domingo, 10 de julio de 2016

LOS MUSULMANES CONFÍAN MÁS EN LOS EXORCISTAS CRISTIANOS QUE EN LOS PROPIOS MUSULMANES


Dos testimonios sobre la alta valoración que los musulmanes tienen de los exorcistas cristianos.

Además de la devoción a la Virgen María, otro elemento que hace que los musulmanes miren hacia los cristianos son los exorcismos. Los musulmanes creen en el diablo y en las posesiones, y tienen la opinión que los expertos en sacar demonios son los sacerdotes cristianos, en Egipto obviamente los coptos, que son la mayoría de los cristianos.

Para ejemplificar esto traemos dos testimonios. Uno del padre Samir Khalil Samir que narra su primera experiencia en Egipto cuando un musulmán le solicitó un exorcismo. Y luego un periodista palestino relata un exorcismo público masivo de un sacerdote copto, que como verán tiene diferencias con los que realizan los exorcistas católicos.

LA EXPERIENCIA DEL PADRE SAMIR

El Padre Samir Khalil Samir dice que un elemento espiritual presente en la fe de los musulmanes es el miedo del diablo. Un episodio que vivió hace años cuando era un religioso, pero todavía no sacerdote, es un ejemplo muy significativo de esto.

Él estaba en la Universidad Americana de El Cairo y había entrado y salido del edificio varias veces durante el día para algunas investigaciones. En un momento determinado el portero le detuvo y le pidió amablemente un favor.

“Mi hija de dieciséis años – dice – está poseído por un demonio”.

Era la primera vez que escuchó esta expresión en toda su vida. Él contó que este demonio la tiraba a ella al suelo, y le hacía daño.

Y añadió:

“La llevé a nuestros imanes y ellos no pudieron hacer nada. Ellos me dijeron que el único que puede liberarla es un monje”. Y le rogó que hiciera algo.

Samir le prometió que oraría por ella, pero vió que estaba decepcionado por su respuesta.

Cuando le contó la historia a sus hermanos, todos le criticaron, porque creían que debería haber realizado un exorcismo, de acuerdo con el rito litúrgico establecido. Y allí descubrió que muchos monjes y religiosos son abordados por los musulmanes y les piden echar fuera los demonios de un miembro de la familia y que esta práctica es muy común.

Por lo general, los musulmanes van a los monjes o sacerdotes ortodoxos coptos ya menudo estos exorcismos se llevan a cabo en público.

En una ocasión Samir dice que presenció uno de ellos frente a la plaza de la estación de El Cairo (Bab al-Hadid), hoy llamada Midan Ramsis, con velas y agua bendita. Un hombre que yacía en el suelo, rígido, insultaba y estaba inválido, y en un determinado momento, quedó en calma.

TESTIMONIO DE UN PERIODISTA PALESTINO DE EXORCISMOS COPTOS EN EGIPTO

Omar H. Rahman dice que fue a un lugar llamado Ciudad Basura en busca de una iglesia donde, según rumores, un sacerdote egipcio practicaba exorcismos en masa.

Cuando pasas algún tiempo en El Cairo aprendes a sobrellevar la mugre y la suciedad. En una ciudad en la que 17 millones de habitantes viven hacinados prácticamente unos encima de otros, te acabas acostumbrando a la capa de esmog, polvo y gases de combustión de los coches que inevitablemente se posa sobre la superficie de todo.

LA CIUDAD BASURA

Aun así, Ciudad Basura, un área urbana de edificios de ladrillo inacabados en las afueras de El Cairo, debe estar en la competición por proclamarse “el lugar más mugriento del planeta”. Imaginen un vertedero transplantado a una ciudad, donde la gente come, duerme y procrea, y empezarán a rascar la superficie de la realidad de Ciudad Basura.

En 1969, el líder revolucionario panarabista Gamal Abdel Nasser reubicó a todos los recolectores de basuras de El Cairo —una ocupación que tradicionalmente desempeña una minoría marginada, la de los cristianos coptos— en las afueras de El Cairo; en concreto, en la falda del monte Muqattim, una zona desierta sin agua corriente, electricidad ni alcantarillado.

Lo que ha emergido desde entonces es una ciudad de desechos que, literalmente, rezuman de las puertas y las ventanas. Familias enteras de clasificadores, hombres, mujeres y niños, trabajan separando y reciclando los incontables desperdicios. El hedor y la presencia de moscas en este cálido clima bastan para que se te caiga el alma a los pies. Uno se pregunta cómo pueden seres humanos vivir de esta forma hasta que te das cuenta de que incluso una vida que transcurre entre basuras se convierte, con el tiempo, en algo normal.

La gente de Ciudad Basura está organizada de forma increíblemente eficiente. Algunos trabajan sólo con plásticos, otros con cristal. La basura es el medio de subsistencia de miles de residentes. De la materia orgánica solían dar cuenta cientos de cerdos hasta que, hace tres años, el gobierno, en un acceso de pánico por la peste porcina, decidió sacrificarlos a todos.

LA IGLESIA DE SAN SAMA’AN

Supe de los exorcismos en masa a través de un amigo fotógrafo que vivía en El Cairo. La iglesia de San Sama’an, donde tienen lugar, está en el monte Muqattem, en el interior de una enorme cueva.

Se dice que San Sama’an es una de las iglesias más grandes de Oriente Medio; con capacidad para 20 mil personas sentadas, no se diferencia mucho de las megaiglesias de Billy Graham en Estados Unidos.

Hay otras seis iglesias adyacentes construidas en la ladera de la montaña, y numerosos frescos mostrando imágenes bíblicas en la fachada de piedra. El contraste con el yermo de Ciudad Basura no podría ser más agudo.

Los exorcismos se mantienen bastante en secreto. Un anciano sacerdote los lleva a cabo tanto para los cristianos como para los musulmanes, algo extraño en un país en el que abundan los conflictos interreligiosos.

El padre Sama’an Ibrahim, el sacerdote que conduce las ceremonias, construyó la catedral de la cueva en varias etapas durante los años ochenta y noventa para los recolectores de basura. Los encontró viviendo en el pecado y la miseria y decidió que era su misión ayudarlos. Ahora, ya rebasada la setentena, el padre Sama’an preside la parroquia de Ciudad Basura, atrayendo acólitos de todas partes. Muchos de los asistentes a los exorcismos son musulmanes deseosos de tener contacto con lo sobrenatural.

En el interior del recinto nos encontramos con Magid, un hombre que echa una mano en la iglesia. Nos resume la historia del lugar y explica lo que sucederá en los exorcismos:

“Cuando el sacerdote diga el nombre de Jesús, el demonio será destruido. ¡Ya lo veréis!”

LOS EXORCISMOS

Casi dos mil personas se concentraron en la iglesia, sentándose en crujientes sillas de madera. Aunque la arquitectura del lugar es impresionante, con una descomunal roca cubriendo todo el anfiteatro, el púlpito desde donde se conduce la ceremonia es como todos los púlpitos religiosos desde tiempos inmemoriales: soso a más no poder. Nos quedamos dos horas allí sentados, oyendo cánticos y rezos.

Cuando la noche descendió sobre la catedral de la cueva, me abrí paso hasta la parte delantera, previendo que el sacerdote estaría a punto de mostrar a los posesos e iniciar el exorcismo. Las luces bajaron la intensidad, la música aumentó de volumen.

Algunas de las mujeres que tenía delante empezaron a llorar y a balancearse, sus ojos cerrados en un rapto espiritual.

De repente oigo a un hombre aullar. Sonaba como si le hubieran acuchillado. El sacerdote —de larga barba blanca, vestido con un hábito negro y con una cruz dorada en la mano— está agarrando a un hombre de mediana edad que se agita encima de su banco. El sacerdote coge con la mano un poco de agua bendita y la arroja al rostro del hombre mientras recita salmos bíblicos. El hombre deja de gritar y pone los ojos en blanco.

El religioso separa entonces a la multitud y avanza hacia un grupo de mujeres. Horribles chillidos resuenan en las paredes de la cueva. Él las abofetea en la cara y escupe en sus bocas. Incluso escupe en unas botellas de agua y se las da a beber. Las mujeres parecen revividas por el coctel de saliva.

Una vez todas están curadas, el sacerdote las marca en la frente y las manos con lo que parece brillo de labios sagrado. Dos de las mujeres empiezan a vomitar al iniciarse el exorcismo, pero en cuestión de minutos están milagrosamente curadas. La multitud, compuesta sobre todo por mujeres, aplaude.

La ceremonia duró menos de 20 minutos. Más tarde le pregunté a una de las mujeres previamente posesas cómo se sentía.

“Me siento muy bien”, dijo con una gran sonrisa. “Gracias a Dios”.


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