En la solemne
ceremonia ante la delegación ortodoxa ha recordado que con la oración podemos
ir 'de la división a la unidad'
Por: Sergio Mora | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
Por: Sergio Mora | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 29 de junio de
2016).- El papa Francisco ha bendecido este miércoles en la Basílica de San
Pedro los palios, antes de la misa solemne celebrada con motivo de la
festividad de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Los palios que estaban puestos en el altar de la
Confesión serán entregados a los arzobispos metropolitanos que fueron nombrados
durante ese año pasado y posteriormente serán impuestos a cada arzobispo por el
nuncio apostólico en la respectiva sede metropolitana.
El palio es una estola circular de lana blanca,
con un rectángulo anterior y otro posterior, con cinco cruces bordadas y
simboliza el cordero que el buen pastor debe cargar.
El rito se abrió con una procesión, acompañada
por el canto ‘Tu es Petrus’ entonado por el coro de la Capilla Sixtina, en el
cual hoy participaron niños de otros coros famosos de confesiones cristianas.
El santo Padre, los concelebrantes y los nuevos obispos que estaban en la
primera fila, vestían todos paramentos rojos con bordes dorados.
En su homilía el papa Francisco señala las
llaves que Jesús promete a san Pedro, “para que pueda abrir la entrada al Reino
de los cielos, y no cerrarlo a la gente, como hacían algunos escribas y
fariseos hipócritas a los que Jesús reprende”.
Y recuerda que en la lectura se indican tres
encierros: el de Pedro en la cárcel; el de la comunidad reunida en oración; y
el de la casa de María, madre de Juan a quien llamaban Marcos, donde Pedro va a
llamar después de haber sido liberado. Y que la oración aparece como la
principal vía de salida incluso para la comunidad, que corre el peligro de
encerrarse en sí misma debido a la persecución y al miedo. Porque la oración
permite ir del cerramiento a la apertura, del miedo a la valentía, de la
tristeza a la alegría. Y recordando la presencia de la delegación ortodoxa
dijo: “Y podemos añadir: de la división a la unidad”
A
continuación publicamos el texto completo de la homilía del Papa Francisco
pronunciada durante la Santa Misa.
La Palabra de Dios de esta liturgia contiene un
binomio central: cierre – apertura. A esta imagen podemos unir el símbolo de
las llaves, que Jesús promete a Simón Pedro para que pueda abrir la entrada al
Reino de los cielos, y no cerrarlo para la gente, como hacían algunos escribas
y fariseos hipócritas a los que Jesús reprende (cf. Mt 23, 13).
La lectura de los Hechos de los Apóstoles
(12,1-11) nos presenta tres encierros: el de Pedro en la cárcel; el de la
comunidad reunida en oración; y ?en el contexto cercano de nuestro pasaje? el
de la casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde Pedro va a
llamar después de haber sido liberado.
Con respecto a los encierros, la oración aparece
como la principal vía de salida: salida de la comunidad, que corre el peligro
de encerrarse en sí misma debido a la persecución y al miedo; salida para
Pedro, que al comienzo de su misión que le había sido confiada por el Señor, es
encarcelado por Herodes, y corre el riesgo de ser condenado a muerte. Y
mientras Pedro estaba en la cárcel, «la Iglesia oraba insistentemente a Dios
por él» (Hch 12,5).
Y el Señor responde a la oración y le envía a su
ángel para liberarlo, «arrancándolo de la mano de Herodes» (cf. v. 11). La
oración, como humilde abandono en Dios y en su santa voluntad, es siempre una
forma de salir de nuestros encierros personales y comunitarios. Es la gran vía
de salida de los encerramientos.
También Pablo, escribiendo a Timoteo, habla de
su experiencia de liberación, la salida del peligro de ser, él también,
condenado a muerte; en cambio, el Señor estuvo cerca de él y le dio fuerzas
para que pudiera llevar a cabo su trabajo de evangelizar a los gentiles (cf. 2
Tm 4,17). Pero Pablo habla de una «apertura» mucho mayor, hacia un horizonte
infinitamente más amplio: el de la vida eterna, que le espera después de haber terminado
la «carrera» terrena.
Es muy bello ver la vida del Apóstol toda «en
salida» gracias al Evangelio: toda proyectada hacia adelante, primero para
llevar a Cristo a cuantos no le conocen, y luego para saltar, por así decirlo,
en sus brazos, y ser llevado por él «que lo salvará llevándolo a su reino
celestial.» (cf. v. 18).
Volvamos a Pedro. El relato Evangélico (Mt
16,13-19) de su profesión de fe y la consiguiente misión confiada por Jesús nos
muestra que la vida de Simón, pescador de Galilea ? como la vida de cada uno de
nosotros? se abre, florece plenamente cuando acoge de Dios la gracia de la fe.
Entonces, Simón se pone en el camino ?un camino largo y duro? que le llevará a
salir de sí mismo, de sus seguridades humanas, sobre todo de su orgullo mezclado
con valentía y con generoso altruismo.
En este su camino de liberación, es decisiva la
oración de Jesús: «yo he pedido por ti (Simón), para que tu fe no se apague»
(Lc 22,32). Es igualmente decisiva la mirada llena de compasión del Señor
después de que Pedro le hubiera negado tres veces: una mirada que toca el
corazón y disuelve las lágrimas de arrepentimiento (cf. Lc 22,61-62). Entonces
Simón Pedro fue liberado de la prisión de su ego orgulloso, de su ego miedoso,
y superó la tentación de cerrarse a la llamada de Jesús a seguirle por el
camino de la cruz.
Como ya he dicho, en el contexto inmediato del
pasaje de los Hechos de los Apóstoles, hay un detalle que nos puede hacer bien
resaltar (cf. 12.12-17). Cuando Pedro se encuentra milagrosamente libre, fuera
de la prisión de Herodes, va a la casa de la madre de Juan, por sobrenombre
Marcos. Llama a la puerta, y desde dentro responde una sirvienta llamada Rode,
la cual, reconociendo la voz de Pedro, en lugar de abrir la puerta, incrédula y
llena de alegría corre a contárselo a su señora.
El relato, que puede parecer cómico –y que puede
dar inicio al así llamado «complejo de Herodes– nos hace percibir el clima de
miedo en el que vivía la comunidad cristiana, que permanecía encerrada en la
casa, y cerrada también a las sorpresas de Dios. Pedro llama a la puerta. «Y
fíjate», hay miedo, hay alegría, «¿abrimos?, ¿no abrimos?», mientras él está
corriendo peligro, pues la policía puede cogerlo. Pero el miedo nos paraliza,
nos paraliza siempre, nos cierra, nos cierra a las sorpresas de Dios.
Este particular nos habla de la tentación que
existe siempre para la Iglesia: de cerrarse en sí misma de cara a los peligros.
Pero incluso aquí hay un resquicio a través del cual puede pasar a la acción de
Dios: dice Lucas que en aquella casa, «había muchos reunidos en oración» (v.
12). La oración permite a la gracia abrir una vía de salida: del cerramiento a
la apertura, del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría.
Y podemos añadir: de la división a la unidad.
Sí, lo decimos hoy junto a nuestros hermanos de la delegación enviada por el
querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, para participar en la fiesta de los
Santos Patronos de Roma. Una fiesta de comunión para toda la Iglesia, como pone
de manifiesto la presencia de los Arzobispos Metropolitanos venidos para la
bendición de Palios, que les serán impuestos por mis Representantes en sus
respectivas sedes.
Que los santos Pedro y Pablo intercedan por
nosotros, para que podamos hacer este camino con la alegría, experimentar la
acción liberadora de Dios y testimoniarla a todos.
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