Una mujer víctima
de abusos sexuales a manos de un clérigo narra su «camino de sanación»
«¿Cómo
os sentiríais si, después de dar el paso de reconoceros como víctimas de un
sacerdote, no encontrarais más que recelo, encubrimiento o desprecio?» Una
víctima y sus dos rescatadores plantan cara en un libro a esa cultura del
silencio
Una mujer víctima de abusos sexuales a
manos de un clérigo narra su «camino de sanación», junto al sacerdote –José
Luis Segovia– y al psicólogo –Javier Barbero– que le han acompañado en los
últimos tramos de su «travesía por el desierto». El
libro se llama Víctimas de la Iglesia (PPC) y la primera sorpresa es
encontrarse con una portada alegre y vitalista. Así es como está planteado el
relato: las flores sobre un fondo rosa describen el ánimo de una víctima
orgullosa porque, por fin, ha dicho adiós a los miedos que le impedían tomar
las riendas de su vida. «Uno puede vivir con cicatrices, pero no con heridas
abiertas», le advirtió un día Barbero.
Las flores significan volver a experimentar
la capacidad de amar y ser amada que creía perdida para siempre. La
recuperación se inició (página 69) a miles de kilómetros de España. La mujer
empezó a comprender que, incluso en medio del horror, Dios no había dejado
nunca de quererla como a una hija.
Felizmente sanada, quiere mostrar a quienes
puedan verse en su situación que «hay salida del infierno». El libro está
dedicado especialmente a las familias «de aquellas víctimas que encontraron en
el suicidio la única respuesta a sus sufrimientos».
SE HA
ROTO UN TABÚ
Esta víctima es y se siente parte de la
Iglesia, escribe desde el amor a la Iglesia y ofrece su libro como un servicio
a la Iglesia en España, que tantas veces ha mirado hacia otro lado por miedo al
escándalo, fingiendo que estas cosas ocurren solo en otros países.
Se ha roto un tabú. Por eso Víctimas de
la Iglesia es un grito de victoria. Amarga pero victoria. «Dejadme que os pregunte: ¿cómo os sentiríais si, después
de dar el paso de reconoceros como víctimas de un sacerdote en el que
confiabais, decidierais compartir vuestro dolor, vuestros miedos y vuestra
rabia con vuestra Iglesia y, lejos de hallar entrañas de misericordia, no
encontrarais más que recelo, silencio, encubrimiento o desprecio?» Si
algo ha aprendido, por cierto, en estos años es que «la verdad solo interpela a
quien se deja interpelar».
Se rompe un tabú y se ponen los cimientos
para un camino de sanación que otros podrán recorrer. Lo primero es hablar
claro. «Para sanar el mal de los abusos hay que reconocerlos, ponerles nombre,
odiarlos, denunciarlos y combatirlos», subraya ella.
«SI
TE HUBIERAS CASADO…»
Es necesaria también la implicación
personal de quien acompaña a la víctima. No sirve la asepsia. Cuando la víctima
oyó de labios de Barbero: «Estaré contigo hasta el
final», supo que, por fin, se había acabado su vía crucis por tantas
consultas de profesionales que se limitaban a cobrarle por descarnadas
recomendaciones como sacadas de manuales de autoayuda. «El
que te ha hecho esto es un hijo de puta», le espetó él. Ella necesitaba
oír eso. Porque, cuando estas cosas no se dicen en alto, la víctima acaba sintiendo
que la toman por imbécil. O peor aún: por la responsable última de su
situación. «Si estuvieras casada, esto no pasaría»,
le dijo el sacerdote que abusó de ella. «Si
te hubieras casado a los 20 años –oyó años después de labios de un
psiquiatra–, esto no habría sucedido».
En la Iglesia, con frecuencia, se clasifica
a las víctimas en dos tipos: los menores de edad y los «adultos
vulnerables», personas que padecen algún tipo de minusvalía o debilidad
y que por eso han sido incapaces de oponer resistencia a sus agresores. A
nuestra autora le hierve la sangre. «Confieso que
cada vez que leo o escucho el término vulnerable aplicado a víctimas
de abusos sexuales siento mayor perplejidad: ¿De dónde procede esa
vulnerabilidad que nos imputan? ¿De la confianza? ¿Del respeto? ¿Del cariño?
¿Del deseo de cuidar la fe? ¿De creer que un sacerdote no nos hará daño? ¿Cuál
es la razón última de esa vulnerabilidad con la que mi Iglesia me califica?
¿Confesarme sin rejilla ni confesionario? ¿Haber recibido una educación tradicional?
¿No estar casada? ¿Haber abierto mi alma y mi corazón a un sacerdote católico
confiando en que acompañaría mi vida de fe? ¿O acaso soy vulnerable por haber
tenido una vida sexual acorde con la doctrina que la Iglesia predica?»
EL
EXORCISMO
«Las mismas
manos que administran el perdón y celebran la Eucaristía son las que nos
abusan». Este es un trauma con difícil cura. La imagen de Dios se
corrompe en estas personas. «Con toda seguridad es
la más dura tarea de este largo proceso de recuperación. De hecho es la
cuestión definitiva».
La víctima utiliza la expresión «exorcismo» y describe las herramientas para expulsar «a los demonios que nos atan a nuestros agresores». «No
sé si un día curaré del todo. Lo que sí sé es que solo el amor puede curar el
dolor. Por eso me indigna y me repugna que sean tantas las víctimas que, lejos
de encontrar en su Iglesia el amor y la justicia debidas, solo encuentran
humillación, rechazo y desprecio».
Escribir y publicar este libro ha sido la
última fase de la terapia. «No siempre será posible
–relata Segovia–, pero en nuestro caso
tuvimos el gozo inmenso de poder concluir el proceso con una celebración
religiosa de acción de gracias a Dios». Ese final fue, para ella, la
mayor de las victorias.
Ricardo Benjumea
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