Varias webs se hacen eco de unas
declaraciones de monseñor Pozzo acerca de que monseñor Fellay ha aceptado la
solución de integrarse con sus sacerdotes y fieles como prelatura personal en
la Iglesia Católica.
La noticia tal como se ha dado
(breves respuestas de una entrevista) sigue sin aclarar demasiado el futuro. Se
puede entender como una petición de ingreso ya inminente, o se puede entender
como que si se integraran lo harían bajo esa figura canónica.
Yo creo que la opción optimista
es la más probable sucesión de acontecimientos. Basta leer la carta del padre
Schmidberger rector del seminario alemán de la sociedad, para darse cuenta
de que cada vez cobra más peso la opción más razonable entre las personas más
sensatas de la FSSPX.
Me alegraré de todo corazón de
que ellos entren de nuevo en comunión con la Iglesia. Será vivir el retorno del
hijo pródigo a casa. 600 sacerdotes cismáticos entrarán en el seno de la
Iglesia.
Mantener la cohesión en ese magma
inestable de fieles y sacerdotes ha sido una labor épica de sus superiores. Esa
fraternidad sacerdotal siempre ha sido un compuesto químico volátil con
evidente tendencia explosiva. Como masa de células aglutinadas, siempre ha
estado a punto de sufrir cuatro o cinco mutaciones simultáneas.
Cuando la FSSPX afirmaba que
querían seguir la ortodoxia, uno se preguntaba qué ortodoxia. ¿La del arzobispo
Lefevbre que firmó todos los documentos del Vaticano II? ¿La del cisma dentro
del cisma que encarnó Williamson? ¿La de la legión de sedevacantistas ávidos
oyentes de infinidad de pseudorevelaciones? Por supuesto que los superiores de
la fraternidad no seguían las ramas poco serias de los antepasados de la FSSPX:
los desvaríos de los obispos tucistas (que eran un poco como la abuela loca de
los fefevristas), ni la de los obispos veterocatólicos, que era la otra rama
tradicionalista que acabó virando hacia el modernismo.
Por eso el tema de la ortodoxia ad
internum era un tema tan indiscutible como delicado. Seguimos la ortodoxia.
Sí, sí. La cuestión era qué ortodoxia. Ya no era la sana ortodoxia del coro de
la Iglesia, sino la ortodoxia de uno u otro tenor; la letra estaba clara, “más
o menos”, el problema era la música que acompañaba la letra.
Monseñor Fellay, indudablemente,
ha sufrido una evolución intelectual, tal vez también espiritual. Lleva años
viendo con clarividencia que el lefebvrismo abandonado a sus propias fuerzas
(sin injertarse de nuevo en la Iglesia) iba camino de convertirse en una
variante de la iglesia palmariana. De hecho, sus grandes luchas de los años
pasados no han sido con Roma, sino con sus miembros tratando de mantener la
barca lefebvriana en la región de las aguas razonables. Y eso ha sido muy
difícil. Nadie le niega el mérito a Fellay.
Otro aspecto positivo es qué no
cabe duda de que Fellay es mucho más inteligente que mons. Lefevbre.
Intelectualmente no hay comparación entre los dos.
En cualquier caso, es muy posible de que estemos ante la feliz noticia
de que este triste episodio de la división esté entrando en su recta final. Y
eso me alegra profundamente; profunda y sinceramente.
P. FORTEA
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