Mark Shea es hoy un
columnista católico muy influyente.
Mark Shea creció sin creer en ninguna religión. En 1979 se
hizo cristiano evangélico y en
1987 se convirtió al catolicismo.
Desde entonces se ha convertido en uno de los columnistas de referencia de la
prensa católica norteamericana, a través de su blog Catholic and Enjoying it! [Ser católico y
disfrutar de ello] en Patheos y de sus colaboraciones, entre
otros medios, en el National Catholic Register, donde publicó
recientemente un artículo en torno a las
razones marianas de su conversión, que reproducimos a continuación:
Hubo un tiempo en el que me parecía perfectamente obvio que los católicos honraban "demasiado" a María. Todas esas fiestas, rosarios, iconos, imágenes y demás eran excesivamente ridículas. Sí, el Evangelio de San Lucas decía algo de que ella era “bienaventurada”, y sí, yo pensaba que ella era una buena persona. Pero eso era todo.
Sin María no hay salvación
La gente que la festejaba, o la llamaba “Madre”, o hacía el millón de cosas que la piedad católica anima a hacer rozaba la idolatría. Todo aquello era demasiado. Después de todo, nuestro Salvador era Jesús, no María.
Sin embargo, después de releer el Evangelio de San Lucas y de pensar cada vez más sobre la humanidad de Jesucristo, algunas cosas se me empezaron a aclarar. Porque resulta que Lucas dijo más que “algo” sobre María. ¡Él dice que Dios fue concebido en su seno y por tanto fue un hijo de Adán!
Esto significa mucho más que limitarse a decir que María fue una especie de incubadora para la Encarnación. ¡Significa que el Logos, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad recibe su humanidad –en su totalidad- de ella!
¿Y por qué esto es importante? Porque si tenemos razón al llamar a Jesús “salvador” es porque el Dios que no podía morir se hizo hombre que sí podía morir. Y eligió hacerlo por medio del “sí” libre de María. Sin María, no hay naturaleza humana de Cristo. Sin naturaleza humana de Cristo, no hay muerte en la Cruz. Sin muerte, no hay Resurrección. Sin Resurrección, no hay salvación. Sin María, todavía estarían ahí ahí nuestros pecados.
Mark Shea ha reflexionado mucho sobre María, y ha escrito "María, Madre del Hijo", para exponer sus descubrimientos a partir de la fe los cristianos.
"Demasiado" vs "Lo justo"
Esto me hizo ver a María de forma muy distinta. La Encarnación es muchísimo más que Dios introduciéndose en un envoltorio humano de usar y tirar. Él es hombre para toda la eternidad. Por tanto, su unión con la raza humana a través del vientre de María significa (puesto que él es el Salvador de todos nosotros) que ella es la madre de todos nosotros (Jn 19, 27).
Es más, significa que su extraordinaria decisión de decir “sí” a la Encarnación no fue simplemente un hecho que sucedió una vez: fue el ofrecimiento que ella hizo de su propio corazón a Dios y a nosotros. Su corazón fue herido por la lanza que abrió la fuente de sangre y agua en el corazón humano de Cristo, porque fue ella quien, por la gracia de Dios, le dio a Él ese corazón (Lc 2, 35; Jn 19,34).
Viendo esto, empecé a preguntarme de nuevo: si los católicos honran a María “demasiado”, ¿dónde es que nosotros los evangélicos la honramos “lo justo”? La misma María dijo: “Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. ¿Cuándo fue la última vez que oí en la radio una canción cristiana actual cantada en honor de María? ¿O una oración en la iglesia ensalzándola?
¿Qué tal una minúscula parte de un verso o un articulito en alguna revista distinguiendo a María como bendita entre las mujeres? Aparte de Silent Night [Noche de Paz], ¿había algo en la piedad evangélica que se atreviese a alabarla siquiera por un momento? Hacía siete años que yo era evangélico y nunca había visto más que algo mínimo.
¿San Lucas? ¿Eres tú?
Así que para mí la cuestión se convirtió en esta: “¿Cómo podemos decir que algo es “excesivo” cuando nosotros mismos virtualmente no tenemos experiencia de ello? ¿Y si éramos nosotros, los evangélicos, los que éramos excesivos en nuestro horror a la piedad mariana, y eran los católicos los normales? A juzgar por la sabiduría de los Padres e incluso de Lutero (quien tenía una robusta devoción mariana y cuya tumba está decorada con una imagen de la Asunción de la Virgen), me pareció que éramos nosotros, los evangélicos, quienes la temíamos en exceso bastante más de lo que los católicos eran excesivos en su devoción.
“Dios te salve, María, llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Ya está. Lo había rezado. Y no dolía lo más mínimo. De hecho, pensé que había escuchado a San Lucas rezarla también.
(Traducción de Carmelo López-Arias para Cari Filii)
Hubo un tiempo en el que me parecía perfectamente obvio que los católicos honraban "demasiado" a María. Todas esas fiestas, rosarios, iconos, imágenes y demás eran excesivamente ridículas. Sí, el Evangelio de San Lucas decía algo de que ella era “bienaventurada”, y sí, yo pensaba que ella era una buena persona. Pero eso era todo.
Sin María no hay salvación
La gente que la festejaba, o la llamaba “Madre”, o hacía el millón de cosas que la piedad católica anima a hacer rozaba la idolatría. Todo aquello era demasiado. Después de todo, nuestro Salvador era Jesús, no María.
Sin embargo, después de releer el Evangelio de San Lucas y de pensar cada vez más sobre la humanidad de Jesucristo, algunas cosas se me empezaron a aclarar. Porque resulta que Lucas dijo más que “algo” sobre María. ¡Él dice que Dios fue concebido en su seno y por tanto fue un hijo de Adán!
Esto significa mucho más que limitarse a decir que María fue una especie de incubadora para la Encarnación. ¡Significa que el Logos, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad recibe su humanidad –en su totalidad- de ella!
¿Y por qué esto es importante? Porque si tenemos razón al llamar a Jesús “salvador” es porque el Dios que no podía morir se hizo hombre que sí podía morir. Y eligió hacerlo por medio del “sí” libre de María. Sin María, no hay naturaleza humana de Cristo. Sin naturaleza humana de Cristo, no hay muerte en la Cruz. Sin muerte, no hay Resurrección. Sin Resurrección, no hay salvación. Sin María, todavía estarían ahí ahí nuestros pecados.
Mark Shea ha reflexionado mucho sobre María, y ha escrito "María, Madre del Hijo", para exponer sus descubrimientos a partir de la fe los cristianos.
"Demasiado" vs "Lo justo"
Esto me hizo ver a María de forma muy distinta. La Encarnación es muchísimo más que Dios introduciéndose en un envoltorio humano de usar y tirar. Él es hombre para toda la eternidad. Por tanto, su unión con la raza humana a través del vientre de María significa (puesto que él es el Salvador de todos nosotros) que ella es la madre de todos nosotros (Jn 19, 27).
Es más, significa que su extraordinaria decisión de decir “sí” a la Encarnación no fue simplemente un hecho que sucedió una vez: fue el ofrecimiento que ella hizo de su propio corazón a Dios y a nosotros. Su corazón fue herido por la lanza que abrió la fuente de sangre y agua en el corazón humano de Cristo, porque fue ella quien, por la gracia de Dios, le dio a Él ese corazón (Lc 2, 35; Jn 19,34).
Viendo esto, empecé a preguntarme de nuevo: si los católicos honran a María “demasiado”, ¿dónde es que nosotros los evangélicos la honramos “lo justo”? La misma María dijo: “Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. ¿Cuándo fue la última vez que oí en la radio una canción cristiana actual cantada en honor de María? ¿O una oración en la iglesia ensalzándola?
¿Qué tal una minúscula parte de un verso o un articulito en alguna revista distinguiendo a María como bendita entre las mujeres? Aparte de Silent Night [Noche de Paz], ¿había algo en la piedad evangélica que se atreviese a alabarla siquiera por un momento? Hacía siete años que yo era evangélico y nunca había visto más que algo mínimo.
¿San Lucas? ¿Eres tú?
Así que para mí la cuestión se convirtió en esta: “¿Cómo podemos decir que algo es “excesivo” cuando nosotros mismos virtualmente no tenemos experiencia de ello? ¿Y si éramos nosotros, los evangélicos, los que éramos excesivos en nuestro horror a la piedad mariana, y eran los católicos los normales? A juzgar por la sabiduría de los Padres e incluso de Lutero (quien tenía una robusta devoción mariana y cuya tumba está decorada con una imagen de la Asunción de la Virgen), me pareció que éramos nosotros, los evangélicos, quienes la temíamos en exceso bastante más de lo que los católicos eran excesivos en su devoción.
“Dios te salve, María, llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Ya está. Lo había rezado. Y no dolía lo más mínimo. De hecho, pensé que había escuchado a San Lucas rezarla también.
(Traducción de Carmelo López-Arias para Cari Filii)
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