martes, 13 de septiembre de 2016

LA FASCINANTE HISTORIA DE LA MADERA CON QUE SE HIZO LA CRUZ DE JESUCRISTO


Sabemos que Jesús fue clavado en una cruz de madera donde murió. ¿Y cómo era la cruz? ¿De qué madera?
Aunque podríamos preguntarnos, ¿qué importancia puede tener eso?, también hay que considerar que todo lo relacionado con Nuestro Señor Jesucristo importa.
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Porque todo tiene su razón de ser, su significado, que nos permite comprender mejor el plan de Dios.
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Y más el lignum crucis que fue donde murió Jesucristo.
Según Wikipedia, el Lignum Crucis (literalmente, madera de la cruz) es una reliquia del cristianismo que se refiere al madero supuestamente usado por los romanos para crucificar a Jesús de Nazaret.
EL MONTE DE LA CALAVERA: EL CALVARIO
Sabemos, desde siempre, que la Cruz fue clavada en el Gólgota, esto es, en el monte Calvario.
Pero no todos estamos enterados de que el monte Calvario se llama así porque era el monte de la Calavera.
La Beata Ana C. Emmerick nos lo relata detalladamente:
“Sobre el monte Calvario tuve una vez la visión de cómo un profeta, el compañero de Elías, se metió en unas cuevas que entonces había debajo de ese monte, amuralladas, que servían de sepulcros.
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Allí tomó un sarcófago de piedra que contenía huesos de la calavera de Adán.
Aparecióle entonces un ángel, que le dijo: “Esta es la calavera de Adán” Y le prohibió sacar esos huesos de allí. Había aún sobre esa calavera cabellos delgados y rubios en partes.
He sabido que por la narración de ese profeta se dio a ese lugar el nombre de la Calavera. Justamente sobre ese lugar de la calavera, vino a dar Jesucristo con sus sagrados pies.”
O sea que, por medio de visiones, el Señor nos instruye sobre algo que no conocíamos y que es bueno que sepamos. Porque la historia culminó, donde había empezado.
Es decir, que la Gloriosa Sangre de Jesús cayó sobre los restos del primer hombre, Adán y como en un círculo celestial, el primer Adán – representando a toda la humanidad – se unió, de manera increíble, con el Nuevo Adán, Cristo, por medio de la Preciosísima Sangre de Salvación.
Pero hay algunos indicios que nos muestran que para Dios nada es casual.
POR EJEMPLO, EL CALIZ DE LA ÚLTIMA CENA
El cáliz que utilizó Nuestro Señor en la Última Cena, pasó a ser importante después de esa Cena tan principal y única para nosotros, los cristianos.
A partir, de allí, se lo escondió, se lo buscó, se lo encontró, se lo volvió a perder, etc., etc.
Los cruzados cruzaron el mar Mediterráneo para rescatar el Santo Grial de crumanos sarracenas. Durante la Edad Media, se dijo que estaba o había estado, en diferentes lugares.
Se tejieron leyendas y aún hoy, no se tienen exactos conocimientos de su paradero, por más que se dice que puede estar en . . . o en. . . y ese “en” puede ser cientos de lugares.
Ese es el después. Después de Cristo, pero, ese Cáliz tuvo un antes, que pudo haberse perdido en las brumas del tiempo.
Sin embargo, por la Beata Ana Catalina Emmerick, nos enteramos de que ese tan especial Cáliz, no era una copa común y corriente, tomada de algún mueble, y puesta delante de Jesús en la mesa de esa Última Cena.
Por lo menos hasta el momento en que Jesús la elevó a la categoría de Vaso Sagrado.
“El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén.
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Él lo usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó a este Patriarca.”
Incluso, Emmerick nos hace una profecía de dónde se encuentra y por lo tanto, dónde saldrá a la luz: “El gran cáliz se ha quedado en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez!
Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban. . . ”
EL LARGO CAMINO DE LA SALVACION
De la misma manera podríamos pensar que la o las maderas de las que estuvo compuesta la Cruz, pueden querer simbolizar algo, algún mensaje, para nosotros, los cristianos del Tercer Milenio.
El Señor sabe que, para nuestra flaqueza, dos mil años es mucho tiempo y muchas lámparas han comenzado a apagarse. Aún más, los que aún la tenemos encendida, podemos estar quedándonos sin aceite. Él lo sabe y lo comprende, porque es nuestro Padre.
Entonces, nos da siempre algo nuevo, una novedad que nos despierta, como las estrellas en el manto o los ojos de la Virgen de Guadalupe, o tal vez la madera de la Santa Cruz.
Una vez leí una novela corta, cuyo título no recuerdo, pero que hablaba de la Corona de Espinas.
Se trataba de una familia de los alrededores de Jerusalén, en el tiempo de Jesús.
Pasaban extremas necesidades, hasta el punto de no conseguir una moneda con la que comprar un mísero pan y los padres veían a sus niños debilitarse día tras día.
En determinado momento, el padre, que había salido como todos los días a ver si conseguía un trabajo, que siempre le era negado, volvió como loco a su casa, diciéndole a la mujer, casi a gritos, de la emoción que lo embargaba.
“¡Conseguí un trabajo! ¡Podremos comprar comida! Un soldado romano me encargó que le tejiera una corona de espinas para un preso que van a ajusticiar!
Y mira, he conseguido este arbusto que es muy espinoso y fíjate, sus espinas son enormes. Quedará contento y me pagará bien. ¿Te imaginas? ¡Qué bondadoso es nuestro Dios!”
Evidentemente, eso fue una fantasía, ¿O no?... Pero Dios es tan bondadoso, que puede haber hecho algo así. Sacar de Su dolor una ayuda para alguien que lo necesitaba.
¿Acaso no lo hizo para con todos nosotros? ¿No sacó de ese Su atroz sufrimiento la felicidad de toda la humanidad?
PASANDO POR EL PARAÍSO, LLEGAMOS A LA CRUZ
Anna Catalina Emmerick nos habla del Paraíso, contándonos que era: “una península en la cual había un árbol tan frondoso y cuyas raíces formaban el piso de esa península. Ese árbol era tan bello “que a todos vencía en hermosura”…
Cubría toda esa península, (en realidad, ella le dice isla porque su unión con la tierra era muy delgada) y “desde su anchura pronunciada se iba angostando hasta terminar en una graciosa punta”.
Más adelante dice “parecíase mucho al cedro”.
Esa es una pista, pero existen muchas leyendas sobre el paradero de la Santa Cruz y de la madera con la que fue hecha.
Una de ellas, basada en el Evangelio apócrifo de Nicodemo, dice lo siguiente: Cuando Adán cayó enfermo, envió a su hijo Set a la puerta del Jardín del Edén, para implorar a Dios por algunas gotas del aceite de la misericordia destilados del Árbol de la Vida con la que ungir la cabeza.
Set encontró fácilmente su camino, ya que ninguna hierba había crecido a lo largo de las huellas de Adán y Eva desde su expulsión.
Mientras Set oraba en la puerta, se le apareció el Arcángel San Miguel, diciendo: “El Señor me ha enviado a ti. Yo he sido designado para presidir los cuerpos humanos y te digo, Set, que no ores a Dios con lágrimas suplicándole por el aceite de la misericordia con que ungir a tu padre Adán para quitarle el dolor de cabeza.
Porque no será posible obtenerlo de ningún modo, hasta el último día de los tiempos, es decir, hasta que cinco mil quinientos años hayan pasado. “
A pesar de esto, San Miguel le dio sin embargo una rama de este árbol, que a la muerte de Adán Set plantó sobre su tumba.
En años posteriores, el árbol floreció y alcanzó una gran edad.
Cuando Balkis, la reina de Abisinia (Saba), visitó a Salomón, ella adoró este árbol, diciendo que: “en el mismo debe ser colgado el Salvador del mundo, y a partir de ese momento, el Reino de los Judíos cesará.”
Al oír esto, Salomón ordenó que el árbol fuera cortado y enterrado en un determinado lugar en Jerusalén.
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El mismo donde muchos años después se excavó la piscina de Betesda, donde el ángel guardián del árbol misterioso movía las aguas de la piscina en ciertas épocas del año.
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Y los que primero se sumergieran en ella eran curados de sus dolencias (ver Juan 5: 1-9).
A medida que el tiempo de la Pasión del Salvador se iba acercando, la madera subió flotando a la superficie del agua de la piscina, y de esa madera dice la leyenda, se fabricó el palo vertical de la cruz.
Otra forma de la misma leyenda nos dice que: “el Arcángel San Miguel, al negar a Set el aceite de la misericordia, le dio sin embargo tres semillas del árbol de la ciencia que debían colocarse debajo de la lengua de Adán cuando este fuera enterrado, prometiéndole que a partir de esas semillas crecería un árbol por cuyo fruto Adán se salvaría y volvería a vivir.
De las tres semillas surgió una trinidad de árboles de tres maderas diferentes, cedro, ciprés, y pino, que unidos formaban un solo tronco.
De este árbol Moisés cortó su vara y fue trasplantado por David al borde de una piscina cerca de Jerusalén, y debajo de sus ramas compuso sus salmos.
Salomón lo habría hecho cortar para utilizarlo como columna en su templo, pero al ser demasiado corto, fue rechazado y echado sobre un arroyo para servir como un puente.
Se cuenta que la reina de Saba, al visitar a Salomón, se negó a pasar por encima de ese puente por no pisar el árbol, declarando que un día marcaría la destrucción de los hebreos.
El rey ordenó que debería ser removido y enterrado, como ya vimos, cerca de la piscina de Betesda, momento en el que las virtudes de la madera fueron comunicadas inmediatamente a las aguas.
Después de la condena de Jesús, fue encontrado flotando en la superficie de la piscina y los judíos lo tomaron para hacer utilizarlo como haz principal de la Cruz.
¿OLIVO, CEDRO, CIPRÉS O PINO?
La beata Anna Emmerick, nos incorpora nueva luz al contarnos la expulsión de Adán y Eva del Paraíso:
“Después vi a Adán y Eva llegar a la tierra de penitencia.
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Era un cuadro conmovedor ver a nuestros primeros padres penitentes, echados en el desnudo suelo.
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Adán pudo sacar un ramo de olivo del Paraíso, que plantó él mismo.
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Más tarde se sacó leña de este árbol para la Cruz del Salvador”.
A estas alturas, tenemos para la Cruz dos árboles: el olivo del Paraíso, del cual Adán se llevó una rama al ser expulsado y posiblemente un cedro, del cual el Arcángel San Miguel le dio una rama a Set.
Pero también puede tratarse en un árbol procedente de las tres semillas que el Arcángel dio a Set, que serían de cedro, de ciprés y de pino, que crecieron abrazándose, hasta formar un sólo árbol.
LA TRADICION
Los primeros Padres de la Iglesia siguieron conservando esas leyendas como parte importante de la creencia y agregaron algunos matices.
Tanto San Beda el Venerable (673 a 735) como Juan Cantacuzeno (1392-83) grabaron la idea de que la Cruz se compone de cuatro tipos de madera: ciprés, cedro, pino, y olivo
Inocencio aseguraba que el montante era de una sola madera, la viga transversal de otro, el título de un tercer tipo de madera, y que los pies se apoyaban en un escalón sobresaliente hecho de un cuarto tipo de madera.

OTRAS LEYENDAS
En algunas partes de Inglaterra creen que el saúco puede haber sido el madero de la Cruz.
Y aún hasta el día de hoy algunos paseantes reverentes miran con cuidado a través de los haces de leña que juntan antes de hacer fuego con ellas, por miedo de quemar inadvertidamente esa madera.
Otra idea común es que el haz principal de la Cruz era de cedro, el madero transversal de ciprés, la inscripción tallada en un pedazo de olivo, y el reposapiés era de palma.
Sin embargo, Lipsius (1606), el escritor más erudito en el tema, cree que la Cruz era probablemente de madera de roble, una madera abundante en Palestina, fácilmente accesible y de consistencia fuerte.
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El creía firmemente que las reliquias que había visto, eran de madera de roble.
También manifestó lo mismo, el Padre agustino Ángelo Rocca Camerte en su libro “De Partícula ex Pretioso et Vivivico ligno Sacratissimae Crucis” (Roma, 1609).
En el que menciona la existencia de un fragmento en el Tesoro Apostólico, tal vez el mismo fragmento por el que el Papa León Magno (c. 400-461) agradeció a Juvenal (m. 458), obispo de Jerusalén, en una de sus cartas, alrededor del año 450.
LA BÚSQUEDA EN JERUSALEN: “LA LEYENDA AUREA”
Pero nada de lo que antecede sería posible, sin la supuesta contribución de Santa Elena, la madre del emperador Constantino.
Según el autor de “La Leyenda Áurea”, Jacobo de la Vorágine, en el siglo XIII, esta emperatriz logró encontrar en Jerusalén la Cruz, enterrada junto con las de los dos ladrones, después de forzar a los judíos a que se lo dijeran.
Hizo realizar excavaciones en el lugar señalado, del cual comenzó a salir un perfume muy fragante.
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Después de cavar, se encontraron tres cruces, y clavos, pero la reina Elena no estaba segura de cuál de ellas era la Cruz.
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Por lo que hizo apoyar sobre cada una de ellas sucesivamente a una persona enferma incurable, que al ser colocada sobre la verdadera Cruz fue milagrosamente sanada”.
Se señala, en contra de esta versión, que las marcas de los clavos deberían haber sido suficientes pruebas como para identificar la Cruz de Nuestro Señor, puesto que los dos ladrones sólo habían sido atados.
Pero, en realidad, según lo cuentan San Ambrosio de Milán (De obitu Theodosii 45 y San Juan Crisóstomo (Homilías sobre el evangelio de Juan 85).), el titulus (en latín: la inscripción que puso Pilatos) fue encontrado sobre la cruz del centro, lo que ayudó a distinguir cuál de las tres era.
El relato de la Leyenda Áurea continúa diciendo que Elena hizo dividir la Cruz en dos, para dejar un trozo en Jerusalén y llevarse uno al Imperio.
La emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar del hallazgo un fastuoso templo, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que guardaron la reliquia.
Mucho después, en el año 614, el rey persa Cosroes II tomó Jerusalén y, tras la victoria, se llevó la Vera Cruz (así se le decía a la Cruz verdadera) y la puso bajo los pies de su trono, como símbolo de su desprecio a la religión de los cristianos.
Tras quince años de luchas, el emperador bizantino Heraclio lo venció definitivamente en el año 628.
Poco después, en una ceremonia celebrada el 14 de septiembre de ese año, la Vera Cruz regresó a Jerusalén, llevada en persona por el emperador a través de la ciudad procesionalmente.
Dice la leyenda que cuando el emperador Heraclio, vestido con gran magnificencia, quiso cargar con la reliquia, fue incapaz de hacerlo, no siéndole posible hasta que se despojó de todas las galas a imitación de la pobreza y la humildad de Cristo.
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Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Santa Cruz.
Evidentemente, las invasiones continuadas de los bárbaros hicieron que dichas reliquias fueran destruidas, y, aunque las Cruzadas trataron de encontrar lo que quedaba en Jerusalén para protegerlo de los sarracenos, las expediciones resultaron infructuosas.
Por lo que en nuestros días es poco lo que se sabe y casi nada lo que se ha encontrado.
Sin embargo, como una luz en medio de la oscuridad, se cree con cierta veracidad que una de las reliquias (considerada auténtica) se encuentra en el Vaticano.
Y que, a causa de su estado se han separado pequeñas partes que han sido compartidas con otras iglesias y santuarios, como ser: la Basílica de La Santa Cruz de Jerusalén en Roma, la Basílica de San Juan de Letrán.
Según el P. Sandoval, cronista de la orden benedictina, esta reliquia corresponde al “brazo izquierdo de la Santa Cruz, que Santa Elena dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones.
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Está cerrada y puesta en modo de Cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo”.
La madera se encuentra, dentro de un relicario en forma de cruz de plata dorada, de tradición gótica, realizada en un taller de Valladolid en el año 1679.
Las medidas del leño santo son de 635 mm. el palo vertical y 393 mm. el travesaño, con un grosor de 40 mm., siendo así la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, aún más grande que la que se custodia en  el Vaticano.
Un análisis científico de la madera de este trozo determinó que “la especie botánica de la madera es Cupressus Sempervivens (ciprés), tratándose de una madera extraordinariamente vieja y que nada se opone a que alcance la edad pretendida“
EL TÍTULUS: I.N.R.I.
La principal parte del “títulus” se halla en las basílicas de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma; en san Juan de Letrán y en San Marcos de la misma ciudad santa donde hay pedazos notables.
Las reliquias de la Cruz de Cristo, conservadas en la Basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén, o al menos la inscripción INRI, son verdaderas”
Esta es, al menos, la conclusión a la que ha llegado el experto Michael Hesemann, quien presentó en la misma basílica romana la versión italiana de su libro “Titulus Crucis”.
Hesemann se basó en las conclusiones de un estudioso judío, que al analizar fotos del trozo, aseguró que se remonta “al período que va del siglo I al IV d.C.”.
Al mismo tiempo que un perito griego lo encuadró con “absoluta” seguridad en el siglo I d. C., afirmación con la que coincidió un estudioso latino.
Hesemann pidió al experto italiano, Elio Corona, quien examinó los fragmentos de madera, considerando que son de “madera de olivo”.
NO UN ÁRBOL, SINO VARIOS
¿En cuál de todas estas afirmaciones podemos apoyarnos, para obtener una visión más real, para poder responder de qué madera estaba hecha la Cruz?
Tal vez podríamos quedarnos con otra vieja leyenda con tinte romántico, que señala que la Cruz fue hecha con la “Palma de la victoria”, con el “Cedro de la incorrupción,” y con el “Olivo de Real y Sacerdotal Unción”.
Y si de poesía hablamos, en un verso latino se nos dice.
El pie de la Cruz es de Cedro, la Palma retiene las manos, el alto Ciprés sostiene el Cuerpo, el Olivo en gozo está escrito”.
Tal vez, en una especie de hipótesis, podríamos buscar dentro de lo que simbolizan cada uno de estos árboles, una señal de por qué el Señor pudo haberlos elegido para Su Cruz.
Tanto el majestuoso Cedro como el siempre verde Ciprés, son coníferas, lo que nos recuerda el simbolismo universal y primitivo de las coníferas.
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Que, por su resina incorruptible y su follaje persistente, evocan la inmortalidad y la resurrección.
El Cedro, inalterable a pesar del transcurso del tiempo, es signo de inmortalidad, perdurabilidad, dignidad y pujanza.
En los tiempos antiguos simbolizaba la fuerza, la grandeza espiritual, la dignidad, la aristocracia y el coraje, por lo que fue utilizado para construir edificios de importancia, y palacios reales como los del rey David y el templo de Salomón.
No podemos dejar de pensar que el Cuerpo de Jesús también era un Templo y el Maestro podría haber elegido esta madera para Su Cruz.
Recordemos su palabras: “Destruyan este Templo y yo lo levantaré en tres días.” (Juan 2, 13-25)
Por su parte el Ciprés, es un árbol perenne, siempre verde, perfumado, de madera incorruptible como la del cedro.
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Orígenes veía en él un símbolo de las virtudes espirituales, pues “el ciprés desprende muy buen olor”, el de la santidad.
Isaías nos dice “En lugar del espino, crecerá el ciprésy esto será para gloria del Señor…” (Isaías 55:13).
La Palma, era en tiempos muy antiguos, un árbol sagrado por su gran valor alimenticio (casi a la par que el trigo).
De ella obtenían muy buenos sucedáneos del pan, del vino, del vinagre y de la miel, con los que confeccionaban riquísimas tortas.
Obtenían también fibras para diversas clases de tejidos óptimos para cordelería y cestería y de la medula triturada del tronco obtenían pienso para bueyes y carneros; y con el resto, fabricaban carbón los herreros.
Por lo que es natural que para estos pueblos la palma fuese símbolo de riqueza, de fecundidad y de suerte.
En Israel las palmas estaban presentes en las grandes celebraciones (aparecen por primera vez en el libro de los Macabeos).
Mientras que en Roma la palma fue símbolo de la victoria, para el cristianismo tomó la forma de palma del martirio, que es la mayor de las victorias.
El Salmista canta: El justo florecerá como la palmera; crecerá  como cedro en el Líbano…” (Salmo 92:12-15)
Si bien todos estos árboles son mencionados en las Sagradas Escrituras, sobre todo en el antiguo Testamento, hay uno que se lleva una mención especial.
Puede vivir miles de años y es un gran ejemplo de perseverancia, estabilidad y abundante fruto: el Olivo.
El Olivo fue el primer árbol en brotar después del diluvio y le dio a Noé la esperanza para el futuro. (Gen. 8:11)
También se lo menciona abundantemente, haciendo un parangón con Israel y con la Iglesia, y por supuesto, con el propio Cristo, aunque no siempre explícitamente: “Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto”. (Isaías 11:1)
“Acontecerá en aquel día que las naciones acudirán a la raíz de Isaí, que estará puesta como señal para los pueblos, y será gloriosa su morada”. (Isaías 11:10)
“Pero si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo un olivo silvestre, fuiste injertado entre ellas y fuiste hecho participante con ellas de la rica savia de la raíz del olivo” (Rom. 11:17, 19, 24).
 “Pero yo soy como olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre”. (Sal. 52:8).
Son muchas las virtudes de estos cuatro árboles, que pueden ser reflejo de las de Jesucristo y, como son exactamente las que a lo largo de la Historia de la Salvación han caracterizado a Su Iglesia y al mensaje que ella ha trasmitido en fidelidad a su Maestro.
Pueden ellos muy bien haber formado parte de Su Santa Cruz: majestuosidad, grandeza espiritual, martirio, olor de santidad, perseverancia, fruto abundante, resurrección, inmortalidad, victoria.
Para terminar, nuevamente nos remitimos a Emmerick, que al hablar del Arca de Noe dice lo siguiente:
“He visto que en la fabricación del Arca, como en la Cruz de Cristo, se usaron diversas clases de maderas, palmeras, olivos, cedros y cipreses”.
Si ella lo dice, alguna razón tendrá. Pero podemos preguntarnos ¿la Cruz es más o menos Cruz, dependiendo de la madera que la haya constituido? La respuesta es no.
La Cruz es la Cruz y haya sido de cedro, olivo, palma o ciprés, o de todos ellos juntos, es nuestro único camino hacia la Salvación y la Vida Eterna.
Pero no estaría de más reflexionar en esos atributos que Dios regaló a la madera de cada uno de esos árboles, porque algunos de ellos pueden ser los que nos esté pidiendo a nosotros, para concedernos los otros, los que serán el premio final a nuestro camino.
QUE CREES ¿QUÉ HAY DEMASIADAS ASTILLAS DE LA VERA CRUZ ENCONTRADAS O QUE HAY MUY POCAS?
La imaginación popular tiende a pensar que hay suficientes pedazos de la Vera Cruz, donde crucificaron a Cristo, como para reconstruir el Arca de Noé o como para llenar un buque mercante.
¿Será Así? ¿Por qué no lo calculamos? Alguien ya hizo ese cálculo y te lo traemos para que lo medites en Pascua.
A Charles Rohault de Fleury, un académico francés, se le asignó la tarea de identificar y medir cada vestigio localizado de la Vera Cruz, a mediados del siglo XIX.
Él localizó – a través de los años – 240 pulgadas cúbicas, tomando en cuenta los fragmentos que estaban en manos privadas y los que estaban en manos públicas, e incluso consideró algunos fragmentos que sabía que existieron pero que habían sido perdidos o destruidos por la guerras o por la Reforma.
La otra tarea que hizo fue considerar cual habría sido el tamaño real de la cruz de Cristo.
Considerando el trayecto, él pensó que la cruz probablemente pesara a unas 220 libras o sea más o menos unos 100 kilos.
Para esto tomó en cuenta que un portador de un safari podría llevar unas 200 libras, o sea 90 kilos, por tres millas, o sea 5 kilómetros, en una hora sin descansar.
Y también que un carpintero musculoso podría llevar unas 220 libras de madera, o sea 100 kilos, en el hombro a 150 pies de distancia, o sea 45 metros, antes de descansar.
A partir de ahí estimó el tamaño, o sea el volumen, de la Cruz y llegó a la conclusión que era de 10.900 pulgadas cúbicas.
Comparando lo que había encontrado de los fragmentos con su estimación del volumen de la Vera Cruz, se dio cuenta que es mínimo lo que se encontró, y que si aún se multiplicará por 10, sería menos de un quinto de la Vera Cruz de Jesucristo.
De modo que sí se reconstruyera la cruz a partir de los fragmentos que se conocen, y se alegan son partes de la Vera Cruz, no habría posibilidad de crucificar a Jesús de nuevo.
Esto lo publicó de Fleury en 1870 en su libro Mémoire sur les Instruments de la Passion.
En su libro también menciona qué Jesucristo no soportó los 100 kilos dada su debilidad por la flagelación previa, porque arrastraba la cruz y además lo tuvo que ayudar Simón de Cirene, por lo que calculó que habría sentido algo así como 55 libras o sea 25 kilos de la Cruz.
La conclusión a la que deberíamos llegar es que prácticamente no se encontró nada significativo de la Vera Cruz aún.

 Escrito por María de los Ángeles Pizzorno
Foros de la Virgen María

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