En la audiencia
jubilar de este jueves, la última antes de la pausa estiva, el Santo Padre ha
dado las gracias por su reciente viaje a Armenia
Por: Rocío Lancho García | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
Por: Rocío Lancho García | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 30 de junio de
2016).- El papa Francisco ha celebrado este jueves la audiencia jubilar, la
última antes de la pausa estiva. De este modo, las audiencias generales se
retomarán en el mes de agosto. Así, en la audiencia general de esta semana ha
continuado con las catequesis sobre la misericordia y también ha reflexionado
sobre su reciente viaje a Armenia. Como es habitual, a la llegada de Francisco
a la plaza, la gran multitud allí reunida ha celebrado con alegría el poder
verle de cerca. Desde el jeep descubierto, el Pontífice dada su bendición y
mostraba su cariño y cercanía a los peregrinos allí reunidos.
En el resumen de la catequesis hecho en español,
el Santo Padre ha indicado que “la misericordia no es una palabra abstracta,
sino un estilo de vida”. Parafraseando las palabras del apóstol Santiago
podemos decir: la misericordia sin obras está muerta por dentro, ha
recordado.
Asimismo, ha señalado que “la vida diaria nos
permite palpar tantas exigencias con relación a las personas más pobres y
vulnerables”. Y ha señalado que “encontramos situaciones dramáticas de pobreza
y parece que no nos afecta; todo continúa como si eso fuera normal”.
El Pontífice ha precisado que “quien ha
experimentado la misericordia del Padre no puede permanecer indiferente ante
las necesidades de los hermanos”.
Por otro lado, ha subrayado que las palabras de
Jesús no admiten respuestas evasivas: tenía hambre y me has dado de comer;
tenía sed y me has dado beber; estaba desnudo, enfermo, en la cárcel, era
prófugo y me has asistido. “No se puede dar largas a una persona que tiene
hambre: es necesario darle de comer. Las obras de misericordia no son teoría,
sino testimonio concreto”, ha aseverado Francisco.
Finalmente, ha querido aprovechar la ocasión
para agradecer su viaje a Armenia. El Papa ha dado las gracias al presidente de
la República, al Catholicós Karekin II, al patriarca y a los obispos católicos
y a todo el pueblo armenio “por acogerme como peregrino de fraternidad y de
paz”. Asimismo, ha recordado que si Dios quiere, dentro de tres meses, viajará
a Georgia y Azerbaiyán. “He decidido visitar estos países de la región del
cáucaso para apreciar sus antiguas raíces cristianas y alentar la esperanza y
los caminos de paz”, ha explicado.
A continuación ha saludado cordialmente a los
peregrinos de lengua española, provenientes de España y Latinoamérica. Que
María, Madre de Misericordia –ha deseado– nos ayude a dar espacio a la fantasía
de la caridad para que el camino de la misericordia sea cada vez más concreto.
Después de los saludos en las distintas lenguas,
ha dedicado unas palabras a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. El
Santo Padre ha recordado que hoy se celebra la memoria de los primeros mártires
de la Iglesia de Roma y “rezamos por los que todavía pagan el caro precio de su
pertenencia a la Iglesia de Cristo. Por ello, ha invitado a los jóvenes a que
“la fe tenga espacio y de sentido a su vida”. A los enfermos ha exhortado a
ofrecer su sufrimiento “para que los alejados encuentren el amor de Cristo”.
Finalmente a los recién casados ha exhortado a ser “educadores de vida y
modelos de fe” para sus hijos.
Publicamos
a continuación el texto completo de la audiencia jubilar.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
¡Cuántas veces, durante estos primeros meses del
Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras de misericordia! Hoy el Señor nos
invita a hacer un serio examen de conciencia. Está bien, de hecho, no olvidar
nunca que la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida.
Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Una persona
puede ser misericordiosa o puede ser no misericordiosa. Es un estilo de vida,
yo elijo vivir como misericordioso o elijo vivir como no misericordioso. Una
cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando
las palabras de Santiago apóstol (cfr 2,14-17) podemos decir: la misericordia
sin las obras está muerte en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva
la misericordia es su constante dinamismo para ir al encuentro de los
necesitados y a las necesidades de los que están en la penuria espiritual y
material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para escuchar, manos para
levantar…
La vida cotidiana nos permite tocar con la mano
muchas exigencias que tienen que ver con las personas más pobres y más
probadas. A nosotros se nos pide esa atención particular que nos lleva a darnos
cuenta del estado de sufrimiento y necesidad en la que están tantos hermanos y
hermanas. A veces pasamos delante de situaciones de pobreza dramática y parece
que no nos tocan; todo continúa como si nada, en una indiferencia que al final
hace hipócritas y, sin que nos demos cuenta, conduce a una forma de letargo
espiritual que hace insensible el alma y estéril la vida. La gente que pasa por
la vida, que va por la vida, sin notar las necesidades de los otros, sin ver
tantas necesidades, espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es
gente que no sirve a los otros. Y recordad bien: quien no vive para servir, no
sirve para vivir.
¡Cuántos son los aspectos de la misericordia de
Dios hacia nosotros! ¡De la misma manera, cuántos rostros se dirigen a nosotros
para obtener misericordia! Quién ha experimentado en la propia vida la
misericordia del Padre no puede permanecer insensible delante de las
necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos escuchado no
consiente caminos de fuga: Tenía hambre y me has dado de comer; tenía sed y me
has dado beber; estaba desnudo, enfermo, en la cárcel, era prófugo y me has
asistido (cfr Mt 25,35-36). No se puede tergiversar delante de una
persona que tiene hambre: es necesario darle de comer. Jesús nos dice esto. Las
obras de misericordia no son temas teóricos, sino testimonios concretos.
Obligan a remangarse para aliviar el sufrimiento.
A causa de los cambios de nuestro mundo
globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado:
damos por tanto espacio a la fantasía de la caridad para concretar nuevas
modalidades operativas. En este modo el camino de la misericordia se hará cada
vez más concreta. A nosotros, por tanto,
se nos pide que permanezcamos vigilante como centinelas, para que no suceda
que, delante de las pobrezas producidas por la cultura del bienestar, la mirada
de los cristianos se debilite y se haga incapaz de mirar a lo esencial. Mirar a
lo esencial ¿qué significa? Mirar a Jesús en el hambriento, en el preso, en el
enfermo, en el desnudo, en aquel que no tiene trabajo y debe mantener a una
familia. Mirar a Jesús en estos hermanos y hermanas nuestros. Mirar a Jesús en
aquel que está solo, triste, en aquel que se equivoca y necesita un consejo, en
aquel que necesita hacer un camino en silencio para que se sienta en compañía.
Estas son las obras que Jesús nos pide. Mirar a Jesús en ellos, en esta gente.
¿Por qué? Porque Jesús a mí, a todos nosotros, nos mira así.
Y ahora pasamos a otra cosa.
En los días pasados el Señor me ha concedido
visitar Armenia, la primera nación que abrazó el cristianismo, a principios del
siglo IV. Un pueblo que, a lo largo de su historia, ha testimoniado la fe cristiana
con el martirio. Doy gracias a Dios por este viaje, y estoy vivamente
agradecido al presidente de la República Armenia, el Catholicós Karekin II, al
Patriarca y a los obispos católicos, y dentro del pueblo armenio por haberme
acogido como peregrino de fraternidad y de paz.
Dentro de tres meses realizaré, si Dios quiere,
otro viaje a Georgia y Azerbaiyán, otros dos países de la región caucásica. He
acogido la invitación de visitar estos países por un doble motivo: por una
parte la valoración de las antiguas raíces cristianas presentes en esas tierras
–siempre en espíritu de diálogo con las otras religiones y culturas– y por la
otra animar esperanza y sentimientos de paz. La historia nos enseña que el
camino de la paz requiere una gran tenacidad y de pasos continuos, comenzando
por esos pequeños y poco a poco haciéndoles crecer, yendo el uno al encuentro
del otro. Precisamente por esto mi deseo es que todos y cada uno den la propia
contribución para la paz y la reconciliación.
Como cristianos estamos llamados a reforzar
entre nosotros la comunión fraterna, para dar testimonio al Evangelio de Cristo
y para ser levadura de una sociedad más justa y solidaria. Por esto la visita
ha sido compartida con el Supremo Patriarca de la Iglesia Apostólica Armenia, que
me ha hospedado fraternalmente durante tres días en su casa.
Renuevo mi abrazo a los obispos, a los
sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos y a todos los fieles de
Armenia. La Virgen María, nuestra Madre, les ayude a permanecer firmes en la fe,
abiertos al encuentro y generoso en las obras de misericordia. Gracias.
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