miércoles, 5 de octubre de 2016

10 RAZONES PARA VIVIR LLENO DE ESPERANZA


En el momento de recibir el Sacramento del Bautismo, nuestra alma recibe muchos regalos extraordinarios.
Entre los que se encuentran las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad.
Estos son como pequeñas semillas plantadas en el jardín de nuestra alma.
Sin embargo, como en un jardín, estas semillas deben ser cultivadas constantemente.
Si no es así, las malas hierbas pueden ahogar y asfixiar las plantas buenas.
Una de las virtudes más atacadas en el mundo moderno es la virtud de la esperanza.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una excelente descripción de la virtud teologal de la esperanza en las siguientes palabras:
“La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.
‘Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’.
Este es ‘el Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna’” (CIC #1817)
Meditemos diez razones por las que debemos estar seguros en la esperanza hasta el día de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

1 . El Señor está de nuestro lado
Dios está de nuestro lado como nuestro último vencedor.
San Pablo nos recuerda con estas palabras de aliento: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros.”
El Salmista reitera este mismo concepto: “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.”
Y la parte más famosa de todos los Salmos nos consuela con estas palabras: “el Señor es mi pastor, nada me falta.”

2. La oración da energía es nuestra fuente de fortaleza y esperanza
Cuando los israelitas lucharon contra los amalecitas, Moisés decidió subir a la cima de la montaña con vistas a la batalla.
Moisés elevó sus brazos hacia el cielo en oración e intercesión.
En este signo, los hijos de Israel tomaban ventaja en la batalla. Sin embargo, cuando los brazos de Moisés comenzaban a caer debido al cansancio, los amalecitas ganaban.
Al ver esto, Aarón y Hur tuvieron un plan: sentar a Moisés en una roca, luego uno a la derecha y el otro a la izquierda iban a elevar los brazos de Moisés.
Este plan logró su objetivo, los hijos de Israel triunfaron.
¿Qué significa este gran momento del Antiguo Testamento para nosotros?
La historia de Moisés muestra que nuestra esperanza y nuestra fuerza están en una vida de oración ferviente.

3. Cuando caemos, nos da la fuerza para volver a subir
¿Has caído en tu vida? Claro que si, todos lo hacemos.
Sólo Dios es perfecto y la Escritura afirma que el hombre justo cae siete veces al día.
El mayor problema no es tanto nuestra caída, sino nuestra resistencia y falta de voluntad para levantarse después que caemos.
El santo canonizado recientemente, San Junípero Serra, misionero celoso que trabajó duro en la evangelización de California, lo expresa claramente: “siempre hacia adelante, siempre hacia adelante y nunca volver atrás”.
4. El Padre aguarda siempre a su Hijo Pródigo
El pasaje bíblico que expresa mejor el concepto anterior del perdón se encuentra en Lucas 15, la parábola del hijo pródigo, o si se quiere, la parábola del Padre misericordioso.
A pesar de todas nuestras transgresiones y errores, los brazos amorosos de nuestro Padre celestial siempre están abiertos para recibirnos en todo momento, lugar y circunstancias.
Aunque hayamos pecado, nuestro Padre está todavía ansioso por darnos la bienvenida como sus hijos.
San Pablo nos recuerda con palabras de consuelo: “Donde abunda el pecado, la misericordia de Dios abunda aún más.”

5. Los Santos nos ofrecen oraciones, aliento y amistad
Una soledad aplastante caracteriza al mundo moderno.
Las grandes ciudades pueden tener millones de personas, pero hay muchas personas en estas enormes ciudades que no tienen ni un solo amigo, ni una persona para prestar oído para escuchar.
Pero en verdad, no estamos solos porque pertenecemos a una familia amorosa que llamamos la Iglesia.
La Iglesia se compone de tres niveles:
La Iglesia Sufriente: las almas del Purgatorio
La Iglesia Militante: los vivos que son soldados de Cristo que luchan con la ayuda de Dios para la salvación
La Iglesia Triunfante: los campeones victoriosos de Cristo, a los que llamamos los santos y están en el Cielo.
Es este último grupo que podríamos llamar “Nuestros líderes celestes”.
Sus oraciones, su ejemplo, su amor a Dios y amor por nosotros es un recordatorio constante de que no estamos solos en nuestra lucha, sino más bien en compañía de los amigos poderosos de Dios.
Sólo la idea de estos campeones espirituales debe llenar nuestros corazones de esperanza para el futuro y la esperanza para llegar al cielo.
6. La Divina Misericordia
Otro rayo brillante de esperanza es la doctrina de la Divina Misericordia según lo recibido del Señor por Santa Faustina Kowalska, quien fue canonizada en el nuevo milenio por san Juan Pablo II.
El mensaje esencial de la Divina Misericordia es consolador: la misericordia es el atributo principal y esencial de Dios.
¿Cómo podemos definir la misericordia? Es el desbordante amor de Dios que perdona al pecador.
Incluso el más grande de los pecadores puede convertirse en el más grande de los santos con una condición: que confíe en la misericordia infinita de Dios.
Oremos con frecuencia: ¡Jesús en Ti confío!

7. La Misa
Los regalos y las bendiciones de Dios brillan sobre nosotros como el sol del mediodía.
Por supuesto, entre todas las bendiciones de Dios, las más grande es el don del mismo Jesús en la Eucaristía.
Él está realmente, substancialmente presente en la misa en la Santa Comunión, en la sagrada Eucaristía. ¡Qué regalo!
Todos los días de nuestras vidas el “Sol de Dios” es elevado en la misa en las manos del sacerdote y luego Jesús, el Pan de Vida, puede descender a las profundidades de tu corazón al recibir la Santa Comunión.
Esta realidad te debe llenar de esperanza para esta vida y para la vida eterna.
La promesa de Jesús está lleno de esperanza: “Yo soy el pan de vida. El que come mi Cuerpo y bebe mi sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré en el último día.”(Jn 6).
La misa diaria es la fuente de nuestra esperanza de vida eterna.
8. Tenemos buenos samaritanos en el camino de la vida
Otra poderosa razón para la esperanza es la realidad de los buenos samaritanos que Dios, en su bondad infinita y divina Providencia, nos ha enviado.
Rebobina la película de tu vida con espíritu de oración y te darás cuenta de las muchas veces que Dios puso en tu camino algún buen samaritano que te ayudó en tu necesidad, cuando el bote de tu vida estaba a punto de ser sumergido.
Nuestro Dios no es un Dios impersonal deísta que se queda lejos de nosotros.
Más bien, Él se ocupa en realidad nuestra vida, tanto es así que Dios realmente se convirtió en uno de nosotros en la encarnación.
Él constantemente envía recordatorios de su presencia por los buenos samaritanos que llevan nuestra carga y nos dan seguridad y sanidad.
Debemos sentirnos motivados, después de haber sido destinatarios del amor de los buenos samaritanos, para transformarnos en un buen samaritano para otros en la carretera de la vida.

9. Nuestra esperanza está en el Cielo
De gran importancia en el fortalecimiento de la virtud de la esperanza es la conciencia clara y constante que nuestro destino eterno es el cielo.
Jesús nos promete: “Voy a preparar un lugar para ustedes, para que donde yo esté, estén también ustedes. En la casa de mi Padre hay muchas moradas”.
Jesús ha preparado una mansión para cada uno de nosotros en el cielo.
La vida es muy corta como el salmista nos recuerda: “La vida del hombre es como una flor del campo, que se crece por la mañana y se marchita y muere cuando se pone el sol.”
En todas nuestras pruebas y tribulaciones debemos tratar de no olvidarnos de la realidad del cielo, nuestro hogar eterno.
San Pablo nos presenta con un mero vistazo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha entrado en la mente del hombre las maravillosas cosas que Dios ha preparado para los que le aman”.
San Agustín expresa el carácter efímero de la vida humana: “Nuestra vida en comparación con la eternidad es un mero parpadeo del ojo”.
La vida en la tierra es una bocanada de humo; el cielo es para siempre.
10. María: vida, dulzura y esperanza nuestra
San Bernardo escribió la hermosa oración-poema Ave Maris Stella, “Salve, Estrella del mar”.
El doctor melifluo, San Bernardo, presenta nuestra vida como si se tratara de un barco de vela en el medio del mar tempestuoso.
El capitán de barco es llamado a levantar los ojos a lo alto de la estrella brillante en el cielo oscuro.
Esa estrella que brilla conducirá al capitán, los marineros, y al barco de manera segura a tierra.
En medio de las tempestades de la vida, estamos llamados a levantar los ojos a otra estrella en el mar, Stella Maris, es decir, “la Virgen, Estrella del mar.”
Es a través de su poderosa presencia e intercesión que todos podemos llegar a casa con seguridad, al puerto de la salvación, que es el cielo.
Por lo tanto, los amigos de Jesús y María, debemos aferrarnos a la virtud de la esperanza.
Dios está de nuestro lado, la vida es corta, la vida eterna es para siempre y el cielo es nuestro hogar eterno.
Roguemos a la Virgen para la esperanza: “Dios te Salve, Madre y Reina de misericordia, vida y dulzura y nuestra esperanza…”


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