El
Papa Francisco desea que la Cuaresma sea un tiempo de una "poda" benéfica de la falsedad, de
la mundanidad, de la indiferencia: para no pensar que todo va bien si yo
estoy bien; para entender que lo que cuenta no es la aprobación, la búsqueda
del éxito o del consenso, sino la limpieza del corazón y de la vida. Para
encontrar de nuevo la identidad cristiana, es decir, el amor que sirve,
no el egoísmo que se sirve.
Así lo indicó en la homilía de la misa del miércoles de ceniza, en la Basílica de San Pedro, donde además tuvo lugar el envío de los Misioneros de la Misericordia, en ocasión del Jubileo. De este modo, concelebraron cardenales, obispos y más de 700 Misioneros, que reciben el “mandato” junto a la facultad de absolver también los pecados reservados a la Sede Apostólica.
En total, serán más de mil los Misioneros de la Misericordia en todo el mundo, que serán “testigos privilegiados en sus Iglesias particulares de la extraordinariedad del evento jubilar”.
TRES OBSTÁCULOS A LA MISEricordia Durante la homilía, el Santo Padre explicó que la Palabra de Dios, al inicio del camino cuaresmal, dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones concretas. En primer lugar la de San Pablo que pide que nos reconciliemos con Dios. Tal y como observó Francisco, “no es un simplemente un buen consejo paterno y tampoco solamente una sugerencia; es una verdadera y propia súplica en nombre de Cristo”. Y este llamamiento –aseguró– es porque Cristo sabe lo frágiles y pecadores que somos, conoce la debilidad de nuestro corazón; lo ve herido por el mal que hemos cometido y sabe cuánto necesitamos el perdón, sabe que necesitamos sentirnos amados para hacer el bien.
En esta línea, el Pontífice indicó que es responsabilidad nuestra reconocernos “necesitados de misericordia”. Este es el “primer paso del camino cristiano”, se trata “de entrar a través de la puerta abierta que es Cristo, donde nos espera Él mismo, el Salvador, y nos ofrece una vida nueva y gloriosa”.
A propósito, el Santo Padre advirtió de que puede haber algunos obstáculos, que cierran las puertas del corazón. Está la tentación de “blindar las puertas, o sea, convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándose siempre, pensando no ser peores que los otros”. Y así, ha advertido, se cierran las cerraduras del alma y se permanece cerrados dentro, prisioneros del mal.
Otro obstáculo del que ha hablado el papa Francisco es “la vergüenza a abrir la puerta secreta del corazón”. Pero en realidad, ha precisado, la vergüenza es un buen síntoma porque “indica que queremos separarnos del mal, aunque no debe transformarse nunca en temor o miedo”.
Un tercer obstáculo es el “alejarnos de la puerta”. Esto sucede cuando “nos encerramos en nuestras miserias, cuando nos lamentamos continuamente, uniendo entre sí las cosas negativas, hasta hundirnos en los huecos más oscuros del alma”. Por eso, Francisco recomendó “no permanecer en uno mismo, si no ir a Él. Ahí hay restauración y paz”.
TRES MEDICINAS QUE SANAN DEL PECADO
Durante la homilía, el Santo Padre recordó la presencia en la celebración de los Misioneros de la Misericordia. A ellos les ha pedido que sus manos “bendigan y alivien a los hermanos y hermanas con fraternidad” y que a través de ellos “la mirada y las manos del Padre se posen sobre los hijos y curen las heridas”.
La segunda invitación de las lecturas del día, llega por medio del profeta Joel: “Convertíos a mí de todo corazón”. Si es necesario volver es porque nos hemos alejado, señaló el Santo Padre. Pero junto a la historia de pecado, Jesús ha inaugurado una historia de salvación. De este modo, el Papa explicó que el Evangelio que abre la cuaresma nos invita a ser protagonistas, abrazando tres remedios, tres medicinas que sanan del pecado.
En primer lugar la oración, “expresión de apertura y de confianza en el Señor: es el encuentro personal con Él, que acorta las distancias creadas por el pecado”. Rezar –ha indicado el Papa– es decir ‘no soy autosuficiente’.
En segundo lugar la caridad, “para superar la extrañeza hacia los demás”. El verdadero amor, explicó, no es un acto exterior, no es dar algo de forma paternal para calmar la conciencia, sino aceptar a quien necesita nuestro tiempo, nuestra amistad, nuestra ayuda.
Y en tercer lugar el ayuno, la penitencia, “para liberarnos de las dependencias de lo pasajero y entrenarnos para ser más sensibles y misericordiosos”.
Jesús nos llama –subrayó el Santo Padre– a vivir la oración, la caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad, venciendo la hipocresía.
Así lo indicó en la homilía de la misa del miércoles de ceniza, en la Basílica de San Pedro, donde además tuvo lugar el envío de los Misioneros de la Misericordia, en ocasión del Jubileo. De este modo, concelebraron cardenales, obispos y más de 700 Misioneros, que reciben el “mandato” junto a la facultad de absolver también los pecados reservados a la Sede Apostólica.
En total, serán más de mil los Misioneros de la Misericordia en todo el mundo, que serán “testigos privilegiados en sus Iglesias particulares de la extraordinariedad del evento jubilar”.
TRES OBSTÁCULOS A LA MISEricordia Durante la homilía, el Santo Padre explicó que la Palabra de Dios, al inicio del camino cuaresmal, dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones concretas. En primer lugar la de San Pablo que pide que nos reconciliemos con Dios. Tal y como observó Francisco, “no es un simplemente un buen consejo paterno y tampoco solamente una sugerencia; es una verdadera y propia súplica en nombre de Cristo”. Y este llamamiento –aseguró– es porque Cristo sabe lo frágiles y pecadores que somos, conoce la debilidad de nuestro corazón; lo ve herido por el mal que hemos cometido y sabe cuánto necesitamos el perdón, sabe que necesitamos sentirnos amados para hacer el bien.
En esta línea, el Pontífice indicó que es responsabilidad nuestra reconocernos “necesitados de misericordia”. Este es el “primer paso del camino cristiano”, se trata “de entrar a través de la puerta abierta que es Cristo, donde nos espera Él mismo, el Salvador, y nos ofrece una vida nueva y gloriosa”.
A propósito, el Santo Padre advirtió de que puede haber algunos obstáculos, que cierran las puertas del corazón. Está la tentación de “blindar las puertas, o sea, convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándose siempre, pensando no ser peores que los otros”. Y así, ha advertido, se cierran las cerraduras del alma y se permanece cerrados dentro, prisioneros del mal.
Otro obstáculo del que ha hablado el papa Francisco es “la vergüenza a abrir la puerta secreta del corazón”. Pero en realidad, ha precisado, la vergüenza es un buen síntoma porque “indica que queremos separarnos del mal, aunque no debe transformarse nunca en temor o miedo”.
Un tercer obstáculo es el “alejarnos de la puerta”. Esto sucede cuando “nos encerramos en nuestras miserias, cuando nos lamentamos continuamente, uniendo entre sí las cosas negativas, hasta hundirnos en los huecos más oscuros del alma”. Por eso, Francisco recomendó “no permanecer en uno mismo, si no ir a Él. Ahí hay restauración y paz”.
TRES MEDICINAS QUE SANAN DEL PECADO
Durante la homilía, el Santo Padre recordó la presencia en la celebración de los Misioneros de la Misericordia. A ellos les ha pedido que sus manos “bendigan y alivien a los hermanos y hermanas con fraternidad” y que a través de ellos “la mirada y las manos del Padre se posen sobre los hijos y curen las heridas”.
La segunda invitación de las lecturas del día, llega por medio del profeta Joel: “Convertíos a mí de todo corazón”. Si es necesario volver es porque nos hemos alejado, señaló el Santo Padre. Pero junto a la historia de pecado, Jesús ha inaugurado una historia de salvación. De este modo, el Papa explicó que el Evangelio que abre la cuaresma nos invita a ser protagonistas, abrazando tres remedios, tres medicinas que sanan del pecado.
En primer lugar la oración, “expresión de apertura y de confianza en el Señor: es el encuentro personal con Él, que acorta las distancias creadas por el pecado”. Rezar –ha indicado el Papa– es decir ‘no soy autosuficiente’.
En segundo lugar la caridad, “para superar la extrañeza hacia los demás”. El verdadero amor, explicó, no es un acto exterior, no es dar algo de forma paternal para calmar la conciencia, sino aceptar a quien necesita nuestro tiempo, nuestra amistad, nuestra ayuda.
Y en tercer lugar el ayuno, la penitencia, “para liberarnos de las dependencias de lo pasajero y entrenarnos para ser más sensibles y misericordiosos”.
Jesús nos llama –subrayó el Santo Padre– a vivir la oración, la caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad, venciendo la hipocresía.
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