El testimonio de un íntimo amigo del Padre Pío.
Fray Daniele pensaba que después de morir
pasaría un tiempo en el Purgatorio, pero el Señor le llevó allí en vida para
hacerle reflexionar, y luego su vida cambió en su regreso.
Esta
es lo que ahora se llama una experiencia cercana a la muerte, donde la persona
muere, es llevada al cielo, se le muestran los pecados y regresa a la vida
profundamente cambiada. Sólo que Fray Daniele regresa a la tierra con el
propósito de hacer su Purgatorio en la Tierra.
Una cosa es pensar, pero otra es sentir en su propio ser los
padecimientos, las penas del Purgatorio. Después de que en su cuerpo sintió el
gran rigor de las penas del Purgatorio, y cuando volvió en sí, determinó servir
de un modo más perfecto a Dios y pasar su Purgatorio en vida.
La experiencia de Fray Daniele, compañero inseparable del P. Pío, nos
hace saber que un momento en el Purgatorio es mucho tiempo; una hora en el
Purgatorio parece una eternidad. El relato está tomado del libro “Omagio a Fray
Daniele”.
EL TUMOR Y LA INTERVENCIÓN DEL PADRE PÍO
Este es el relato de Fray Daniele.
Inmediatamente después de la guerra, me encontraba en San Giovanni
Rotondo, mi pueblo nativo, en el mismo convento del P. Pío. Un poco tiempo
después comencé con algunos dolores en el aparato digestivo y me fui a una
consulta médica, y el médico me diagnosticó un mal incurable: un tumor.
Pensando ya en la muerte, fui a referírselo todo al Padre Pío, el que
-después de haberme escuchado- bruscamente me dijo:
“OPÉRATE.”
Permanecí confuso y reaccionando le dije:
“PADRE, NO ME VALE LA PENA. EL MÉDICO NO ME HA DADO NINGUNA ESPERANZA.
AHORA SÉ QUE DEBO MORIR.”
“NO IMPORTA LO QUE TE HA DICHO EL MÉDICO: OPÉRATE, PERO EN ROMA EN TAL
CLÍNICA Y CON TAL PROFESOR.”
El P. me dijo esto con tal fuerza y con tanta seguridad que le contesté:
“SI PADRE, LO HARÉ”.
Entonces él me miró con dulzura y, conmovido, añadió:
“NO TEMAS, YO ESTARÉ SIEMPRE CONTIGO”.
LA OPERACIÓN
A la mañana siguiente salí ya en viaje para Roma, y estando sentado en
el tren. Advertí al lado mío una presencia misteriosa: era el Padre Pío que
mantenía la promesa de estar conmigo.
Cuando llegué a Roma supe que la clínica era “Regina Elena”, y que el profesor
se llamaba Ricardo Moretti. Hacia el atardecer ingresé en la clínica. Parecía
que todos me esperaban, como si alguno hubiera anunciado mi llegada, y me
acogieron inmediatamente.
A las 7 de la mañana estaba ya en la sala de operaciones. Me prepararon
la intervención. A pesar de la anestesia, permanecí despierto y me encomendé al
Señor con las mismas palabras que Él dirigía al Padre antes de morir:
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”.
Comenzaron los médicos la intervención y yo sentía todo lo que decían.
Sufría dolores atroces, pero no me lamentaba, al contrario, estaba contento de
soportar tanto dolor que ofrecía a Jesús, ya que aquellos todos sufrimientos
purificaban mi alma de mis pecados. Un rato después me adormecí.
JUICIO Y CONDENA AL PURGATORIO
Cuando recobré la conciencia me dijeron que había estado tres días en
coma antes de morir. Me presenté delante del Trono de Dios. Veía a Dios pero no
como juez severo, sino como Padre afectuoso y lleno de amor. Entonces comprendí
que el Señor había hecho todo por amor hacia mí desde el primero al último
instante de mi vida, amándome como si fuera la única criatura existente sobre
la tierra.
No obstante me di cuenta también de que no solamente no había cambiado
este inmenso amor divino, sino que lo había descuidado totalmente.
Fui condenado a dos / tres horas de Purgatorio
¿Pero cómo? -me pregunté- ¿Solamente dos / tres horas? Y después podré
quedarme siempre próximo a Dios eterno amor? Di un salto de alegría y me sentía
como hijo predilecto. La visión desapareció y me volví a encontrar en el
Purgatorio.
Las dos / tres horas de Purgatorio fueron dadas sobre todo por haber
faltado al voto de pobreza, es decir, por haber conservado para mí unas pocas
liras para mí.
Con frecuencia me iba con la mochila en la espalda a pedir limosnas de
puerta en puerta. Hacía la compra todos los días para el convento. Todos me
conocían y me querían bien. Siempre que compraba alguna cosa me hacían
descuentos, y aquellas pocas liras que recogía, en vez de entregárselas al superior,
las conservaba para la correspondencia, para mis pequeñas necesidades y también
para ayudar a los militares que llamaban a la puerta del convento.
LAS TRES HORAS EN EL PURGATORIO
Eran unos dolores terribles que no sabía de dónde venían, pero se sentía
intensamente. Los sentidos con los cuales se había ofendido más a Dios en este
mundo: los ojos, la lengua… experimentaba mayor dolor y era una cosa increíble
porque allí abajo, en el Purgatorio, uno se siente como si tuviese cuerpo y
conoce / reconoce a los demás como sucede en el mundo.
Mientras tanto, que no había pasado más que unos instantes con aquellas
penas, me parecía ya que fuera una eternidad. Lo que más hace sufrir en el
Purgatorio no es tanto el fuego -también muy intenso- sino aquel sentirse lejos
de Dios -y lo que más aflige es haber tenido todos los medios a disposición
para la salvación y no haber sabido aprovecharse de ellos.
Fue entonces cuando pensé ir a un hermano de mi convento para pedirle
que rezara por mí que estaba en el Purgatorio. Aquel hermano quedó maravillado
porque sentía mi voz pero no me veía y me preguntó:
“¿DÓNDE ESTÁS, PORQUE NO TE VEO?”
Yo insistía y, viendo que no tenía otro medio para llegar a él, porque
mis brazos se cruzaban pero no llegaba. Sólo entonces me di cuenta que estaba
sin cuerpo. Me contenté con insistirle para que rezase mucho por mí y me fuera
del Purgatorio.
¿Pero cómo? -me decía a mí mismo- ¿no debería estar solo dos / tres
horas en el Purgatorio? Y han transcurrido ya trescientos años? Por lo menos así
me parecía. De repente se me aparece la Bienaventurada Virgen María y le pedí
insistentemente, le supliqué, diciéndole:
“¡OH SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, CONSÍGUEME DEL SEÑOR LA
GRACIA DE VOLVER A LA TIERRA PARA VIVIR Y TRABAJAR SOLAMENTE POR AMOR DE DIOS!”.
Acudí también ante el P. Pío e igualmente le supliqué:
“POR TUS ATROCES DOLORES, POR TUS BENDITAS LLAGAS, PADRE PÍO, RUEGA POR
MÍ A DIOS PARA QUE ME LIBERE DE ESTAS LLAMAS Y ME CONCEDA CONTINUAR EL
PURGATORIO EN LA TIERRA”.
Después no vi nada más, pero me di cuenta de que el Padre hablaba a la
Virgen. Unos instantes después se me apareció nuevamente la Bienaventurada
Virgen María: era Santa María de las Gracias, pero venía sin el Niño Jesús,
inclinó la cabeza y me sonrió. En aquel mismo momento volví a tomar posesión de
mi cuerpo, abrí los ojos y extendí los brazos. Después, con un movimiento
brusco, me liberó de la sabana que me cubría. Estaba contento, había recibido
la gracia. La Santísima Virgen me había escuchado.
SU VUELTA A LA VIDA EN LA TIERRA
Inmediatamente después los que me velaban y rezaban, asustadísimos, se
precipitaron fuera de la sala a buscar enfermeros y doctores. En pocos minutos
la clínica estaba abarrotada de gente. Todos creían que yo era un fantasma y
decidieron cerrar bien las puertas y desaparecer, por cierto temor a los
espíritus.
A la mañana siguiente me levanté muy pronto y me senté en una butaca. A
pesar de que la puerta estaba cuidadosamente vigilada, algunos lograron entrar
y me pidieron les explicara lo que me había sucedido. Para tranquilizarles, les
dije que estaba llegando el médico de guardia, al cual tenía que decir lo que
me había pasado. Corrientemente los médicos no llegaban antes de las diez, pero
aquella mañana todavía no eran las siete y dije a los presentes:
“MIRAD; EL MÉDICO ESTÁ LLEGANDO; AHORA ESTÁ APARCANDO EL COCHE EN TAL
PUESTO”.
Pero nadie me creía. Y yo continuaba diciéndole:
“AHORA ESTÁ ATRAVESANDO LA CARRETERA, LLEVA LA CHAQUETA SOBRE EL BRAZO Y
SE PASA LA MANO POR LA CABEZA COMO SI ESTUVIERA PREOCUPADO, NO SÉ QUÉ TENDRÁ”…
Pero nadie daba crédito a mis palabras. Entonces dije:
“PARA QUE ME CREÁIS QUE NO OS MIENTO, OS CONFIRMO QUE AHORA EL MÉDICO
ESTÁ SUBIENDO EN EL ASCENSOR Y ESTÁ PARA LLAMAR A LA PUERTA”.
Apenas había terminado de hablar, se abre la puerta y entró el médico
quedando maravillados todos los presentes. Con lágrimas en los ojos, el doctor
dijo:
“SÍ, AHORA CREO EN DIOS, CREO EN LA IGLESIA Y CREO EN EL PADRE PÍO…”.
Aquel médico que primero no creía o cuya fe era como agua de rosas,
confesó que aquella noche no había logrado cerrar los ojos pensando en mi
muerte, que él había comprobado, sin dar más explicaciones. Dijo que a pesar
del certificado de muerte que había escrito, había vuelto para cerciorarse qué
era lo que había sucedido aquella noche que tantas pesadillas le había
ocasionado, porque aquel muerto (que era yo) no era un muerto como los demás y
que, efectivamente, no se había equivocado.
DECIDIÓ VIVIR EL PURGATORIO EN LA TIERRA
Después de esta experiencia, Fray Daniele vivió verdaderamente el
Purgatorio en esta tierra, purificándose a través de enfermedades, sufrimientos
y dolores, conformándose siempre y en todo con la voluntad de Dios. Solamente
recuerdo algunas intervenciones que sufrió: de próstata, coliscititis,
aneurisma de la vena abdominal con relativa prótesis; otra intervención después
de un accidente callejero cerca de Bolonia, prescindiendo ya de otros dolores
no sólo físicos, sino también morales.
A la hermana Felicetta, que le preguntó cómo se sentía de salud, Fray
Daniele le confió:
“Hermana mía, hace más de 40 años que no recuerdo que significa estar
bien”.
Fray Daniele falleció el 6 de julio de 1994. Mientras colocaban
convenientemente sus restos mortales en la capilla de la Enfermería del
Convento de los Hermanos Capuchinos, en San Giovanni Rotondo, se recitaba el
Rosario en sufragio de su alma.
“A algunos de los presentes les parecía que Fray Daniele moviera los
labios, como para contestar al Ave María del rosario”.
Después de que el alma ya no estaba en el cuerpo de Fray Daniele, aún
así, para aquellos, algunos de los presentes, veían como seguía orando al
Señor.
“Y LO VIERON MÁS DE UNO.”
El cuerpo acostumbrado a tanta oración, todavía permanecía como si
estuviera bien vivo, aunque en ese mismo momento su alma ya gozaba de la
presencia de Dios. Se había convertido en instrumento de oración, aun cuando su
alma había quedado libre de aquel cuerpo bendecido por Dios.
La voz se difundió tan rápidamente, que el superior, Padre Livio de
Matteo, para quedar tranquilo, quiso cerciorarse de que no se trataba de una
muerte aparente. Por este motivo hizo venir de la Casa Alivio del sufrimiento
próxima, al doctor Nicolás Silvestri, ayudante de Medicina Legal y al doctor
José Pasanella, asistente también de medicina Legal, los cuales hicieron un
electrocardiograma a Fray Daniele y le tomaron la temperatura, por lo cual
confirmaron definitivamente su muerte.
Se cuenta también en la historia que ha habido personas que poco antes
de morir, tuvieron deseos de pecar, y acabaron en ruina perpetua. Unos cuerpos
se convierten en bendición y otros en maldición
Ahora Fray Daniele goza ciertamente de la visión beatifica de Dios y,
desde el cielo, sonríe, bendice y protege.
Fuentes: Sol de Fátima, Signos de estos Tiempos
Hermoso relato. Saludos.
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