"María se quedó fuera, junto
al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó a mirar dentro y vio
dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús,
uno a la cabecera y el otro a los pies. Los ángeles le preguntaron:
– Mujer, ¿por qué lloras?
Ella les dijo:
– Porque se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dicho esto, volvió la cara y
vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él. Jesús le preguntó:
– Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién
buscas?
Ella, pensando que era el que
cuidaba el huerto, le dijo:
– Señor, si tú te lo has llevado,
dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo.
Jesús entonces le dijo:
– ¡María!
Ella se volvió y le respondió en
hebreo:
– ¡Rabuni! (que quiere decir
“Maestro”).
Jesús le dijo:
– Suéltame, porque todavía no he
ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme
con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios.
Entonces fue María Magdalena y
contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había
dicho."
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Este fragmento nos narra el encuentro entre Jesús y
María Magdalena tras la resurrección. María Magdalena, aquella mujer de la que
el evangelio nos dice que Jesús expulsó siete demonios, (el número siete
significa la plenitud, o sea que Jesús la había librado del mal), es la primera
en encontrarse con Jesús. Señalando la predilección de Jesús por los que han
caído, por los despreciados.
El evangelio de Juan es de un simbolismo muy
señalado. Por eso debemos fijarnos en los detalles de sus narraciones. María
Magdalena nos representa a todos, pecadores, imperfectos, pero que buscamos a
Jesús. En nuestro camino encontramos "ángeles", que se interesan por
nosotros, que nos consuelan. Pero un día Jesús se nos presenta y nos llama por
nuestro nombre. Siempre es Él el que se adelanta. Pero para poderlo reconocer,
debemos tener nuestro corazón preparado. Nosotros, como María Magdalena, nos
encontramos muchas veces en la oscuridad, en el silencio de Dios. Ella podía
haber regresado a esconderse al cenáculo. Sin embargo, permanece junto al
sepulcro. Quiere saber dónde está Jesús. Llora su ausencia. Por eso, Él se le
acerca y la llama: ¡María!
Preparemos nuestro corazón. Miremos en su interior
con sinceridad, y no tardaremos en escuchar nuestro nombre. Él nos dirá que
Dios es su Padre y nuestro Padre. Que todos somos hermanos, y que la manera de
encontrarlo a Él, es dirigiéndonos a nuestros hermanos. Descubriremos que el
verdadero encuentro con Jesús, es el encuentro con los hombres, nuestros
hermanos.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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