miércoles, 28 de octubre de 2015

LA OBEDIENCIA PERFECTA


‘¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que os digo?’ Lucas 6:46

INTRODUCCION

Hoy en día es un hecho que todas las iglesias y denominaciones profesan tener la verdad, al extremo que algunas se consideran los únicos en tener la verdad. Y, además, esto quieren reflejarlo incluso en sus Biblias, las cuales y en muchas ocasiones, tergiversan su contenido en beneficio de sus propios intereses, llevando con ello a sus adeptos por caminos incorrectos, manifestándoles y haciéndoles creer que su Biblia es la verdadera Palabra de Dios.

No son conscientes de la advertencia que Pablo de Tarso hizo a los gálatas cuando les dijo: “Como os tengo dicho, también ahora lo repito: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea maldito! Porque, ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:9-10).

Los que así actúan no consideran algo que es de suma importancia: que lo que realmente agrada a Dios no es tener la verdad, sino andar en la verdad; en la Verdad de Dios.

Quizás el inicio de este escrito pueda dar la impresión de que el mismo va a tratar sobre la verdad entendida por cada Iglesia, pero no es así. Sólo intenta demostrar que la obediencia perfecta no se alcanza con interpretaciones personales de la Palabra de Dios, sino que la obediencia perfecta radica en nuestra obediencia personal a Cristo, cumpliendo los Mandamientos de Dios y aplicando en nuestra vida personal las enseñanzas que Jesús nos dejó.

Para lograrlo, cada persona debe convertirse en fe a los mandatos divinos según el Evangelio, y aplicarlos efectivamente. Debemos seguir a Jesús y no a los hombres, por mucha verdad que manifiesten tener.

OBEDIENCIA Y DESOBEDIENCIA

“En efecto, así como por la desobediencia de un hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán constituidos justos” (Romanos 5:19)

Las Sagradas Escrituras nos hablan de la obediencia y la desobediencia desde las primeras páginas hasta las últimas. Con la desobediencia de Adán y Eva empieza la historia del pecado de la humanidad, y con la obediencia de María da inicio la historia de la salvación, que culmina y se consuma con la obediencia perfecta y filial de Jesús.

Podríamos decir que la desobediencia es el nombre propio de la incredulidad y del pecado, y la obediencia es sinónimo de fe y de caridad filial. Obedecer a Jesús es creer en El; obedecer al Padre es amarlo como hijos suyos que somos. Y todo ello nos conduce a la obediencia perfecta.

El propio Jesús nos dijo: “No todo el que me diga “Señor, Señor‟ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Todos los cristianos están de acuerdo en que el deber de aquellos que llevan el nombre de Cristo es honrarle y glorificarle en este mundo. Pero hay grandes diferencias de opinión con respecto a la manera de hacerlo y a lo que se requiere para conseguirlo. Muchos suponen que honrar y obedecer a Cristo simplemente significa unirse a alguna congregación religiosa y tomar parte en sus actividades. Otros piensan que honrar a Cristo consiste en hacer generosas contribuciones a la Iglesia. Pero hay pocos que se den cuenta de que Jesús es honrado sólo cuando vivimos santamente en El, y andando en sujeción a su voluntad. Esta es nuestra real obediencia.

La obediencia no es sólo la sujeción a la ley externa, sino rendir nuestra voluntad a la voluntad ajena. Así pues, la obediencia a Dios es el reconocimiento de su soberanía en lo más profundo e íntimo de nuestro corazón; reconocer su derecho a ordenar y nuestro deber de cumplir lo ordenado. Y esta obediencia que Dios requiere sólo puede proceder de un corazón que ama a Dios.

LA OBEDIENCIA Y LA PALABRA DE DIOS

Etimológicamente, la palabra obedecer viene del latín ‘ob audire’, la cual significa escuchar u oír atentamente. Y esta definición debemos aplicarla al leer o al escuchar la palabra de Dios: debemos oírla o leerla atentamente y, más aún, necesitamos comprenderla con toda claridad para poder aplicarla a nuestra forma de vivir, obedeciendo perfectamente cuantas instrucciones nos legó Jesús.

La obediencia perfecta es la base de nuestra vida espiritual, pues al comprender que no es otra cosa más que la perfecta sabiduría de Dios, comienzas a manifestar el poder de Dios en tu vida.

Dios nos ha dado su Palabra no sólo con el objetivo de instruirnos, sino con el propósito de dirigirnos y de hacernos conocer todo lo que El desea que hagamos, y a lo cual debemos aplicar nuestra obediencia perfecta. Lo primero que necesitamos para ello es un conocimiento claro de nuestro deber, y lo primero que Dios nos exige es una práctica concienzuda del mismo.

Sin embargo debemos ser conscientes del riesgo que corremos al exagerar, ya que por mucho que oigamos o leamos la Palabra de Dios, si no lo hacemos con fe sincera y con el ánimo de mejorar nuestro conocimiento de la misma, podemos llegar al punto acerca del cual nos advierte la propia Palabra: “Siempre están aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento de la verdad” (2ª. Timoteo 3:7).

Esta es, desafortunadamente, una de las características prominentes de algunas personas en la actualidad. La gente escucha a un predicador tras otro, asiste a cuantos congresos se organizan, lee libro tras libro sobre temas religiosos, pero nunca alcanza un conocimiento vital y práctico de la verdad. Muchos siguen al hombre en lugar de seguir a Jesús, ya sea por su oratoria, por lo bien que canta un coro o por la magistral interpretación de un tema musical.

Cuanto más oyen, más quieren oír; beben los sermones y los mensajes ávidamente, pero sus vidas no cambian. Están llenos de conocimiento, pero muy alejados de Dios. Esto es hidropesía espiritual, y multitudes sufren de esta enfermedad. La fe del elegido de Dios es el “pleno conocimiento de la verdad, que es conforme a la piedad” (Tito 1:1). Pero a esta fe, la vasta mayoría son totalmente extraños.

LA OBEDIENCIA PERFECTA ES IMPARCIAL

La obediencia parcial no es ninguna obediencia. Una mente santa renuncia a todo lo que Dios prohíbe, y escoge y practica todo lo que Dios requiere, sin excepción alguna. Si nuestra mente no se somete a Dios en todos sus Mandamientos, tampoco nos someteremos a su autoridad en lo que Él nos ordena.

La verdadera obediencia perfecta es imparcial. Un corazón renovado no escoge entre los Mandamientos de Dios, ya que si lo hace no ejecuta la voluntad de Dios, sino la suya propia. Si no deseamos sinceramente agradar a Dios en todas las cosas, no queremos agradarle verdaderamente en ninguna.

Jesús dijo: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14). Pero también advirtió: “Y a esos enemigos míos, que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí” (Lucas 19:27). A la vista de estas palabras no hay otra alternativa: obedecemos o desobedecemos; somos sus amigos o somos sus enemigos.

CONCLUSION

Por medio de la obediencia perfecta obtenemos manifestaciones que sólo de Dios pueden provenir.

- “Habéis purificado vuestras almas obedeciendo a la verdad” (1ª. Pedro 1:22).

- “Y lo que le pidamos obtendremos de Él, porque guardamos sus Mandamientos y hacemos lo que le agrada” (1ª. Juan 3:22).

- “Pues el amor a Dios consiste en guardar sus Mandamientos” (1ª. Juan 5:3).

La mayoría de las veces la obediencia está en manos de nuestra propia libertad de entendimiento y de nuestra voluntad. Pero si queremos obedecer con perfección, debemos aprovechar la prerrogativa de la voluntad para inclinar la balanza del lado del bien.

La libertad es la facultad esencial del hombre para practicar la obediencia perfecta y total a Dios y a sus mandatos. Es nuestro deber y obligación como cristianos que decimos ser.

Agustín Fabra

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