La puerta cierra un ámbito, es un límite; pero también permite el paso
si está abierta...
Por: Ramiro Pellitero | Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es
La puerta cierra un ámbito, es un límite; pero también permite el paso si está abierta. En su audiencia general del 18 de noviembre, Francisco ha explicado el significado de “la puerta de la Misericordia de Dios”. Esto se refiere a la Puerta Santa de la basílica de San Pedro en el Vaticano, que se abrirá durante el Año Jubilar, para invitarnos a la conversión personal y también a la acogida y al perdón hacia los demás.
Por: Ramiro Pellitero | Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es
La puerta cierra un ámbito, es un límite; pero también permite el paso si está abierta. En su audiencia general del 18 de noviembre, Francisco ha explicado el significado de “la puerta de la Misericordia de Dios”. Esto se refiere a la Puerta Santa de la basílica de San Pedro en el Vaticano, que se abrirá durante el Año Jubilar, para invitarnos a la conversión personal y también a la acogida y al perdón hacia los demás.
Desde las antiguas religiones la puerta tiene un rico simbolismo. En las
religiones orientales y en Mesopotamia se mencionan puertas del cielo y del
mundo subterráneo. Los egipcios guardaban las puertas de los templos con
figuras de leones. Los romanos tenían incluso un dios guardián de las puertas,
que se representaba con dos caras, como significando un antes y un después:
Jano (de donde viene ianuarius, enero, y también ianua, puerta).
El paso por una puerta hacia el más allá se encuentra también en la
Biblia. Se dictaban sentencias por dentro de las puertas de la ciudad. Las
puertas simbolizan el poder del rey o la confianza en él y derivadamente en
Dios. La puerta puede significar el límite, que Dios ha impuesto, por ejemplo,
al mar o a la vida, y que Él mismo puede hacer saltar.
En el Nuevo Testamento se desarrolla el sentido de la puerta como acceso
a la felicidad eterna. “Esforzaos para entrar por la puerta angosta” (Lc 13,
24), exhorta Jesús, no vaya a ser que el dueño de la casa entre y cierre la
puerta, y aunque la golpeéis, él no os reconocerá. La puerta es símbolo de la
salvación, como se lee en la parábola de las vírgenes prudentes y las necias
(cf. Mt 25, 1-12). Por eso se las representa a veces en las puertas de las
iglesias, donde puede aparecer también una escena del juicio final.
Señala el Papa Francisco que la Iglesia entera, las “iglesias” o los
templos, y todas las instituciones eclesiales y comunidades cristianas, deben mantener
siempre sus puertas abiertas para facilitar el encuentro con Dios. “El Señor –observa– no fuerza nunca la puerta:
también Él pide permiso para entrar, pide permiso, no fuerza la puerta”.
Así lo dice en el libro del Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo –imaginemos al Señor que
llama a la puerta de nuestro corazón–. Si alguien oye mi voz y me abre, entraré
en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Y hacia el final del mismo libro
se profetiza sobre la futura Ciudad de Dios: “Sus
puertas no se cerrarán durante el día”, es decir, para siempre, porque “no existirá la noche en ella” (21, 25).
La vida contemporánea –continúa apuntando el
Papa– ha traído la necesidad de cerrar, o incluso blindar muchas puertas. Pero
no sería bueno extender eso a toda nuestra vida, en la familia y en la ciudad,
en la sociedad y en la Iglesia: “Una Iglesia que no es hospital, así como una
familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y marchita al mundo. ¡Nada
de puertas blindadas en la Iglesia, nada, todo abierto!
Profundiza
Francisco en el simbolismo antropológico de la puerta.
“La puerta debe custodiar, cierto, pero no rechazar. La
puerta no debe ser forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad
resplandece en la libertad de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la
invasión. La puerta se abre frecuentemente, para ver si afuera hay alguien que
espera, y tal vez no tiene la valentía, o ni siquiera la fuerza de tocar”.
Y mirando nuestra situación actual, la de los
cristianos y de la Iglesia, exclama: “¡Cuánta gente
ha perdido la confianza, no tiene la valentía de llamar a la puerta de nuestro
corazón cristiano, las puertas de nuestras iglesias, que están ahí! No tienen
la valentía, les hemos quitado la confianza”.
El Papa desea llevar el significado de la puerta
hasta su mismo centro: la persona de Jesús: “Él nos
ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro nacimiento
y de nuestra muerte. Él mismo ha afirmado: ‘Yo soy la puerta. El que entra por
mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento’ (Jn 10, 9)”.
Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir.
¡Porque el rebaño de Dios es un amparo, no una prisión! La casa de Dios es un amparo, no es una prisión”. Los ladrones
tratan de evitar la puerta, a causa de sus malas intenciones. En cambio Jesús
es la puerta y su voz nos es familiar. Con él estamos salvados, podemos entrar
y salir sin peligro.
Aprovecha Francisco para agradecer el trabajo de
los que guardan las puertas en las iglesias y en otras instituciones
eclesiales, porque son capaces, por su prudencia y amabilidad, con su sonrisa,
de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida. En efecto, ellos están para
facilitar que se abra la “puerta de la fe” (Hch
14, 27) en el camino de la salvación; para que puedan recibir el anuncio del
Evangelio, como puerta de la palabra o de la predicación (cf. Col 4, 3).
El guardián de las ovejas es también la Iglesia
en su conjunto, en cada lugar y en cada momento, que abre y hace entrar a todas
las ovejas que el Pastor trae, todas, incluso aquellas perdidas en el bosque,
que el buen Pastor ha ido a buscarlas. Él guardián no las elige, son todas
invitadas y elegidas por el Señor.
Y
también la puerta está en las familias.
“La Sagrada Familia de Nazaret
sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un
hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro”. Por eso
invita a que “las familias cristianas hagan del
umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de
la acogida de Dios”.
“Es así –concluye el Papa–
como la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la
custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la
puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa”.
Todo ello, y el hecho mismo de que el Papa
abrirá la Puerta Santa y con ella el Año de la Misericordia, evoca que el Señor
le dio a Pedro las llaves del Reino de los cielos: el mayor poder, que es el
servicio del guardián sobre la puerta (cf. Mt 16, 19).
La puerta del templo que vio Ezequiel, al
oriente, estaba cerrada (cf. Ez 44, 1-3). San Ambrosio dice que representa a
María, porque por ella entró Cristo, sol de justicia (cf. De Virg. VII).
También con referencia a María señala Newman que
María es puerta del cielo, porque por ella pasó el Señor del
cielo a la tierra. El papel de María no fue simplemente el de un instrumento
pasivo. Ella dijo que sí, con plena advertencia de su mente y consentimiento de
su corazón, al Amor que le pedía ser Madre de Dios. Asumió el más alto de los
dones junto con el más difícil de los deberes, como se manifestó al pie de la
Cruz. “Fue por su consentimiento como se convirtió
en la Puerta del Cielo” (John H. Newman, Meditations on the Litany of
Loretto, II, 4: Janua coeli).
La Puerta Santa que se abrirá en el Vaticano
evoca, pues, la puerta de la gran Misericordia de Dios. Y también la puerta de
nuestro corazón, que ha de abrirse para recibir a todos, de nuevo con palabras
del Papa, “tanto para recibir el perdón de Dios
como para dar nuestro perdón y acoger a todos los que llaman a nuestra
puerta".
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