Recientemente el Obispo de la Diócesis de Oruro,
Bolivia, Monseñor Cristóbal Bialasik, en su habitual celebración dominical del
Santo Sacrificio de la Misa, este pasado domingo 16 de agosto, ha expresado que
en la Iglesia diocesana a él confiada no se continuará administrando el Cuerpo
del Señor -la Hostia Consagrada- en la mano a los fieles (es decir a quienes no
somos sacerdotes).
El Prelado con justa razón
desautoriza la administración de la Eucaristía de esa forma, ya que él mismo
señaló, que se ha notado últimamente que hay personas que no consumen la
Sagrada Forma al momento de recibirla, y se la quieren llevar fuera del templo
con fines desconocidos.
Los sacerdotes celosos, de antaño, querían tener la seguridad de que
quien recibiera la Hostia, fuera un feligrés conocido, a fin de evitar
irreverencias, ya que habían judíos y miembros de otros grupos e ideologías que
concurrían a las Misas para recibir el Cuerpo de Jesús, para luego profanarlo,
arrojándolo al piso, escupiéndolo y pisoteándolo.
Como nos lo recuerda Mons.
Athanasius Schneider, la práctica que hoy conocemos de la comunión en la mano
nació en el siglo XVII entre los calvinistas, que no creían en la presencia
real de Jesucristo en la Eucaristía. “Ni Lutero lo habría hecho”, dijo el
obispo: “De hecho, hasta hace relativamente poco los luteranos comulgaban de
rodillas y en la boca, y todavía hoy algunos lo hacen así en los países
escandinavos”.
Santo Tomás de Aquino, en su gran Summa Teológica,
así lo confirma y explica:
«La administración del Cuerpo de Cristo corresponde
al sacerdote por tres razones.
«Primera, porque él consagra en la persona de
Cristo. Pero como Cristo consagró Su Cuerpo en la (Ultima) Cena, así también Él
lo dio a otros para ser compartido con ellos. En consecuencia, como la
consagración del Cuerpo de Cristo corresponde al sacerdote, igualmente su
distribución corresponde a él.
«Segunda, porque el sacerdote es el intermediario
designado entre Dios y el pueblo, por lo tanto corresponde a él ofrecer los
dones del pueblo a Dios. Así, corresponde a él distribuir al pueblo los dones
consagrados.
«Tercera, porque por reverencia a este Sacramento,
nada lo toca sino lo que está consagrado, ya que el corporal y el cáliz están
consagrados, e igualmente las manos del sacerdote para tocar este Sacramento.
Por lo tanto, no es lícito para nadie más tocarlo, excepto por necesidad, por
ejemplo si hubiera caído en tierra o también el algún otro caso de urgencia».1
A causa de la pérdida del
sentido de pecado, advertida por el Papa Pío XII, hoy en día muchos fieles han
perdido la fe en la Eucaristía, en la que Jesús se hace presente con su Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, así, de la manera en que los comulgantes reciben la
Santa Comunión y asisten a la Misa, se ve claramente cuál es el grado de fe en
la Presencia Verdadera.
Las profanaciones más graves
se dan por la administración o recepción de los Sacramentos, o en el caso de la
Santa Eucaristía, por la celebración indigna, es decir en pecado mortal, de ahí
que la irreverencia deliberada y notable hacia la
Santísima Eucaristía es el peor de los sacrilegios.
Recuerdo muy bien, un domingo
en Chile, cuando con un colaborador apostólico visitábamos una parroquia rural.
Ya en el pueblo, asistimos a la Misa. El párroco -un buen y santo sacerdote-
tenía una visible invalidez que ciertamente no le permitía desplazarse. Llegado
el momento de la comunión, la religiosa que actuaba de ministra de la comunión
sostenía en una mano el copón, mientras que a su vez partía las sagradas formas
para administrarlas. En acercarnos a recibir el Cuerpo del Señor, se veía que
ésta, partía las hostias, y al hacerlo se veían caer al piso fragmentos no tan
pequeños, hecho del cual la religiosa parecía no percatarse. Terminada la Santa
Misa, los dos foráneos, sin habernos puesto de acuerdo, rápidamente fuimos a
arrodillarnos ante los muchos fragmentos visibles esparcidos, y humedeciendo
los dedos los consumimos.
Por hechos similares
frecuentemente repetidos, en muchos países han surgido grupos de laicos cuya única responsabilidad
es la de recoger fragmentos de las Hostias Consagradas que se han caído después
de dar la comunión en la mano. 2
Sería largo mencionar todas
las profanaciones en contra de Jesús Eucaristía, pero apuntemos las siguientes:
Recibir la Comunión con
pecados graves en el alma, sin haberse confesado antes con un sacerdote.
Delante de Jesús Eucarístico
se toma la postura de estar de pie y sentado.
Después de la Comunión
eucarística pocos se quedan en íntima adoración con Jesús y casi todos salen
inmediatamente terminada la Santa Misa.
Durante la comunión y después
los fieles se quedan sentados, y muchas veces conversando.
Los cánticos, la manera de
vestir, de hablar y el comportamiento general de la gente, no se diferencia en
mucho, de lo que ocurre en otro tipo de reuniones.
Los cánticos y los instrumentos
que se usan, el golpear las manos, dan a la Misa, un sentido de carnaval más
que el de una función religiosa.
El olvido de Jesús presente en
el Sagrario por parte de los fieles y de incluso muchos consagrados es casi
total.
El Príncipe de la Teología
afirma: «La Comunión la reciben los
buenos y los malos pero con suerte muy desigual: de vida o muerte. Es muerte
para los que la reciben sacrílegamente, es vida para los que dignamente la
reciban».3
Germán
Mazuelo-Leytón
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