jueves, 8 de septiembre de 2016

¿POR QUÉ MARÍA MAGDALENA ES TAN ESPECIAL? RESPONDE ÁLVARO CÁRDENAS CON UNA HOMILÍA Y UNA ORACIÓN


El pasado viernes 22 de julio se celebró por primera vez en la Iglesia, en el gran marco del Año Jubilar de la Misericordia, la fiesta de Santa María Magdalena, testigo singular del Amor Misericordioso de Cristo y "Apóstol de los Apóstoles". En años anteriores se celebraba con un rango menor en el santoral, como "memoria obligatoria".

En la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, en Colmenar del Arroyo (diócesis de Getafe, Madrid), se celebró solemnemente su fiesta y se veneró una reliquia suya, traída por el párroco, Álvaro Cárdenas, desde la Basílica de Saint Maximin, en la Provenza francesa, donde según la tradición reposan sus restos. La celebración se prolongó con la adoración eucarística.

Ofrecemos a continuación la documentada homilía del padre Álvaro Cárdenas, que analiza la riqueza de la devoción y significación de esta santa.

PREDICACIÓN EN LA FIESTA DE SANTA MARÍA MAGDALENA,
 22 DE JULIO DE 2016

Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, Colmenar del Arroyo (Madrid)

Celebramos hoy por primera vez la fiesta de Santa María Magdalena. No porque otros años no se haya celebrado sino porque en este Año de la Misericordia el Santo Padre ha querido elevar su celebración de memoria obligatoria a rango de fiesta. Este cambio pone de manifiesto el papel que María Magdalena ha tenido y tiene en la revelación del Misterio de la Misericordia, misión confiada por el propio Jesús en la mañana de la resurrección: "Ve, y dí a mis hermanos..." (Jn 20, 17).

Pero ¿quién fue María Magdalena?

Según el testimonio de los Evangelios María Magdalena es la mujer de Magdala de la que Jesús expulsó siete demonios (Lc 8, 2; Mc 16, 9) y que lo acompañó significativamente desde su ministerio público en Galilea hasta su muerte y resurrección en Jerusalén (Lc 8, 3; Mc 15, 40-41; Mc 15, 47).

Una tradición extendida en Occidente desde los primeros siglos del cristianismo, reconocida por los Santos Padres, y afirmada ininterrumpidamente durante siglos (aunque como tantos testimonios orales de entonces no estén documentados históricamente), María Magdalena fue la hermana de Marta y de Lázaro de Betania.

Se han escrito muchas páginas tratando de clarificar, y repetidamente en estos tiempos, también de oscurecer su identidad.

A nosotros nos interesa el Misterio de la Misericordia que su vida, su conversión y su seguimiento de Cristo revela.

Tras su conversión, y liberación de Satanás por parte de Jesús, lo acompañó como discípula suya por los caminos de Galilea (Lc 8, 1-3); ungió sus pies en Betania seis días antes de su muerte (Jn 12, 1-8); no dudo en seguirle hasta la Cruz, en Jerusalén (Mc 15, 40-41) y contempló el lugar donde le dieron sepultura (Mc 15, 47); por último, fue testigo privilegiada de su resurrección (Jn 20, 1-16. 18), y  continuó siéndolo ante los hombres hasta el último instante de su vida.

Precisamente, por esa constante fidelidad de amor desde su conversión, fue elegida por el Señor como la Apóstol de los Apóstoles para comunicarles la noticia de su resurrección.

La beata Catalina de Emerick confirma los datos que nos aportan los Evangelios y la tradición occidental. Ella nos ha dejado en sus visiones de la vida de Jesús algunos detalles preciosos que nos pueden ayudar a comprender, acoger y compartir, el Misterio de Misericordia del que Santa María Magdalena ha sido, en primera persona, una testigo incomparable.

Catalina de Emerick describe según lo contempló la vida que llevó la hermana pérdida de Lázaro y Marta de Betania, en Magdala, muy cerca del Lago de Galilea, a 5km de Cafarnaún, centro de la predicación de Jesús.
Tras contar Jesús la parábola de la perla preciosa, pérdida y encontrada, continuó hablando de María Magdalena, conocida del grupo de Jesús por ser hermana de Lázaro y Marta de Betania, amigos del Maestro de Nazaret.

María Magdalena es descrita por la Beata Catalina de Emerick como una mujer de alta posición social, de particular belleza y atractivo,  orgullosa, llena de vanidad, caracterizada por su gusto por el lujo, por su espíritu seductor y por sus conocidas relaciones escandalosas con los hombres, más allá de toda modestia.

En una de sus visiones ve a Jesús afirmar que María Magdalena era "la perla preciosa caída de la mesa del Amor". Una perla que traería una enorme alegría a todos cuando fuese encontrada.

Entonces las mujeres que estaban con Jesús le preguntaron: ¿De verdad Magdalena se convertirá? Y Jesús las contestó: "Os falta determinación para  buscarla. Aún tenéis que buscarla con más insistencia con que la mujer busca su perla perdida, o el Buen Pastor la oveja que se le extravió. Cuando lo hagáis la encontraréis."

¡Y la encontraron! ¡El amor convertido en cercanía, compasión, acogida, misericordia y oración, la encontró!
¡Y ocurrió el milagro! ¡La que estaba cautiva de siete demonios que la tenían atada a invencibles estructuras de pecado, la que estaba sometida al pecado e irremediablemente perdida, se vio en un momento asombrosamente salvada!

 Desde ese momento no perderá ocasión de mostrarle a Jesús toda su gratitud y amor.

En Galilea, acogiendo sus Palabras de vida y siendo testigo de su poder salvador: el perdón, sus curaciones, sus liberaciones, siguiéndole como discípula suya por los caminos de Galilea y asistiéndole, junto con otras mujeres, con sus bienes (Lc 8, 3); en Betania, ungiendo sus pies con esencia de nardo, seis días antes de su muerte; camino del Calvario y a los pies de la Cruz, mostrándole su valiente fidelidad y amor, cuando tantos discípulos, incluso sus más fieles Apóstoles, le abandonaron; embalsamando con incomparable piedad el cuerpo sin vida de "el más bello de los hombres", y preparándolo para su sepultura; junto al sepulcro en la mañana de la resurrección buscando ardientemente, como la mujer del Cantar de los Cantares, "al Amor de mi alma" (Ct 1-4a).

Santa María Magdalena nos enseña a acoger con humildad la gracia del perdón y de la Misericordia de Cristo, por muchos y graves que sean nuestros pecados.
Nos enseña a dejarnos liberar por Jesús de las tentaciones, de las ataduras del mal, y del dominio del demonio.

Nos enseña a seguir a Jesús; a dejar que su Palabra rija nuestra vida; a llevar una vida agradecida de entrega confiada a Él; a permanecer en adoración silenciosa a sus pies, acogiendo el don de su Presencia y de su Palabra; a no separarnos de Cristo cuando muchos, incluso sus amigos, lo abandonan; a permanecer al pie de la Cruz acogiendo el don de su amor sin medida e incondicional por nosotros los hombres; a ser testigos audaces e intrépidos de su victoria absoluta sobre el mal, el pecado y la muerte; a vivir en comunión con Él en su Iglesia, recibiéndole, adorándole, mostrándole nuestro agradecimiento y amor en el Misterio de la Eucaristía.
"A quien mucho se le perdona -había enseñado Jesús-, mucho ama" (Lc 7, 47). Esa fue la razón de su apasionado amor a Jesús.

Si nosotros no estamos aún apasionados como ella por Él, si aún no nos hemos enamorado completamente de Él, y no estamos dispuestos a perderlo todo, como ella, por Él, es que aún no hemos experimentado en toda su profundidad su Amor Misericordioso y su perdón, ni nos hemos dejado perdonar completamente, por Él.

Por eso, cuando nos encontramos con el mal en nuestras manos, cuando experimentamos la fuerza de la tentación y del pecado, con qué facilidad nos entristecemos y nos instalamos en el mal diciendo: "no tengo remedio", "nunca cambiaré", "no puedo seguir a Jesús", "no soy digno de Él". Y nos sumergimos en la vergüenza, en  culpa y en la tristeza. Todo esto nos paraliza y quita la esperanza.

Cuando vemos el mal en aquellos que nos rodean, con qué rapidez los juzgamos, los condenamos, y si este mal se cristaliza, cuántas veces los apartamos de nuestro horizonte y los olvidamos dejándolos a su suerte. Decimos de ellos irónicamente: "¡Menuda perlita! Este no tiene remedio".

Pero Jesús nos mira de un modo absolutamente distinto. Nos mira como perlas preciosas caídas de la mesa de su Amor. ¡Sí! ¡Tú eres su perla preciosa! En su mesa, o caído. ¡Pero siempre precioso, o preciosa, para Él! Es algo que no puedes cambiar. ¡Y por ser preciosa para Él, y para los suyos, no dejarás de ser buscada hasta ser encontrada! Y lo mismo podemos decir de cualquier persona por profundamente perdida, corrompida, o extraviada, que esté.

¡Cuánto mal hay en nuestro mundo!

¡Cuánto desamor, indiferencia y frialdad ante el sufrimiento ajeno; cuánta vanidad, amor al lujo, olvido del sufrimiento de los pobres; lujuria, fornicación, infidelidad, adulterio, rechazo al embarazo y a la vida que viene, desamor conyugal, abandono de los hijos; corrupción, robo, mentira, orgullo, ambición, afán de control y de dominio, manipulación, desprecio por la casa común, que es la Creación, salarios y horarios de trabajo escandalosamente  injustos, desprecio a la familia; indiferencia social, sordera ante el grito de los inocentes que sufren y lloran en soledad, odio, rechazo de la verdad y desprecio de la paz, violencia, terrorismo, manipulación del miedo para intereses oscuros de control mundial, de crisis social, de enfrentamiento, de guerra y de destrucción!

Y ante este mal que nos rodea y asedia, a veces de forma oculta, otras con insolencia y brutalidad, ¡a cuántas personas solemos dar por perdidos!

Pero Dios no da por perdido a nadie. ¡Todos somos perlas preciosas Suyas!

¡No desesperemos nunca de nosotros mismos, ni de los demás, por perdidos o extraviados que nos encontremos, ni por escandalosa que sea nuestra vida o la de ellos! No dudemos de la Misericordia de Cristo, que es más grande que nuestra más horrible y dolorosa miseria.

Él nos busca y nos llama para que nos dejemos encontrar, siempre de nuevo por Él, y para que una vez encontrados le ayudemos  incansablemente, a buscar, con su mismo Amor, a sus preciosas perlas perdidas.

¡Nadie como la Virgen se ha sabido asombrosamente salvada, desde su Inmaculada Concepción, por Él!

Nadie como ella ha sido objeto del Amor más grande, que la salvo incluso antes de caer.

Por eso mismo, nadie como ella lo ha amado ni podrá amarlo, a no ser que ella le dé su propio amor. Y nadie como ella puede querernos, después de Dios, o mejor dicho, con Él, siempre e incondicionalmente.

Nadie como ella nos busca incansablemente e intercede por nosotros para que nos abramos al incondicional Amor Salvador de su Hijo, que nos salva.

Por ello, ella es modelo de la comunidad cristiana, de la Iglesia, que, junto con Jesús, y asociada a su obra de salvación, busca a las perlas preciosas de Jesucristo para salvarlas de su perdición y reintegrarlas a la Mesa del Amor de Dios.

Nadie como ella, nos lleva a la Santa mesa de la Misericordia , en el Sacramento de la Confesión, para que confesando nuestros pecados como hizo María Magdalena podamos recibir el Amor y el perdón Salvador de su Hijo.

Nadie como ella nos reintegra a la Mesa del Amor de la Eucaristía para alimentar en nosotros la vida eterna de su Hijo, para conducirnos a la perfecta comunión con Él, y para enseñarnos a permanecer a sus pies, como María Magdalena, en humilde y agradecida adoración.

Pidámosle a ella, Madre de Misericordia, el amor humilde y agradecido, para poder corresponder con el amor más grande que podamos al Misericordioso Amor sin medida de su Hijo Jesús, y para buscar sin descanso, como lo hace ella, a las preciosas perlas caídas de la Mesa del Amor de su Hijo.

ORACIÓN A SANTA MARÍA MAGDALENA

Santa María Magdalena, perla preciosa de Cristo, caída de la Mesa del Amor de Dios, profundamente perdida durante un tiempo, pero buscada y encontrada por Jesús y los suyos con inmensa solicitud y Amor.

Tú, que escuchaste su poderosa Palabra invitándote con urgencia al arrepentimiento y a la conversión, alcánzame de Él, por tu intercesión, escuchar también yo su llamada y decidirme al arrepentimiento y a la conversión.

Tú, que en un instante fuiste perdonada por Jesús, y te encontraste de repente libre de tus graves extravíos, alcánzame de Él, por tu intercesión, la gracia de reconocer mis culpas y de recibir su perdón.

Tú, que fuiste liberada por Jesús del dominio de Satanás, y de las fuertes ataduras que te ataban a él, alcánzame de Jesús, por tu intercesión, la gracia de verme libre de todas las ataduras de pecado que no me dejan romper con él.

Tú, qué después de tu conversión lo acompañaste como discípula suya, guardando en tu corazón sus Palabra de Vida, su divino perdón, siendo testigo privilegiada de sus milagros de Amor, alcánzame de Jesús, por tu intercesión, la gracia de seguirle también yo, acogiendo su Palabra, recibiendo su perdón,  siendo testigo también hoy de su Misericordia y su Amor.

Tú, que no desperdiciaste ocasión alguna para demostrarle tu gratitud y amor, que ungiste sus pies en Betania seis días antes de su muerte y con tus propios cabellos los secaste, alcánzame de Él, por tu intercesión, la gracia de mostrarle siempre mi humilde agradecimiento y mi delicado amor, sobretodo en el precioso Sacramento de su Cuerpo, la Santísima Eucaristía y en mis hermanos los hombres donde se  esconde Él.

Tú, que no dudaste en seguirle hasta la Cruz, en Jerusalén, y que fuiste testigo privilegiada de su resurrección, alcánzame de Jesús, por tu intercesión, la gracia de  enamorarme de Él y de seguirle fielmente hasta el final.

Tú, que fuiste la primera testigo de la  resurrección de Jesús, y por encargo suyo te convertiste en la Apóstol de los Apóstoles; tú que seguiste cumpliendo esta misión hasta el último instante de tu vida, y continuas realizándola entre nosotros hasta el fin de los tiempos, alcánzame de Jesús, por tu intercesión, la gracia de ser Apóstol de su Misericordia, como tú, hasta el último aliento de mi vida. Amen.


P. Alvaro Cárdenas

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