miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL ANACORETA Y EL HOMBRE DESORIENTADO


El vecino del Anacoreta llamó a su puerta. Muchas veces lo hacía para pedir sal o un detergente o algo que había olvidado comprar y que no encontraría a aquellas horas de la noche. Pero esta vez dijo que quería hablar. El anciano lo hizo pasar y lo acomodó en su despacho.


- Cada vez me veo más desorientado. La sociedad ha perdido sus valores. La Iglesia, con sus luchas intestinas, me decepciona. Me siento como un extranjero en este mundo.

El Anacoreta guardó silencio unos instantes, Luego tomó un libro que tenía sobre la mesa y empezó a buscar algo en él. El hombre pudo ver la portada: "A la espera de Dios". Su autor: Simone Weil. El anciano sonrió y respiró aliviado cuando encontró lo que buscaba.

- Escucha lo que dice este libro, que precisamente hoy estaba releyendo: "En este mundo nos sentimos extranjeros, desarraigados, exiliados. Como Ulises, al que unos marineros cambiaron de lugar mientras dormía, y se despertó en un lugar desconocido anhelando Itaca, con un anhelo que le desgarraba el alma. De pronto, Atenea le abrió los ojos y se dio cuenta de que ya estaba en Itaca. De la misma manera, todo hombre que desea incansablemente su patria, que no se distrae de su destino ni por Calipso ni por las sirenas, se da cuenta un día de que ya está en su patria."

Volvió a guardar silencio, y luego concluyó:

-Primero debemos tener clara cuál es nuestra patria. Y nuestra patria es Dios. De Él venimos y a Él regresamos. Es nuestra Itaca. Luego debemos evitar todo aquello que nos distraiga de nuestro camino. La falsa felicidad de Calipso, los cantos de sirena...Sólo así descubriremos un día, que ya estamos en nuestra patria. Que estamos en Dios y Dios está en nosotros.

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