Dios
te prolonga la vida para que repares el tiempo perdido.
Procura, hijo mío nos dice el
Espíritu Santo, emplear
bien el tiempo, que es la más preciada cosa, riquísimo don que Dios concede al
hombre mortal. Hasta los gentiles conocieron cuánto es su valor.
«¡Oh, cuan loco fui!...
¡Oh tiempo perdido en que pude santificarme!... Mas no lo hice, y ahora ya no es tiempo...» ¿Y de qué servirán tales suspiros y lamentos cuando el vivir se acaba y la lámpara se va extinguiendo, y el moribundo se ve próximo al solemne instante de que depende la eternidad?
¡Ah, Jesús mío! Toda vuestra vida empleasteis en salvar mi alma; ni un
solo momento dejasteis de ofreceros por mí al Eterno Padre para alcanzarme
perdón y salvación... Séneca decía que nada puede
equivaler al precio del tiempo. Y con mayor estimación le apreciaron los
Santos.
San Bernardino de Sena afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna.
San Bernardino de Sena afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna.
Tesoro es el tiempo que sólo en esta vida se halla, más no en la otra, ni el Cielo, ni en el infierno. Así es el grito de los condenados
«¡Oh, si tuviésemos una hora!...» A toda
costa querrían una hora para remediar su ruina; pero esta hora jamás les será
dada.
En el Cielo no hay llanto; mas si los bienaventurados
pudieran sufrir, llorarían el tiempo perdido en la vida mortal, que podría
haberles servido para alcanzar más alto grado de gloria; pero ya pasó la época
de merecer.
Una
religiosa benedictina, difunta, se apareció radiante en gloria a
una persona y le reveló que gozaba plena felicidad; pero que si algo hubiera
podido desear, sería solamente volver al mundo y padecer más en él para
alcanzar mayores méritos; y
añadió que con gusto hubiera sufrido hasta el día del juicio la
dolorosa enfermedad que la llevó a la muerte, con tal de conseguir la gloria
que corresponde al mérito de una sola Avemaría.
¿Y tú, hermano mío, en qué gastas el tiempo?...
¿Por qué lo que puedes hacer hoy
lo difieres siempre hasta mañana? Piensa que el tiempo pasado desapareció y no
es ya tuyo; que el futuro no depende de ti.
Sólo el tiempo presente tienes para obrar...
Sólo el tiempo presente tienes para obrar...
«¡Oh infeliz!, advierte San Bernardo, ¿por qué
presumes de lo venidero, como si el Padre hubiese puesto el tiempo en tu
poder?» Y San Agustín dice: «¿Cómo puedes prometerte el día de mañana, si no
sabes si tendrás una hora de vida?» Así, con razón, decía Santa Teresa: «Si no te hayas preparado para morir, teme tener una mala
muerte...»
Gracias os doy, Dios mío, por el tiempo que me concedéis para remediar los
desórdenes de mi vida pasada. Si en
este momento me enviarais la muerte, una de mis mayores penas sería el pensar
en el tiempo perdido...
¡Ah,
Señor mío, me disteis el tiempo para amaros, y le he
invertido en ofenderos!... Merecí que me enviarais al infierno desde el primer
momento en que me aparté de Vos; pero me habéis llamado a penitencia y me
habéis perdonado.
Prometí no ofenderos más, ¡y cuántas veces he vuelto a injuriaros y Vos a perdonarme!... ¡Bendita sea eternamente vuestra misericordia! Si no fuera infinita, ¿cómo hubiera podido sufrirme así? ¿Quién pudiera haber tenido conmigo la paciencia que Vos tenéis?...
Prometí no ofenderos más, ¡y cuántas veces he vuelto a injuriaros y Vos a perdonarme!... ¡Bendita sea eternamente vuestra misericordia! Si no fuera infinita, ¿cómo hubiera podido sufrirme así? ¿Quién pudiera haber tenido conmigo la paciencia que Vos tenéis?...
¡Cuánto
me pesa haber ofendido a un Dios tan bueno!...
Carísimo Salvador mío, aunque sólo fuera por la paciencia que habéis tenido para conmigo, debería yo estar enamorado de Vos. No permitáis nuevas ingratitudes mías al amor que me habéis demostrado.
Desasidme de todo y atraedme a vuestro amor...
Carísimo Salvador mío, aunque sólo fuera por la paciencia que habéis tenido para conmigo, debería yo estar enamorado de Vos. No permitáis nuevas ingratitudes mías al amor que me habéis demostrado.
Desasidme de todo y atraedme a vuestro amor...
No, Dios mío; no quiero perder más el tiempo que me
dais para remediar el mal que hice, sino emplearle todo él en amaros y
serviros.
Os amo, Bondad infinita, y espero amaros eternamente.
Os amo, Bondad infinita, y espero amaros eternamente.
Gracias
mil os doy, Virgen María, que habéis sido mi abogada para
alcanzarme este tiempo de vida. Auxiliadme ahora y, haced que le invierta por
completo en amar a Vuestro Hijo, mi Redentor, y a Vos, Reina y Madre mía.
Nada hay más precioso que el
tiempo, ni hay cosa menos estimada ni más despreciada por los mundanos. De ello
se lamentaba San Bernardo y añadía: «Pasan
los días de salud, y nadie piensa que esos días desaparecen y no vuelven
jamás.»
Ved aquel jugador que pierde días y noches en el juego. Preguntadle qué hace, y os responderá: «Pasando el tiempo.» Ved aquel desocupado que se entretiene en la calle, quizá muchas horas, mirando a los que pasan, o hablando obscenamente o de cosas inútiles. Si le preguntan qué está haciendo, os dirá que no hace más que pasar el tiempo. ¡Pobres ciegos, que pierden tantos días, días que nunca volverán!
Ved aquel jugador que pierde días y noches en el juego. Preguntadle qué hace, y os responderá: «Pasando el tiempo.» Ved aquel desocupado que se entretiene en la calle, quizá muchas horas, mirando a los que pasan, o hablando obscenamente o de cosas inútiles. Si le preguntan qué está haciendo, os dirá que no hace más que pasar el tiempo. ¡Pobres ciegos, que pierden tantos días, días que nunca volverán!
¡Oh
tiempo despreciado!, tú serás lo que más deseen los
mundanos en el trance de la muerte... Querrán otro año, otro mes, otro día más; pero no les será dado, y oirán
decir que ya no habrá más tiempo (Ap., 10, 6).
¡Cuánto no daría cualquiera de ellos
para alcanzar una semana, un día de vida, y poder mejor ajustar las cuentas
del alma!... «Sólo por una hora más—dice San Lorenza Justiniano darían todos
sus bienes.» Pero no obtendrán esa hora de tregua... Pronto dirá el sacerdote
que los asista: «Apresúrate
a salir de este mundo; ya no hay más tiempo para ti»
Por eso nos exhorta el profeta
(Ecl., 12, 1-2) a que nos acordemos de Dios y procuremos su gracia antes que se
nos acabe la luz... ¡ Qué angustia no
sentirá un viajero al advertir que perdió su camino cuando, por ser ya de
noche, no sea posible poner remedio!...
Pues tal
será la pena, al morir, de quien haya vivido largos años
sin emplearlos en servir a Dios. Vendrá la noche cuando nadie podrá ya
operar (Jn., 9,4).
Entonces la muerte será para él tiempo de noche, en que nada podrá hacer. «Clamó contra mí el tiempo» (Lm., 1, 15).
Entonces la muerte será para él tiempo de noche, en que nada podrá hacer. «Clamó contra mí el tiempo» (Lm., 1, 15).
La
conciencia le recordará cuánto tiempo tuvo, y cómo
le gastó en daño del alma; cuántas gracias recibió de Dios para santificarse, y
no quiso aprovecharse de ellas; y además verá cerrada la senda para hacer el
bien.
Por eso dirá gimiendo: «¡Oh, cuan loco fui!...
¡Oh tiempo perdido en que pude santificarme!... Mas no lo hice, y ahora ya no es tiempo...» ¿Y de qué servirán tales suspiros y lamentos cuando el vivir se acaba y la lámpara se va extinguiendo, y el moribundo se ve próximo al solemne instante de que depende la eternidad?
¡Oh tiempo perdido en que pude santificarme!... Mas no lo hice, y ahora ya no es tiempo...» ¿Y de qué servirán tales suspiros y lamentos cuando el vivir se acaba y la lámpara se va extinguiendo, y el moribundo se ve próximo al solemne instante de que depende la eternidad?
¡Ah, Jesús mío! Toda
vuestra vida empleasteis en salvar mi alma; ni un solo momento dejasteis de
ofreceros por mí al Eterno Padre para alcanzarme perdón y salvación...
Y yo, al cabo de tantos
años de vida en el mundo, ¿cuántos he empleado en serviros? ¡Todos los recuerdos de mis actos me
traen remordimientos de conciencia! El mal fué mucho. El bien, poquísimo y
lleno de imperfecciones, de tibieza, amor propio y distracción.
¡Ah, Redentor mío, he sido así porque olvidé lo que por mí hicisteis! Os olvidé, Señor, pero Vos no me olvidasteis, sino que vinisteis a buscarme y me ofrecisteis vuestro amor repetidas veces, mientras yo huía de Vos.
¡Ah, Redentor mío, he sido así porque olvidé lo que por mí hicisteis! Os olvidé, Señor, pero Vos no me olvidasteis, sino que vinisteis a buscarme y me ofrecisteis vuestro amor repetidas veces, mientras yo huía de Vos.
Aquí estoy, ¡oh buen Jesús!, no quiero
resistir más, ni pensar que me abandonaréis. Duéleme, ¡oh Soberano Bien!, de
haberme separado de Vos por el pecado. Os amo, Bondad infinita, digna de
infinito amor. No permitáis que vuelva a perder el tiempo que vuestra
misericordia me concede.
Acordaos; siempre, amado Salvador mío, del amor que me tenéis y de los dolores que por mi padecisteis.
Acordaos; siempre, amado Salvador mío, del amor que me tenéis y de los dolores que por mi padecisteis.
Haced que
de todo me olvide en esta vida que me queda, excepto de pensar sólo en amaros y
complaceros.
Os amo, Jesús mío, mi amor y mi todo. Y os prometo hacer frecuentísimos actos de amor. Concededme la santa perseverancia, como espero confiadamente, por los merecimientos de vuestra preciosa Sangre...
Os amo, Jesús mío, mi amor y mi todo. Y os prometo hacer frecuentísimos actos de amor. Concededme la santa perseverancia, como espero confiadamente, por los merecimientos de vuestra preciosa Sangre...
Y en vuestra intercesión confío, ¡oh María, mi querida Madre!
Preciso es que caminemos por la vía del Señor mientras tenemos vida y
luz (Jn., 12, 35), porque ésta luego se pierde en la muerte. Entonces no será ya tiempo de
prepararse, sino de estar preparado (Lc., 12, 40). En la muerte nada se puede
hacer: lo hecho, hecho está...
¡Oh Dios!
¡Si alguno supiese que en breve se había de fallar
la causa de su vida o muerte, o de su hacienda toda, con cuanta diligencia
buscaría un buen abogado, procuraría que los jueces conociesen bien las razones
le asistieran, y trataría de allegar medios de obtener sentencia favorable!...
Y nosotros, ¿qué hacemos?
Nos consta con incertidumbre que muy en breve, en el momento menos pensado, se ha de fallar la causa del mayor negocio que tenemos, es, a saber, del negocio de nuestra salvación eterna..., ¿y aún perdemos tiempo?
Y nosotros, ¿qué hacemos?
Nos consta con incertidumbre que muy en breve, en el momento menos pensado, se ha de fallar la causa del mayor negocio que tenemos, es, a saber, del negocio de nuestra salvación eterna..., ¿y aún perdemos tiempo?
Quizá diga alguno: «Yo soy joven ahora; más tarde me
convertiré a Dios.» Pues sabed me respondo que el Señor maldijo aquella higuera
que halló sin frutos, aunque no era tiempo de tenerlos, como lo hace notar el
Evangelio (Mr., 11, 13)
Con lo
cual Jesucristo quiso darnos a entender que el hombre en todo tiempo, hasta en el de la juventud, debe producir frutos de buenas obras; de
otro modo será maldito y no dará frutos en lo por venir.
Nunca jamás coma ya nadie de ti (Mr., 11, 14). Así dijo a aquel árbol el Redentor, y así maldice a quien Él llama y le resiste...
Nunca jamás coma ya nadie de ti (Mr., 11, 14). Así dijo a aquel árbol el Redentor, y así maldice a quien Él llama y le resiste...
¡Cosa
digna de admiración. Al demonio le parece breve el
tiempo de nuestra vida, y no pierde ocasión de tentarnos. Descendió el
diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo (Ap., 12,
12).
¡De suerte qué el enemigo no desaprovecha ni un
instante para perdernos, y nosotros no aprovechamos el tiempo para salvarnos !
Otro preguntará: «¿Qué mal hago yo?...»
¡Oh Dios mío! ¿Y no es ya un mal perder el tiempo en juegos o conversaciones inútiles, que de nada sirven a nuestra alma? ¿Acaso nos da Dios ese tiempo para que así le perdamos?
¡Oh Dios mío! ¿Y no es ya un mal perder el tiempo en juegos o conversaciones inútiles, que de nada sirven a nuestra alma? ¿Acaso nos da Dios ese tiempo para que así le perdamos?
No, dice
el Espíritu Santo; la partecita de un buen don no se
te pase (Ecl., 14, 14).
Aquellos operarios de que habla San Mateo no hacían cosa alguna mala; solamente perdían el tiempo, y por ello les reprendió el dueño de la viña: ¿Qué hacéis aquí todo el día ociosos? (Mt., 20, 6).
Aquellos operarios de que habla San Mateo no hacían cosa alguna mala; solamente perdían el tiempo, y por ello les reprendió el dueño de la viña: ¿Qué hacéis aquí todo el día ociosos? (Mt., 20, 6).
En el día del juicio, Jesucristo nos
pedirá cuenta de toda palabra ociosa. Todo tiempo que no se emplea por Dios es
tiempo perdido (6).
Y el Señor nos dice (Ecl., 9, 10): Cualquier cosa que pueda hacer tu mano, óbrala con instancia; porque ni obra, ni razón de sabiduría, ni ciencia, habrá en el sepulcro, adonde caminas aprisa.
Y el Señor nos dice (Ecl., 9, 10): Cualquier cosa que pueda hacer tu mano, óbrala con instancia; porque ni obra, ni razón de sabiduría, ni ciencia, habrá en el sepulcro, adonde caminas aprisa.
La
venerable Madre Sor Juana de la Santísima Trinidad, hija de Santa Teresa, decía
que en la vida de los Santos no hay día de mañana; que solamente la hay en la vida de los pecadores, pues siempre dicen:
«Luego, luego», y así llegan a la muerte. He aquí ahora el tiempo favorable.
(2 Cor., 6, 2).
Si hoy
oyereis su voz, no queráis endurecer vuestros corazones (Sal. 94, 8). Hoy Dios te llama para el bien; hazle hoy mismo, pues mañana quizá no
sea ya tiempo, o Dios no te llamará.
Y si, por
desgracia, en la vida pasada has empleado
el tiempo en ofender a Dios, procura llorarlo en el resto de tu vida mortal,
como se propuso el rey
Ezequías: Repasaré delante de ti todos mis años con
amargura de mi alma (Is.,
38, 15).
San Jerónimo dice de San Pablo, que, aunque era el
último de los Apóstoles, fue el primero en méritos por lo que hizo después de
su vocación.
Consideremos
siquiera que en cada instante podemos granjear mayor acopio de bienes eternos. Si nos concediesen tanto terreno como caminando en un día pudiéramos
rodear, o tanto dinero como alcanzásemos a contar en un día, ¡con cuánta prisa
procederíamos! Pues si podemos en un momento adquirir eternos tesoros, ¿por qué
hemos de malgastar el tiempo? Lo que hoy puedas hacer,
No digas que lo harás mañana, porque el día de hoy
le habrás perdido y no volverá más.
Cuando San Francisco de Borja oía
hablar de cosas mundanas, elevaba a Dios el corazón con santos afectos, de
suerte que si le preguntaban luego su sentir acerca de lo que se había dicho,
no sabía qué responder.
Reprendiéronle por ello, y contestó que antes prefería parecer hombre de rudo ingenio que perder el tiempo vanamente.
Reprendiéronle por ello, y contestó que antes prefería parecer hombre de rudo ingenio que perder el tiempo vanamente.
No, Dios
mío; no quiero perder el tiempo que me habéis concedido
por vuestra misericordia... He merecido verme en el infierno, gimiendo sin
esperanza.
Os doy, pues, fervorosas gracias por haberme conservado la vida. Deseo, en los días que me restan, vivir sólo para Vos.
Os doy, pues, fervorosas gracias por haberme conservado la vida. Deseo, en los días que me restan, vivir sólo para Vos.
Si
estuviese en el infierno, lloraría desesperado y sin
fruto. Ahora lloraré las ofensas que os hice, y llorándolas, sé de cierto que
me perdonaréis, como lo asegura el Profeta (Is., 30, 19).
En el
infierno me sería imposible amaros; ahora os
amo y espero que siempre os amaré. En el infierno jamás podría pedir vuestra
gracia; ahora oigo que decís: Pedid y recibiréis (Jn., 16, 24).
Y puesto que aún me hallo en tiempo útil para pediros gracias, dos voy a
demandaros: ¡oh Dios
mío!, concededme la perseverancia en
vuestro santo servicio, dadme vuestro amor, y luego haced de mí lo que
quisierais.
¡Virgen Santísima y Madre mía, alcanzadme la gracia
de que siempre me encomiende a Dios y le pida su santo amor y la perseverancia!
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DIOS
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