martes, 29 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO


"María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó a mirar dentro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies. Los ángeles le preguntaron:
– Mujer, ¿por qué lloras?
Ella les dijo:
– Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él. Jesús le preguntó:
– Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo:
– Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo.
Jesús entonces le dijo:
– ¡María!
Ella se volvió y le respondió en hebreo:
– ¡Rabuni! (que quiere decir “Maestro”).
Jesús le dijo:
– Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios.
Entonces fue María Magdalena y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había dicho."
Este fragmento nos narra el encuentro entre Jesús y María Magdalena tras la resurrección. María Magdalena, aquella mujer de la que el evangelio nos dice que Jesús expulsó siete demonios, (el número siete significa la plenitud, o sea que Jesús la había librado del mal), es la primera en encontrarse con Jesús. Señalando la predilección de Jesús por los que han caído, por los despreciados.

El evangelio de Juan es de un simbolismo muy señalado. Por eso debemos fijarnos en los detalles de sus narraciones. María Magdalena nos representa a todos, pecadores, imperfectos, pero que buscamos a Jesús. En nuestro camino encontramos "ángeles", que se interesan por nosotros, que nos consuelan. Pero un día Jesús se nos presenta y nos llama por nuestro nombre. Siempre es Él el que se adelanta. Pero para poderlo reconocer, debemos tener nuestro corazón preparado. Nosotros, como María Magdalena, nos encontramos muchas veces en la oscuridad, en el silencio de Dios. Ella podía haber regresado a esconderse al cenáculo. Sin embargo, permanece junto al sepulcro. Quiere saber dónde está Jesús. Llora su ausencia. Por eso, Él se le acerca y la llama: ¡María!

Preparemos nuestro corazón. Miremos en su interior con sinceridad, y no tardaremos en escuchar nuestro nombre. Él nos dirá que Dios es su Padre y nuestro Padre. Que todos somos hermanos, y que la manera de encontrarlo a Él, es dirigiéndonos a nuestros hermanos. Descubriremos que el verdadero encuentro con Jesús, es el encuentro con los hombres, nuestros hermanos.

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