
descubrir un poco mi corazón y mi mente respecto a un asunto papal: cuando leo
y reflexiono Amoris Laetitia tengo la tendencia a enfadarme. El enfado me
viene también con algunas actuaciones pontificias.
Qué duda cabe
que en la Iglesia hay dos corrientes ortodoxas, una más tradicional y otra más
progresista. No cuento los grupos que han caído abiertamente en la heterodoxia
(como muchos de los autores que se saltan el Magisterio) o que han roto con la
comunión de la Iglesia (como los tradicionalistas lefevbrianos).
Pero, dentro de
la catolicidad, existen dos tendencias, eso resulta innegable. Que el Papa
actúa de acuerdo a sus tendencias progresistas está fuera de duda en
nombramientos episcopales y en otros temas.
Nada de
reprobable hay en ello. Benedicto XVI era tradicional y gobernó de acuerdo a
sus personales preferencias. Cada Papa siempre actuará según sus preferencias,
que a veces son diametralmente distintas a las de otro. No existe un gobierno
neutro y aséptico. En una empresa de refrescos es posible gobernar
neutralmente, pero al regir una parroquia no. Lo mismo al gobernar la Iglesia
universal.
Ahora bien, lo
mismo que os descubro mis rabietas internas ante tal o cual nombramiento
episcopal, ante tal o cual afirmación del Papa, también os digo, con toda
sinceridad, que después lo medito, lo llevo a la oración, y es como si Dios me
dijera que repare en lo que hay de verdad en lo que el Papa dice.
Tendemos a
pensar en bloque: me gusta o no me gusta, ortodoxo o heterodoxo, éste está queriendo
destruir la Tradición de la Iglesia o este otro es una roca de la ortodoxia.
Pero debemos agradecer cuando un Papa reta nuestras proposiciones y nos hace ir
más allá de lo pacíficamente aceptado. Este tipo de situaciones son un reto
intelectual y teológico.
El Papa no ha
dicho nunca nada heterodoxo y se morirá de viejo sin hacerlo. Pero cuando me
enfado, cuando tengo la tentación de pensar que es un progresista destructor,
¿acaso no trata él de hacer reflexión teológica de lo que tantos sacerdotes
ortodoxos hacen en sus confesionarios, en sus conversaciones personales? No
estoy diciendo que sea lícito para la praxis negar por vía de los hechos lo que
el Magisterio afirma en la teoría. No. La praxis debe ajustarse a la doctrina.
Lo que estoy
afirmando es que quizá Dios está tratando de decirnos algo, de enseñarnos algo
nuevo sin negar nada de lo viejo. Quizá nos esté enseñando a ser progresistas
dentro de la Tradición. ¿Eso significa que el Papa sea perfecto? No.
Pero nosotros,
como hijos, debemos verlo como un padre. Debemos atender sus palabras para ver
qué nos descubren de nuevo. No leerlas en búsqueda de lo que es criticable:
entonces sí que no aprenderemos nada.
Debemos ver la
Mano de Dios en todo. Ahora Dios ha abierto una nueva etapa. Glorifiquemos a
Dios en ella. No nos convirtamos en personajes que se creen salvadores de la
Iglesia. Escuchemos, veamos qué hay de verdad en lo que nos dice el Papa.
Escuchemos con buen corazón, de un modo filial. Ya os digo que no hay nada
contra la Fe en él.
Dios es Dios, y sólo Dios es Dios. El Papa es
falible. (Además, creo que éste es un progresista.) Pero es el padre que
preside a la familia en la tierra. A ti y a mí, sólo se nos pide que no
faltemos a la caridad, ni siquiera de pensamiento.
P. FORTEA
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