La
fe verdadera es darse cuenta de los pobres que nos están cerca. Allí está
Jesús, que llama a la puerta de nuestro corazón: lo dijo el Papa en la misa
matutina del jueves en la Residencia Santa Marta.
CRISTIANOS EN UNA BURBUJA DE VANIDAD
En el Evangelio del día Jesús relata la parábola del hombre rico “que vestía de púrpura y lino finísimo y cada día celebraba espléndidos banquetes” y no se daba cuenta que, en su puerta, estaba un pobre llamado Lázaro, cubierto de llagas.
El Papa invita a preguntarse: “Si yo soy un cristiano en el camino de la mentira, solamente del ‘decir’, o soy un cristiano en el camino de la vida, es decir, de las obras, del hacer”.
Este hombre rico, en efecto – nota el Papa – “conocía los mandamientos, seguramente todos los sábados iba a la sinagoga y una vez al año al templo”. “Tenía una cierta religiosidad”.
“Pero era un hombre cerrado, encerrado en su pequeño mundo – el mundo de los banquetes, de los vestidos, de la vanidad, de los amigos – un hombre encerrado, precisamente en una burbuja, allí, de vanidad. No tenía capacidad de mirar más allá, solamente a su propio mundo. Y este hombre no se daba cuenta de lo que sucedía fuera de su mundo cerrado. No pensaba, por ejemplo, a las necesidades de tanta gente o a la necesidad de compañía de los enfermos, solamente pensaba en él, en sus riquezas, en su buena vida”.
EL POBRE ES EL SEÑOR QUE LLAMA A NUESTRO CORAZÓN
Era un “religioso aparente”, “no conocía alguna periferia, estaba completamente encerrado en sí mismo. Precisamente la periferia, que estaba cerca de la puerta de su casa, no la conocía”. Recorría “el camino de la mentira”, porque “se confiaba solamente de sí mismo, de sus cosas, no se confiaba de Dios”.
“Un hombre que no ha dejado herencia, no ha dejado vida, porque solamente estaba encerrado en sí mismo”. Y es curioso – subraya el Papa Francisco – que “había perdido el nombre. El Evangelio no dice cómo se llamaba, solamente dice que era un hombre rico, y cuando tu nombre es solamente un adjetivo es porque has perdido, has perdido sustancia, has perdido fuerza”:
“Éste es rico, éste es potente, éste puede hacer de todo, éste es un sacerdote en carrera, un obispo en carrera…” Cuántas veces a nosotros nos sale nombrar a la gente con adjetivos, no con nombres, porque no tienen sustancia. Pero yo me pregunto: ¿Dios que es Padre, no tuvo misericordia de este hombre? ¿No ha llamado a su corazón para moverlo? Pero sí, estaba en la puerta, estaba en la puerta en la persona de aquel Lázaro, que sí tenía nombre. Y aquel Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era precisamente el Señor que llamaba a la puerta para que este hombre abriera su corazón y la misericordia pudiera entrar. Pero no, él no veía, solamente estaba cerrado: para él, más allá de la puerta, no había nada”.
LA GRACIA DE VER A LOS POBRES
Estamos en Cuaresma – recuerda Francisco – y nos hará bien preguntarnos cuál camino estamos recorriendo: “¿Yo estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira? ¿Cuántos cerrazones tengo en mi corazón todavía? ¿Dónde está mi alegría: en el hacer o en el decir? ¿En el salir de mí mismo para ir al encuentro de los demás, para ayudar? ¡Las obras de misericordia, eh! ¿O mi alegría es tener todo arreglado, encerrado en mí mismo? Pidamos al Señor, mientras pensamos esto, sobre nuestra vida, la gracia de ver siempre a los ‘Lázaros’ que están en nuestra puerta, los ‘Lazaros’ que llaman al corazón, y salir de nosotros mismos con generosidad, con actitud de misericordia, para que la misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón.
CRISTIANOS EN UNA BURBUJA DE VANIDAD
En el Evangelio del día Jesús relata la parábola del hombre rico “que vestía de púrpura y lino finísimo y cada día celebraba espléndidos banquetes” y no se daba cuenta que, en su puerta, estaba un pobre llamado Lázaro, cubierto de llagas.
El Papa invita a preguntarse: “Si yo soy un cristiano en el camino de la mentira, solamente del ‘decir’, o soy un cristiano en el camino de la vida, es decir, de las obras, del hacer”.
Este hombre rico, en efecto – nota el Papa – “conocía los mandamientos, seguramente todos los sábados iba a la sinagoga y una vez al año al templo”. “Tenía una cierta religiosidad”.
“Pero era un hombre cerrado, encerrado en su pequeño mundo – el mundo de los banquetes, de los vestidos, de la vanidad, de los amigos – un hombre encerrado, precisamente en una burbuja, allí, de vanidad. No tenía capacidad de mirar más allá, solamente a su propio mundo. Y este hombre no se daba cuenta de lo que sucedía fuera de su mundo cerrado. No pensaba, por ejemplo, a las necesidades de tanta gente o a la necesidad de compañía de los enfermos, solamente pensaba en él, en sus riquezas, en su buena vida”.
EL POBRE ES EL SEÑOR QUE LLAMA A NUESTRO CORAZÓN
Era un “religioso aparente”, “no conocía alguna periferia, estaba completamente encerrado en sí mismo. Precisamente la periferia, que estaba cerca de la puerta de su casa, no la conocía”. Recorría “el camino de la mentira”, porque “se confiaba solamente de sí mismo, de sus cosas, no se confiaba de Dios”.
“Un hombre que no ha dejado herencia, no ha dejado vida, porque solamente estaba encerrado en sí mismo”. Y es curioso – subraya el Papa Francisco – que “había perdido el nombre. El Evangelio no dice cómo se llamaba, solamente dice que era un hombre rico, y cuando tu nombre es solamente un adjetivo es porque has perdido, has perdido sustancia, has perdido fuerza”:
“Éste es rico, éste es potente, éste puede hacer de todo, éste es un sacerdote en carrera, un obispo en carrera…” Cuántas veces a nosotros nos sale nombrar a la gente con adjetivos, no con nombres, porque no tienen sustancia. Pero yo me pregunto: ¿Dios que es Padre, no tuvo misericordia de este hombre? ¿No ha llamado a su corazón para moverlo? Pero sí, estaba en la puerta, estaba en la puerta en la persona de aquel Lázaro, que sí tenía nombre. Y aquel Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era precisamente el Señor que llamaba a la puerta para que este hombre abriera su corazón y la misericordia pudiera entrar. Pero no, él no veía, solamente estaba cerrado: para él, más allá de la puerta, no había nada”.
LA GRACIA DE VER A LOS POBRES
Estamos en Cuaresma – recuerda Francisco – y nos hará bien preguntarnos cuál camino estamos recorriendo: “¿Yo estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira? ¿Cuántos cerrazones tengo en mi corazón todavía? ¿Dónde está mi alegría: en el hacer o en el decir? ¿En el salir de mí mismo para ir al encuentro de los demás, para ayudar? ¡Las obras de misericordia, eh! ¿O mi alegría es tener todo arreglado, encerrado en mí mismo? Pidamos al Señor, mientras pensamos esto, sobre nuestra vida, la gracia de ver siempre a los ‘Lázaros’ que están en nuestra puerta, los ‘Lazaros’ que llaman al corazón, y salir de nosotros mismos con generosidad, con actitud de misericordia, para que la misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón.
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