Sor Josefa Menéndez Humilde
hermanita coadjutora de las religiosas del Sagrado Corazón, fallecida el 29 de
Diciembre de 1923 a los treinta y tres años.
Recibió mensajes dictados por
Nuestro Señor Jesucristo en el convento de la Sociedad del Sagrado Corazón de
Jesús en Les Feuillants, en Poitiers, Francia, entre 1920 y 1923.
Ver
los mensajes en Mensajes a Sor
Josefa Menéndez y las Oraciones en Oraciones de Sor
Josefa Menéndez
ELEMENTOS BIOGRÁFICOS
Josefa Menéndez nació en Madrid el 4 de Febrero de 1890, en un hogar modesto pero
muy cristiano, bien pronto visitado por el dolor.
La
muerte del padre, dejó a la jovencita como único apoyo de su madre y dos
hermanas, a las que sostenía con su trabajo.
Josefa
hábil costurera,
conoció las privaciones y preocupaciones, el trabajo asiduo y las vigilias
prolongadas de la vida obrera, pero su alma enérgica y bien templada vivía ya
del amor del Corazón de Jesús, que le atraía a sí irresistiblemente.
Durante
mucho tiempo deseó la vida religiosa, sin que le fuese dado romper los lazos
que la unían al mundo; su trabajo era necesario a los suyos y su
corazón, tan amante y tan tierno, no se resolvía a separarse de su madre, que a
su vez creía no poder vivir sin el cariño y el apoyo de su hija mayor. Un día
sin embargo, el divino llamamiento se hizo irresistible, exigiendo los mayores
sacrificios.
El
5 de Febrero de 1920, Josefa dejaba a su hermana ya en edad al cuidado de su madre y abandonaba su
casa y su Patria querida, para seguir más allá de la frontera a Aquél cuyo amor
divino y soberano tiene derecho a pedírselo todo.
Sola y pobre se presentó en
Poitiers, en el convento del Sagrado Corazón de los Feuillants, santificado en
otros tiempos por la estancia en él de Santa Magdalena Sofía Baral. Allí se
había reanudado hacía poco la obra de la Santa Fundadora y a su sombra florecía
de nuevo un Noviciado de Hermanas Coadjutoras del Sagrado Corazón.
Nadie
pudo sospechar los designios divinos que ya empezaban a ser realidad. Sencilla y
laboriosa, entregada por completo a su trabajo y a su formación religiosa,
Josefa en nada se distinguía de las demás, desapareciendo en el conjunto.
El espíritu de mortificación
de que estaba animada, la intensa vida interior que practicaba, y una sobrenatural
intuición en cuanto a su vocación se refería, llamaba la atención de algunas
personas que la trataron con más intimidad.
Pero las gracias de Dios permanecieron ocultas a
cuantas la rodeaban, y desde el día de
su llegada hasta su muerte, logró pasar desapercibida, en medio de la sencillez
de una vida de la más exquisita fidelidad.
APÓSTOL DE LA MISERICORDIA DE
JESÚS
Y en esta vida oculta, Jesús le descubrió su
Corazón.
“Quiero – le dijo- que seas el
Apóstol de mi Misericordia. Ama y nada temas. Quiero lo que tú no quieres… pero
puedo lo que tú no puedes… A pesar de tu gran indignidad y miseria, me serviré
de ti para realizar mis designios”.
Viéndose objeto de estas predilecciones divinas, y
ante el mensaje que debía transmitir, la humilde Hermanita temblaba y sentía
levantarse gran resistencia en su alma. La
Santísima Virgen fue entonces para ella la estrella que guía por camino seguro,
y encontró en la Obediencia su mejor y único refugio, sobre todo, al sentir los
embates del enemigo de todo bien, a quien Dios dejó tanta libertad.
Su
pobre alma experimentó terribles asaltos del infierno, y en su cuerpo llevó a
la tumba las huellas de los combates que tuvo que sostener. Con su vida
ordinaria de trabajo callado, generoso y a veces heroico, ocultaba el misterio
de gracia y de dolor que lentamente consumía todo su ser.
Cuatro
años bastaron al Divino Dueño para acabar y perfeccionar su obra en Josefa, y
confiarle sus deseos. Como Él había dicho, llegó la muerte en el momento
señalado, dando realidad a sus palabras:
“Como eres víctima por Mí
escogida, sufrirás y abismada en el sufrimiento morirás”. Era el sábado 29 de diciembre de 1923.
Pronto se dejó sentir la intercesión de Sor Josefa.
El Corazón de Jesús cumplía su
promesa:
“Este
será nuestro trabajo en el cielo: enseñar a las almas a vivir unidas a Mí”.
Y otro día: “Mis palabras llegarán hasta los últimos confines de la tierra”.
Su
corazón preparaba el camino que hoy descubre al mundo, hambriento de Verdad y
de Caridad.
Historia
sencilla y sublime a la vez la que a las almas presenta el precioso
libro: “Un Llamamiento al Amor” de Sor Josefa Menéndez, Religiosa
Coadjutora de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús. El Papa Pío XII (en
aquel momento Cardenal Eugenio Pacelli) dio su bendición a la primera edición.
Jesús pidió el 13 de
Noviembre de 1923: “deseo que hagan
conocer Mis Palabras. Quiero que el mundo entero Me conozca como Dios de
amor, de perdón y de misericordia. Yo quiero que el mundo lea que deseo
perdonar y salvar… Mis Palabras serán luz y vida para muchísimas almas”.
En Sus mensajes, Jesús dice: “Amor busco, amo a las almas y deseo ser
correspondido. Por eso Mi Corazón está herido, porque encuentro frialdad
en vez de amor. Yo soy todo Amor y no deseo más que amor. ¡Ah! Si las almas
supieran cómo las espero, lleno de misericordia! Soy el Amor de los amores…
Tengo sed de que las almas se salven… ¡Que
las almas vengan a Mí!… ¡Que las almas no tengan miedo de Mí!… ¡Qué las almas
tengan confianza en Mí!”
EL INFIERNO DE SOR JOSEFA
Sor Josefa tuvo un fenómeno
muy raro en la vida de los santos: conocer en carne propia los sufrimientos del
infierno.
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Dios permitió al diablo que la bajase hasta el infierno. Allá, pasa largas horas, algunas veces una noche entera, en una indescriptible agonía.
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A pesar de que fue llevada al infierno más de un centenar de veces, a ella le parece que cada vez es la primera, y cada una le semeja tan larga como una eternidad.
.
Soporta todas las torturas del infierno, con una sola excepción: el odio a Dios. No fue el menor de estos tormentos oír las estériles confesiones de los condenados, sus gritos de odio, de dolor y de desesperación.
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Dios permitió al diablo que la bajase hasta el infierno. Allá, pasa largas horas, algunas veces una noche entera, en una indescriptible agonía.
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A pesar de que fue llevada al infierno más de un centenar de veces, a ella le parece que cada vez es la primera, y cada una le semeja tan larga como una eternidad.
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Soporta todas las torturas del infierno, con una sola excepción: el odio a Dios. No fue el menor de estos tormentos oír las estériles confesiones de los condenados, sus gritos de odio, de dolor y de desesperación.
A pesar de todo, cuando tras una larga espera vuelve a la vida, destrozada y agotada, con su
cuerpo agonizante por el dolor, ella no se fija en el sufrimiento, por
muy severo que sea, si con ello consigue salvar un alma de aquella espeluznante
caverna de tormentos. A medida que empieza a respirar mejor, su corazón estalla
de alegría al saber que aún puede amar al Señor.
Sor
Josefa escribe con gran reticencia sobre el tema del infierno. Ella lo hizo
solamente para conformar los benditos deseos de Nuestro Señor.
Nuestra
Señora
le dijo el 25 de octubre de 1922:
“Todo lo que Jesús te da a ver
y a sufrir de los tormentos del infierno es para que puedas hacerlos conocer al
mundo. Por lo tanto, olvídate enteramente de ti misma, y piensa en la gloria de
la salvación de las almas.”
Ella repetidamente testifica sobre el mayor
tormento del infierno:
“Una de estas almas condenadas gritó con desesperación:
“Esta es mi tortura… que deseo amar, y
no puedo hacerlo; no hay nada que salga de mi excepto odio y desesperación.
Si uno de nosotros pudiese hacer tanto como un simple acto de amor… esto ya no
sería el infierno, pero no podemos. Vivimos en el odio y la malevolencia.” (23 de marzo
1922)
Otro de estos desgraciados dijo:
“El mayor
de estos tormentos aquí es que no podemos amar a Dios. Mientras tenemos
hambre de amor, estamos consumidos con el deseo de Él, pero ya es demasiado
tarde.”
Ella registra también las acusaciones hechas contra sí mismos por estas infelices almas:
“Algunos
gimen a causa del fuego que quema sus manos. Quizás ellos eran ladrones,
porque dicen: “¿Dónde está nuestro botín ahora?… Malditas manos… ¿Por qué deseé
poseer lo que no era mío… y que en cualquier caso, sólo podría haber poseído
por unos pocos días?”
Otros
maldicen sus lenguas, sus ojos… cualquiera miembro que fuese la ocasión con la
que pecaron… “¡Ahora, oh cuerpo, estás pagando el precio de los placeres con
que te regalaste a ti mismo!… ¡¡¡Y todo ello lo hiciste por tu propia y libre
voluntad…!!!.” (2 de abril 1922)
“Me pareció que la mayoría se acusaba a sí mismos de pecados de impureza, de robo, de
comercio fraudulento; y la mayor parte de los condenados están en el
infierno por estos pecados.” (6 de Abril de 1922).
“Algunos
acusan a otras personas, otros a las circunstancias, y todos maldicen
las ocasiones de su condenación.” (Septiembre de 1922).
“Vi a mucha gente del mundo terrenal caer dentro
del infierno, y ahora las palabras no pueden describir ni por asomo sus
horribles y espantosos gritos: ‘Condenado
para siempre… Yo me engañaba a mi mismo… Estoy perdido… Estoy aquí para siempre
jamás”
“Hoy vi un vasto número de gente caer dentro del
ardiente abismo… Parecían unos vividores acostumbrados a los placeres del
mundo, y un demonio gritó con estruendo: “El mundo está maduro para mí… Yo sé que la mejor manera de conseguir el
control de las almas es acrecentar su deseo por la diversión y el disfrute de
los placeres… “
“Ponme
a mí en primer lugar…”; “Yo antes que los demás…”; “Y sobre todo nada de
humildad para mí, sino que déjame disfrutar a mis anchas…”. Esta clase de
palabras asegura mi victoria… y ellos mismos se lanzan en multitudes al fondo
del infierno”. (4 de octubre de 1922)
“Hoy”, escribe Josefa, “no bajé al infierno, sino que
fui transportada a un lugar donde todo estaba oscuro, pero en el centro había
un enorme y espantoso fuego rojo. Me dejaron inmóvil y no podía hacer ni el más
mínimo movimiento. Alrededor de mí había siete u ocho personas, sus cuerpos
negros estaban desnudos, y yo podía verlos sólo por los reflejos del fuego.
Estaban sentados y hablaban”.
CONVERSACIÓN ENTRE DIABLOS
“Un diablo dijo a otro:
“Tenemos
que ser muy cuidadosos para que no nos perciban. Podríamos ser fácilmente
descubiertos”.
“El diablo respondió:
“Insinuaos procurando que el descuido y la negligencia se apoderen de ellos,
pero manteniéndoos en la sombra, para que no os descubran… gradualmente, ellos
se volverán más y más descuidados, indiferentes al bien y al mal, sin ningún
tipo de compasión ni amor, y vosotros seréis capaces de inclinarlos hacia el
mal.
.
Tentad a estos otros con la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su propio interés, con adquirir riquezas sin trabajar… de forma legal o no.
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Excitad a aquellos otros hacia la sensualidad y el amor al placer. Dejad que el vicio los ciegue”.”(Aquí usaron palabras obscenas)
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Tentad a estos otros con la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su propio interés, con adquirir riquezas sin trabajar… de forma legal o no.
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Excitad a aquellos otros hacia la sensualidad y el amor al placer. Dejad que el vicio los ciegue”.”(Aquí usaron palabras obscenas)
“Y con el resto… explorad sus corazones… así
conoceréis sus inclinaciones… haced que amen apasionadamente… Actuad sin ningún
escrúpulo… no descanséis… no tengáis piedad… El mundo debe ir hacia la condenación… y que las almas no se me escapen.
De vez en cuando, los discípulos de Satán
respondían: “Somos tus esclavos…
trabajaremos sin descanso. Sí, muchos luchan contra nosotros, pero
trabajaremos noche y día. ¡Conocemos tu poder!”
Hablaban todos a la vez, y el que yo entendí que era Satán usaba palabras
espantosas. En la distancia, pude oír un bullicio de fiesta, el tintineo
de las copas, y gritó:
¡Dejad que ellos mismos se junten en sus comidas!
Eso lo pondrá todo más fácil para nosotros. Dejadlos que vayan a sus banquetes.
El amor al placer es la puerta por la
que vosotros os apoderaréis de ellos… Y esas almas ya no serán capaces
de escapar de mí”.
Añadió
cosas tan horribles que nunca podrían ser escritas ni dichas. Luego, como
sumergidos en un remolino de humo, se desvanecieron. (3 de febrero de
1923)
El demonio gritaba rabiosamente por un alma que se
le escapaba:
“Llenad su alma de miedo,
llevadla a la desesperación. ¡Si ella pone su confianza en la
misericordia de ese… (Aquí usó palabras blasfemas contra Nuestro Señor). Todo
estará perdido! Pero no; llévala a la desesperación, no la dejéis ni por un
instante, por encima de todo, haced que se desespere…”
Entonces el infierno resonó con gritos frenéticos,
y cuando finalmente el diablo me arrojó fuera del abismo, se fue amenazándome.
Entre otras cosas, decía:
“¿Es posible que tales enclenques criaturas tengan
más poder que yo, que soy tan poderoso?…
Debo
enmascarar mi presencia, trabajar en la sombra, cualquier esquina será buena
para tentarlos… susurrando a un oído… en las hojas de un libro… debajo de una
cama…
Algunas
almas no me prestan atención, pero hablaré y hablaré, y a fuerza de hablar,
alguna palabra quedará… ¡Sí, debo ocultarme en lugares en los que no pueda
ser descubierto!” (7, 8 febrero de 1923)
SU RETORNO DEL INFIERNO
Josefa, en su retorno desde el infierno, notó lo
siguiente:
“Vi varias almas caer dentro del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años, maldiciendo a sus
padres por no haberle hablado del temor de Dios ni por haberla avisado de que
existía un lugar como el infierno”.
“Su vida
fue muy corta, decía ella, pero llena de pecado, porque ella le concedió
hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de
su autosatisfacción, especialmente había leído malos libros.” (22 de marzo de
1923)
“Los ruidos
de confusión y blasfemias no cesan ni por un sólo instante. Un
nauseabundo olor asfixia y corrompe todo; es como el quemarse de la carne
putrefacta, mezclado con alquitrán y azufre… una mezcla a la que nada en la
Tierra puede ser comparable”. (4 de septiembre de 1922).
UN RELATO
Otra vez, escribe:
“Las almas
estaban maldiciendo la vocación que habían recibido, pero no seguido… la
vocación que habían perdido, porque no tenían la voluntad de vivir una vida
oculta y mortificada…” (18 de marzo de 1922)
“La noche del miércoles al jueves 16 de marzo,
serían las diez, empecé a sentir como los días anteriores ese ruido tan
tremendo de cadenas y gritos.
En seguida me levanté, me vestí y me puse en el
suelo de rodillas. Estaba llena de miedo. El ruido seguía; salí del dormitorio
sin saber a dónde ir ni qué hacer. Entré un momento en la celda de Nuestra
Beata Madre…
Después volví al dormitorio y siempre el mismo ruido. Sería algo más de
las doce cuando de repente vi delante de mí al demonio que decía: “atadle los
pies… atadle las manos”. Perdí conocimiento de dónde estaba y sentí que me
ataban fuertemente, que tiraban de mí, arrastrándome.
Otras voces decían: “No son los pies los que hay que atarle… es el corazón”. Y el diablo
contestó; ese no es mío. Me parece que me arrastraron por un camino muy
largo.
Empecé
a oír muchos gritos, y en seguida me encontré en un pasillo muy
estrecho. En la pared hay como unos nichos, de donde sale mucho humo pero sin
llama, y muy mal olor. Yo no puedo decir lo que se oye, toda clase de
blasfemias y de palabras impuras y terribles.
Unos
maldicen su cuerpo… otros maldicen a su padre o madre… otros se reprochan a
ellos mismos el no haber aprovechado tal ocasión o tal luz para abandonar el
pecado. En fin, es una confusión tremenda de gritos de rabia y
desesperación.
Pasé
por un pasillo que no tenía fin, y luego, dándome un golpe en el estómago, que me
hizo como doblarme y encogerme, me metieron en uno de aquellos nichos, donde
parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me pasaban agujas
muy gordas por el cuerpo, que me abrasaban.
En
frente de mí y cerca, tenía almas que me maldecían y blasfemaban. Es lo que más
me hizo sufrir… pero lo que no tiene comparación con ningún
tormento es la angustia que siente el alma, viéndose apartada de Dios.
“Me pareció
que pasé muchos años en este infierno, aunque sólo fueron seis o siete horas…
Luego sentí que tiraban otra vez de mí, y después de ponerme en un sitio muy
oscuro, el demonio, dándome como una patada me dejó libre. No puedo decir lo
que sintió mi alma cuando me di cuenta de que estaba viva y que todavía podía
amar a Dios.
“Para
poderme librar de este infierno y aunque soy tan miedosa para sufrir, yo
no sé a qué estoy dispuesta.
Veo
con mucha claridad que todo lo del mundo no es nada en comparación
del dolor del alma que no puede amar, porque allí no se respira más que odio y deseo
de la perdición de las almas”.(…)
“Cuando entro en el infierno, oigo como unos gritos
de rabia y de alegría, porque hay un alma más que participa de sus tormentos.
No me acuerdo entonces de haber estado allí otras veces, sino que me parece que
es la primera vez.
También
creo que ha de ser para toda la eternidad y eso me hace sufrir mucho, porque recuerdo que
conocía y amaba a Dios, que estaba en la religión, que me ha concedido muchas
gracias y muchos medios para salvarme… ¿Qué he hecho para perder tanto bien…?
¿Cómo he sido tan ciega…? ¡Y ya no hay remedio…!
También
me acuerdo de mis Comuniones, de que era novicia, pero lo que
más me atormenta es que amaba a Nuestro Señor muchísimo… Lo conocía y era todo
mi tesoro…
No
vivía sino para Él… ¿Cómo ahora podré vivir sin Él…? Sin amarlo..,
oyendo siempre estas blasfemias y este odio… siento que el alma se oprime y se
ahoga… Yo no sé explicarlo bien porque es imposible”.
LA LUCHA DEL DEMONIO PARA
ARREBATAR ALMAS
Más de una vez presencia la
lucha encarnizada del demonio para arrebatar a la misericordia divina tal o
cual alma que ya creía suya. Entonces los padecimientos de Josefa entran, a lo
que parece, en los planes de Dios, como rescate de estas pobres almas, que le
deberán la última y definitiva victoria, en el instante de la muerte.
“El diablo
estaba muy furioso porque quería que se perdieran tres almas… Gritaba
con rabia: ¡Que no se escapen…! ¡Que se van…! ¡Fuerte…! ¡Fuerte! “Esto así, sin
cesar, con unos gritos de rabia que contestaban, de lejos, otros demonios.
Durante varios días presencié estas luchas.
“Yo supliqué
al Señor que hiciera de mí lo que quisiera, con tal que estas almas no se
perdiesen. Me fui también a la Virgen Y Ella me dio gran tranquilidad porque me
dejó dispuesta a sufrirlo todo para salvarlas, y creo que no permitirá que el
diablo salga victorioso“.(…)
“El demonio gritaba mucho: ¡No la dejéis…! ¡Estad
atentos a todo lo que las pueda turbar…! ¡Que no se escapen… haced que se
desesperen…! Era tremenda la confusión que había de gritos y de blasfemias.
Luego oí que decía furioso: ¡No importa! Aún me quedan dos… Quitadles la confianza… Yo comprendí
que se le había escapado una, que había ya pasado a la eternidad, porque
gritaba: Pronto… De prisa… Que estas dos no se escapen… Tomadlas, que se desesperen… Pronto, que se nos van.
“En seguida, con un rechinar de dientes y una rabia
que no se puede decir, yo sentía esos gritos tremendos:
¡Oh
poder de Dios que tienen más fuerza que yo…! ¡Todavía tengo una.., y no dejaré que se la
lleve…! El infierno todo ya no fue más que un grito de desesperación, con un
desorden muy grande y los diablos chillaban y se quejaban y blasfemaban
horriblemente. Yo conocí con esto que las almas se habían salvado.
Mi
corazón saltó de alegría, pero me veía imposibilitada para hacer un acto de
amor.
Aún siento en el alma necesidad de amar… No siento odio hacia Dios como estas
otras almas, y cuando oigo que maldicen y blasfeman, me causa mucha pena; no sé
qué sufriría para evitar que Nuestro Señor sea injuriado y ofendido.
Lo
que me apura es que pasando el tiempo seré como los otros. Esto
me hace sufrir mucho, porque me acuerdo todavía que amaba a Nuestro Señor y que
Él era muy bueno conmigo. Siento mucho tormento, sobre todo estos últimos días.
Es
como si me entrase por la garganta un río de fuego que pasa por
todo el cuerpo, y unido al dolor que he dicho antes. Como si me apretasen por
detrás y por delante con planchas encendidas…
No
sé decir lo que sufro... es tremendo tanto dolor… Parece que los ojos se
salen de su sitio y como si tirasen para arrancarlos… Los nervios se ponen muy
tirantes. El cuerpo está como doblado, no se puede mover ni un dedo…
El
olor que hay tan malo, no se puede respirar, pero todo esto no es nada en comparación del
alma, que conociendo la bondad de Dios, se ve obligada a odiarle y, sobre todo,
si le ha conocido y amado, sufre mucho más…”.
Josefa despedía este hedor
intolerable siempre que volvía de una de sus visitas al infierno o cuando la
arrebataba y atormentaba el demonio: olor de azufre, de carnes podridas y
quemadas que, según fidedignos testigos, se percibía sensiblemente durante un
cuarto de hora y a veces media hora; y cuya desagradable impresión conservaba
ella misma mucho más tiempo todavía.
“Oí a un
demonio, del cual había escapado un alma, forzado a confesar su
impotencia. ‘Desconcertante… ¿cómo pueden hacer para que se me escapen tantas?
Eran mías’ (y enumeró sus pecados)… ‘Trabajé muy duramente, y aún así se
escaparon entre mis dedos… Alguien debe estar sufriendo y reparando por ellos.” (15 de enero de
1923).
Fuentes:
- http://www.corazones.org/santos/josefa_menendez.htm
- http://es.wikipedia.org/wiki/Josefa_Men%C3%A9ndez
- http://www.mysticsofthechurch.com/2009/12/sister-josefa-menendez-way-of-divine.html
Foros de la Virgen María
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