Ser incluyentes con
una mirada de compasión, con los brazos abiertos y con una actitud pastoral
saludable, basada en la verdad y la caridad.
Por: Gabriel Salcedo | Fuente: http://catholic-link.com
Por: Gabriel Salcedo | Fuente: http://catholic-link.com
El primer atributo de Dios es la misericordia.
Es el nombre de Dios, nos recuerda el Papa Francisco. La misericordia es más
grande que cualquier error que podamos cometer como seres humanos y al estar
fundamentada en el amor de Dios se transforma en infinita, sin límites. Sin
embargo, hemos utilizado la culpa religiosa para tratar de detenerla. En la
vida uno puede equivocarse, caer, pero lo importante es levantarse. La misericordia nos anima a seguir, la culpa
religiosa no detiene, nos cierra la puerta de la misericordia.
La familia es la primera escuela de la
misericordia y la segunda debería ser la Iglesia. Allí es donde se abren
puertas, no se cierran. Uno no deja de ser hijo por equivocarse, por tropezar
en el camino o ser víctima de los errores ajenos. Uno es hijo siempre. El hogar y la Iglesia deberían ser esos
lugares donde uno siempre puede regresar. Pero el regreso puede ser
beneficioso o no, dependiendo de los anfitriones.
En el Evangelio de San Lucas tenemos una historia que refleja cómo Dios recibe a sus
hijos en su casa después de haberse alejado. Un joven decide,
conscientemente, alejarse de su padre, quien representa los principios, valores
y virtudes familiares. En el recorrido de su camino se aleja, poco a poco, de
aquella educación que por años había recibido. Es tan grande su lejanía que en
un momento se encuentra en “otro país”.
Después de pasar un tiempo en una supuesta “primavera
de la vida” cae en cuenta, reflexiona y se da cuenta que está lejos de
su Padre.
Luego de este examen de conciencia, el hijo
regresa a su casa. En el camino recuerda en su más íntimo ser todas
aquellos buenos momentos con su Padre. Ahora, entiende que no es el mismo que
salió. Hubo cosas que han cambiado, que lo han hecho madurar, crecer y sabe que
ahora tiene que afrontar un desafío, quizás el más importante, reconquistar a
su Padre. Sin embargo, nunca se le cruzó por la mente lo que vendría a
continuación. Pensativo caminaba por ese sendero que, después de tanto
tiempo de no ser recorrido, tenía crecida la maleza. Luchando con sus dudas,
con sus temores y con su incertidumbre daba firmes hacia un reencuentro que le
generaba mucha ansiedad. ¿Qué dirían de él?, ¿recibía mirada de condena? ¿Lo
echarían?, ¿lo juzgarían por sus errores? Su corazón era pura ebullición de
nervios y emociones encontradas. Por momento miraba hacia atrás y se preguntaba
si no sería mejor volver a su pasos trabajo como cuidador de cerdos.
La
Iglesia representa hoy la Casa del Padre. Es la Puerta de la Misericordia. Por
lo tanto, es prioritario que como cristianos, en medio de un mundo dolido,
seamos los abrazos, los besos y la representación viva del amor del Padre.
Dadores generosos de la misericordia «inmerecida,
incondicional y gratuita» (AL297). En esto, es importante sostener que
el Padre no cambia, sigue siendo el mismo en sus principios, valores y
virtudes.
Comencemos este recorrido de sensibilidad y
apertura compasiva conociendo algunos
aspectos que podemos tener en cuenta a la hora de abrazar a nuestros
hermanos en la comunidad de fe. Este artículo no pretende promover el divorcio,
solo quiere dar algunas pautas
para tratar con caridad a tantos hermanos que viven en esta situación.
1.
Jesús no juzga, entonces tú tampoco
Será entonces, la Iglesia, la mismísima agencia
pastoral que recibe a todos sus hijos, no como una aduana que controla el
equipaje de los errores, sino como «la casa paterna
donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (AL 310). Como el Padre amoroso recibimos a todos y
cada uno, tal cual están y nos capacitamos en las heridas que traen nuestros hermanos
y en cómo comprenderlas.
Por esto mismo, es tarea pastoral de toda la
comunidad de fe ser sensible a la realidad que cada uno vive y tener la
apertura compasiva necesaria para identificarnos en el dolor de nuestros
hermanos y buscar la mejor manera de ayudarlos.
2.
Las palabras tienen significados
Quizá utilizar la palabra divorciados para
identificar a un grupo de personas puede sonar duro. El hijo mayor del Padre de
la parábola lo primero que hizo cuando recibió la noticia del regreso de su
hermano fue destacar los errores o los tropiezos de su hermano menor. Quien identifica a alguien por sus errores no
construye puentes, sino muros. Tratar a cada persona con reverencia
buscando ser cuidadosos. Considerar que a algunos les puede ser significativo algún
modo que usemos para expresarnos cuando nos referimos a ellos.
3.
Las familias son diferentes
Cada familia es un mundo y tiene una dinámica
interna con una comunicación particular, más aún en estos tiempos. También se
diferencia de otras porque cada persona es única e irrepetible. Cada familia
tiene personalidades y carácteres heterogéneos. La persona que se ha divorciado
y vuelto a casar tiene una estructura
familiar que no funciona como una familia nuclear. Ahora aparecen
ciertos componentes que le son específicos: ex esposos, hijastros, etc. Por eso
mismo hay que ser comprensivos para aplicar la pastoral en cada caso particular
y acoger a cada miembro de la familia de la mejor forma.
4.
Sé prudente con tus preguntas, no todos los hijos son de los mismos padres
Es
importante ser cuidadoso y sensibles en este aspecto. Una
familia puede llegar a nuestra comunidad y tener hijos de diferentes padres.
Veremos entonces diferentes apellidos, características fisiológicas, etc.
Cuidemos de no indagar sobre cuestiones que pueden ser delicadas para los demás
por ejemplo: preguntarle a un adolescente por qué es tan diferente a su
supuesto papá, que en realidad es su padrastro. Las familias ensambladas o
reconstituidas tienen una estructura diferente a las familias de origen, tanto
los adultos como los niños, pueden sentirse tristes por la pérdida de su
familia anterior.
5.
Ellos también necesitan ayuda para consolidarse sin ser estigmatizados por su
pasado
Estas familias son una conjugación de varios
núcleos familiares. Algunos ejemplos de ello: una mamá que tiene dos hijos
decide casarse o juntarse con un hombre soltero; un papá que tiene un hijo
decide casarse con una señora que tiene dos hijas; una mamá viuda que tiene
tres hijos decide casarse con un hombre soltero sin hijos o con un papá que
tiene uno o dos hijos. Lo que realmente caracteriza a estas familias es que hay
hijos de matrimonios anteriores, pero no necesariamente de parte de las dos
personas adultas. Según el país, estas familias toman el nombre de ensambladas, mezcladas, mixtas, reconstituidas o mosaico.
Las familias ensambladas necesitan flexibilidad de parte de cada integrante
como también tiempo para conocerse y aprender a vivir juntos. Una de las
primeras herramientas que podemos adoptar para comprender a estas nuevas
familias es: no estigmatizar a ninguno
de los involucrados, ya que viven una serie de relaciones complejas, y
acompañarlos brindándoles soporte, tanto a los adultos como a sus hijos.
Conclusión
Cuando el hijo menor regresó a su casa, dice San
Lucas, comenzó una gran fiesta. La mejor comida, el vino fino y la música
fueron los elementos que le dieron color a la celebración. Sin embargo, el
fundamento de la alegría era el amor que el Padre había tenido por su hijo, que
antes estaba perdido, pero que ahora había sido hallado (Lucas 15, 24). Las
personas no podemos ver esta alegría si somos colmados de culpa religiosa que
pareciera que nos cierra la puerta del Cielo mismo. Necesitamos de la alegría
del amor que se regocija en darnos la bienvenida y para encontrarla debemos
pasar por el umbral de un corazón lleno de misericordia y hermandad, donde nos incluyan con una mirada de
compasión, con los brazos abiertos y con una actitud pastoral saludable, basada
en la verdad y la caridad.
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